El placer del dolor del bailarín Richard Mascherin: “Las caídas son inevitables”

El artista regresa a su infancia a través del impacto en su creación audiovisual ‘Caer, caer, caer’, una pieza sobre la vulnerabilidad y el fracaso

El bailarin Richard Mascherin durante una 'performance' en el parque de Casa de Campo en Madrid.DAVID EXPOSITO

Desde que se encerraba en su habitación para bailar al son de música urbana y folclore canario cuando era pequeño Richard Mascherin sabía que quería dedicarse a la danza. El joven de 29 años nació en Venezuela, pero creció en un pequeño pueblo de apenas 2.600 habitantes en Tenerife (Canarias), llamado Tijoco Bajo. “Ser homosexual en un pueblo pequeño no es fácil”, recuerda el bailarín. La danza le sirvió para evadirse de una época complicada en el colegio hasta que con 18 años decidió escapar de sus raíces para trasladarse a Madrid. Lo que no se esperaba es que su carrera profesional le devolv...

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Desde que se encerraba en su habitación para bailar al son de música urbana y folclore canario cuando era pequeño Richard Mascherin sabía que quería dedicarse a la danza. El joven de 29 años nació en Venezuela, pero creció en un pequeño pueblo de apenas 2.600 habitantes en Tenerife (Canarias), llamado Tijoco Bajo. “Ser homosexual en un pueblo pequeño no es fácil”, recuerda el bailarín. La danza le sirvió para evadirse de una época complicada en el colegio hasta que con 18 años decidió escapar de sus raíces para trasladarse a Madrid. Lo que no se esperaba es que su carrera profesional le devolvería a su infancia, convirtiendo el dolor en placer a través del impacto en su creación audiovisual Caer, caer, caer, una pieza sobre la vulnerabilidad y el fracaso: “Las caídas son inevitables”.

El joven se afincó en la capital hace más de una década para ingresar en el Real Conservatorio Profesional de Danza Mariemma, donde se graduó en danza contemporánea. La suerte empezó a estar de su parte en la gran ciudad. Al acabar la carrera, Mascherin consiguió su primer trabajo en la compañía del coreógrafo israelí Sharon Freeman en un espectáculo que encaminaría al joven a interesarse por el concepto de las caídas bajo el título Free Fall (caída libre, en inglés). Su primer trabajo lo llevó a girar por todo el mundo en lugares como Canadá, Estados Unidos y China. A través de esta experiencia, empezó a comprender la importancia de gestionar las caídas emocionales. Su trayectoria siguió junto al coreógrafo valenciano Marcos Morau, con el que exploró una dimensión más estática y robotizada del desplome físico. Al echar la vista atrás, en su cabeza rondaba una única idea: “Fuera cual fuera el proceso, siempre estaba cayendo”.

El ritmo frenético de su día a día se paralizó con el estallido de la pandemia. Estaba en Barcelona de viaje cuando recibió una llamada de sus padres. Su abuela había enfermado de neumonía, por lo que el joven decidió regresar a Canarias con su familia. “Fue muy doloroso porque no pudimos hacer un entierro como toca y no nos podíamos abrazar”, rememora. Un día después, se decretó el confinamiento nacional. Era sábado, 14 de marzo de 2020. Mascherin se había quedado aislado, literalmente, en su pueblo natal. El bailarín regresó al encierro en la habitación de su infancia en la casa de campo de sus padres, cerca de un barranco al que el joven acudía asiduamente para pensar en sus cosas.

Sin intimidad ni posibilidad de trabajar en lo que más le apasionaba, la ansiedad volvió a apoderarse de él. El artista se planteó transformar esa caída emocional en una propuesta creativa. Cada día grababa una nueva caída en su casa o en las calles del pueblo: “Iba a pasear a los perros a un terreno enorme donde había una montaña de arena y me grababa cayéndome”. El numen de su proyecto artístico fue una dolorosa caída en la que su rodilla impactó con una piedra escondida entre la duna. “Fue una sensación de descarga y fuga en la que toda esa angustia que sentía salió de mí y ya podía estar tranquilo”, explica.

El bailarín necesitaba compartir su experiencia, por lo que decidió subir los vídeos a su perfil de Instagram, que de manera espontánea han acabado convirtiéndose en su primera producción audiovisual. El número de seguidores en sus redes sociales empezó a crecer. Ahora cuenta con más de 2.400. “Loco” era la palabra que más se repetía en los comentarios de sus publicaciones. “Los bailarines aprendemos a vivir y trabajar con el dolor. Solo tienes que saber dónde caer”, tranquiliza el joven.

Durante el paseo por el parque madrileño de Casa de Campo, Mascherin inspecciona todos los rincones que le inspiran para realizar su performance. El bailarín confiesa que le atraen los sitios recónditos: un árbol, una verja, una colina o una pieza de hormigón. Al canario le gusta arriesgarse, pero recuerda a su madre para no sobrepasar los límites del peligro: “Ella siempre me ha apoyado, pero suele preguntarme cómo estoy porque tiene miedo de que haga alguna locura”. Ataviado con un uniforme gris y rociándose la cara con pintura roja, reflexiona sobre la importancia de distinguir entre su personaje y él mismo.

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En su labor artística no existen las tomas falsas. Lo que ocurre la primera vez es lo que queda proyectado en el montaje. Con el fin de reunir el dinero suficiente para desarrollar su proyecto, Mascherin trabajó como informador covid en las playas de Tenerife: “Fue un horror. Caminaba seis horas diarias de un lado a otro por la arena a 35 grados”. Una vez conseguido, se trasladó el pasado enero con su equipo, formado por los artistas Da Rocha y Samuel Fuentes, a Konvent, un antiguo convento de monjas y colonia textil de finales del siglo XIX reconvertido en un centro de arte multidisciplinar, situado en la comarca catalana de Bergadá. Entre las naves de antiguas fábricas y las montañas del Pirineo catalán, grabaron las primeras tomas del documental, que cuenta el proceso creativo que desarrolló también en Tenerife y Madrid.

El equipo se trasladará en marzo a Barcelona para ultimar el formato de su obra de danza, gracias a una ayuda que han conseguido en el centro artístico El Graner. El artista utiliza la danza como modo de expresión en su creación más íntima. El documental, que pretende estrenar este año, parte del inicio de la creación e investigación de su proyecto personal. En él se destapa un proceso marcado por las caídas físicas y emocionales del artista, que busca apagar sus propios fantasmas. “Con este proyecto estoy volviendo a empatizar con mi infancia, con lo que soy y de dónde vengo”, concluye el bailarín que deja al descubierto su lado extraño e incomprendido a través de su talento y creatividad.

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