La Ley de Conservación del Libro

No es raro que, en literatura, los libros más baratos sean los mejores

Una pila de libros en la librería Rafael Alberti en Madrid.Victor Sainz

Me compré en un mercadillo una novela de Proust y otra de Faulkner por un euro cada una. En la literatura podría enunciarse una ley patafísica (de esas que solo se cumplen excepcionalmente) según la cual la calidad de un libro es inversamente proporcional a su precio: más barato, mejor libro. Seguimos comprando las novedades que escribimos los mataos de ahora (entre novelistas, ensayistas, influencers y celebrities) a veinte euros la pieza cuando los clásicos son insuperables,...

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Me compré en un mercadillo una novela de Proust y otra de Faulkner por un euro cada una. En la literatura podría enunciarse una ley patafísica (de esas que solo se cumplen excepcionalmente) según la cual la calidad de un libro es inversamente proporcional a su precio: más barato, mejor libro. Seguimos comprando las novedades que escribimos los mataos de ahora (entre novelistas, ensayistas, influencers y celebrities) a veinte euros la pieza cuando los clásicos son insuperables, siempre modernos y solo a un eurillo.

En Madrid, afortunadamente, hay numerosas librerías de viejo donde disfrutar de la buena lectura a precios de risa. El Área de Cultura del Ayuntamiento tiene publicado un útil mapa de estos establecimientos que huelen a madera húmeda (y que siempre ofrecen recopilaciones desconocidas e infinitas de las columnas de Umbral), muchos de los cuales se encuentran en la Cuesta de Moyano, que la asociación Soy de la Cuesta, liderada por Lara Sánchez, trata de revitalizar para los nuevos tiempos.

Lo mejor que han hecho en su historia algunos periódicos de tirada nacional (como El País y El Mundo), además de formar ciudadanos críticos, liderar opinión, fiscalizar al poder, perseguir la corrupción y, en fin, sostener la democracia liberal y todo eso, es haber publicado, hace unos años, suculentas colecciones de libros clásicos, tanto de la literatura universal como de la nacional, a precios populares. Media España compró esos volúmenes y luego media España se murió o los fue vendiendo; ahora pululan circularmente por las librerías de segunda mano, como la verdadera sangre oculta de la cultura española. Siempre están, nunca se acaban. Eso sí, cada vez más ajados, amarillentos y malolientes. No eran las mejores ediciones del mundo, pero conservan su encanto.

Estos y otros volúmenes viajan incansables de los lectores a las librerías de viejo, porque está muy mal visto tirar los libros, como si fuera un sacrilegio; no en vano ciertos dictadores fueron muy proclives a la prohibición y quema de libros. Este fenómeno de resistencia libresca correspondería a otra ley patafísica que podríamos enunciar como la Ley de la Conservación del Libro, igual que en física las hay de la energía o del momento angular, que suponen parte de la estructura profunda del Universo y la realidad cotidiana.

Los libros son fabricados cada año en cantidades astronómicas y casi nunca son destruidos, sino que van pululando de hogares a bibliotecas, de bibliotecas a mercadillos, de mercadillos a librerías de viejo, algunos incluso acaban formando parte de obras de arte, como las de Alicia Martín. Pero es muy difícil que desaparezcan los libros: ojalá funcionase la economía circular tan bien en todos los ámbitos. Tan bien y tanto se reciclan los libros que si seguimos acumulándolos así calculo que sin mucho tardar podrían convertirse en una nueva amenaza existencial para la humanidad, por si fueran pocas, y acabar sacando al planeta Tierra de su órbita.

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