Cada vez que cierra un quiosco, muere un romántico. A menudo ocurre después de una lenta agonía, exhibiendo el deterioro progresivo hasta la rendición final. Un día pasas por delante y los periódicos apenas se ven, enterrados entre imanes de flamencas, llaveros con la bandera de España, bufandas del Madrid. Al otro, la persiana está bajada y varias capas de grafitis sugieren que no volverá a abrir. No nos damos cuenta, pero un barrio entero acaba de perder algo de magia.
¿Cómo llamarían, si no, a lo que ocurre ahí dentro? Una pequeña casita que contiene el mundo, es decir, la informació...
Cada vez que cierra un quiosco, muere un romántico. A menudo ocurre después de una lenta agonía, exhibiendo el deterioro progresivo hasta la rendición final. Un día pasas por delante y los periódicos apenas se ven, enterrados entre imanes de flamencas, llaveros con la bandera de España, bufandas del Madrid. Al otro, la persiana está bajada y varias capas de grafitis sugieren que no volverá a abrir. No nos damos cuenta, pero un barrio entero acaba de perder algo de magia.
¿Cómo llamarían, si no, a lo que ocurre ahí dentro? Una pequeña casita que contiene el mundo, es decir, la información de lo que ocurre en cualquier rincón. Una chistera de la que el quiosquero-mago puede sacar todo tipo de maravillas: periódicos y revistas para los adultos, cromos para los niños, tu propio Partenón por piezas…
Los vecinos no saben nuestro nombre —tampoco las abejas se reconocen en la colmena— , pero llegas al quiosco y detrás del mostrador, asomando apenas la cabeza por una montaña de revistas, el mago te saluda y te da, sin preguntar, lo que necesitas. ¿Cuánto cuesta en la vida real encontrar un cómplice así, que sepa lo que quieres antes de pedirlo? ¿Qué sentido tendría un día como el domingo, cuando ya sabes que has desperdiciado el sábado y tienes el lunes encima, si no fuera por esos tomos de papel y tinta, con sus suplementos, sus grandes despliegues, sus páginas extra de pasatiempos? ¿En qué otro lugar puede uno confesar sus vicios o aficiones más friquis sin que le juzguen? ¿Cuándo han oído a un quiosquero preguntar: “¿Hablemos de loros? ¿En serio?”.
¿Y los conocimientos que acumulan? Manejan los mejores datos en intención de voto, no tendrían rival en Pasapalabra, saben de buena tinta si es momento de invertir, si ha pasado ya la época de esas setas, si todavía hay Liga...
Me encanta el olor a tinta por las mañanas y por eso colecciono quioscos y buzones, esas bellísimas torres amarillas donde imagino piezas de artesanía, cartas escritas a mano, grandes historias. Son especies en peligro de extinción, como el papel, la materia prima del romanticismo. Casi me caigo de espaldas la noche que vi salir de la rotativa un periódico con mi nombre dentro e intuyo que mi vocación resistirá el tiempo que dure aquel hechizo.
Por todo esto, me puso muy contenta enterarme, por este periódico, de que no todos han claudicado. Existe un grupo de rescatadores de esa España que madruga. Se llama News & Coffee y están decididos a recuperar los quioscos modernizándolos, extirpando los imanes de flamencas, los souvenirs y las banderitas, sabiendo que hay “una revista genial sobre cualquier tema que imagines”, y haciendo buen café para llevar y atraer con su aroma a los menos románticos, los que aún tengan solo sueño o prisa. Ya se enterarán, tras un par de visitas, de lo que se estaban perdiendo.
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