Morbo
Se han rellenado muchos minutos de televisión con periodismo de telefonillo: llamar a uno y asegurar que quien no abre la puerta tiene “algo que ocultar”
Se ha hablado mucho en los últimos días de algunos programas de televisión. Merecen reproches quienes se lanzan ocho años después a los juicios paralelos asegurando —como si engañaran a alguien— que no lo son; los que simulan, en directo, una autopsia a un muñeco —después de tres a la víctima que dieron un resultado coincidente y menos televisivo—; los que sientan en sus platós a gente que dice: “Tengo la certeza de que fue, como poco, un homicidio”; los que prometen “evitar detalles escabrosos” antes de emitir la imagen pixelada de un hombre ahorcado y la de su pobre madre reconstruyendo la e...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Se ha hablado mucho en los últimos días de algunos programas de televisión. Merecen reproches quienes se lanzan ocho años después a los juicios paralelos asegurando —como si engañaran a alguien— que no lo son; los que simulan, en directo, una autopsia a un muñeco —después de tres a la víctima que dieron un resultado coincidente y menos televisivo—; los que sientan en sus platós a gente que dice: “Tengo la certeza de que fue, como poco, un homicidio”; los que prometen “evitar detalles escabrosos” antes de emitir la imagen pixelada de un hombre ahorcado y la de su pobre madre reconstruyendo la escena colgándose de una estantería; los que explican que el fallecido era celoso y dejan caer que su esposa —cuyas imágenes aparecen en bucle — “tiene secretos”, cayó en “contradicciones” y rehizo su vida demasiado pronto. Los que escriben en rótulos entrecomillados que dicen: “Su dolor es falso”. Todo en el mismo grupo que despidió a un presunto maltratador no cuando supo de los supuestos malos tratos, es decir, al grabar a la denunciante, sino cuando estrenó el programa, para promocionarlo.
Se han rellenado muchos minutos de televisión con ese género que podríamos llamar periodismo de telefonillo y que consiste en llamar a uno y asegurar a continuación, con una música que lo subraye, que quien no abre la puerta tiene, evidentemente, “algo que ocultar”, como la mujer cuyas imágenes se difunden en bucle en el programa que asegura, en contra del criterio de la justicia española, que, “como poco”, aquello fue “un homicidio”.
Lo hacen porque les funciona, porque a veces el morbo es muy rentable en los medios de comunicación —no solo en la televisión—, pero siendo censurables los programas y presentadores que se prestan al todo es verdad o mentira, al todo vale, no tendrían nada que hacer sin sus colaboradores necesarios: los espectadores.
¿Quiere asociarse el público a ese tipo de contenidos? ¿Cuántos jueces frustrados caben en los sofás de este país? Todos los días elegimos, tomamos decisiones aparentemente individuales que, sin embargo, pueden mejorar o empeorar el entorno en que vivimos. Una muy importante tiene que ver con el mando a distancia. En la televisión, que informa, entretiene y acompaña, pueden ver la simulación de una autopsia y el linchamiento de una presentadora que se fue a trabajar a la competencia o escuchar en Salvados a María Galiana, maestra jubilada y actriz en activo que, a sus 86 años asegura en prime time: “Se puede ser mala persona teniendo cultura, pero es muy difícil”.
Los documentales de La 2 no son líderes de audiencia, aunque nos guste decir que los vemos cuando nos preguntan. Nuestro margen de maniobra es limitado en muchos asuntos, pero en otros no. Pongamos el ojo donde nos gustaría que estuviera nuestra conciencia, recordemos que nunca sabemos con certeza qué pasa dentro de la cabeza de alguien y elijamos bien.
Suscríbete aquí a nuestra newsletter diaria sobre Madrid.