Paella en la T-4

Lo que es cada semana más una atracción turística mediática y poco edificante es la sesión de control en la Asamblea de Madrid, que se vende como la ciudad de los Phoskitos

Aglomeraciones en la zona de Iberia de la Terminal 4 del Aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid en noviembre de este año.

El tren subterráneo lleva hasta la terminal satélite. Un universo propio, una burbuja para cruzar el mundo desde Madrid, donde todo acaba o empieza. Ya ha entrado la noche, y todo lo dominan los anuncios epilépticos de perfumes y cremas y las ofertas duty free. Algunos aprovechan para cambiar moneda y otros rebuscan regalos tópicos de última hora. Pero, sobre todo, hay que hacer un experimento sociológico y gastronómi...

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El tren subterráneo lleva hasta la terminal satélite. Un universo propio, una burbuja para cruzar el mundo desde Madrid, donde todo acaba o empieza. Ya ha entrado la noche, y todo lo dominan los anuncios epilépticos de perfumes y cremas y las ofertas duty free. Algunos aprovechan para cambiar moneda y otros rebuscan regalos tópicos de última hora. Pero, sobre todo, hay que hacer un experimento sociológico y gastronómico: ¿qué come la gente antes de marcharse?

Pues los guiris se ponen hasta arriba de paella, aunque sea ya casi medianoche. No pueden evitarlo al ver el cartel que les promete su último arroz, da igual que sea bajo las pantallas de salidas, con maletas entre las piernas y a poco de pasar el control de aduana. El mundo se divide en dos, ellos engullendo esa España y los autóctonos devorando el último bocadillo de jamón y queso antes de cruzar el charco. Es la nueva plaza Mayor.

Madrid busca todavía su lugar en el mundo. Que sí, que cada día esta más de moda, que se habla mucho dentro, pero la ciudad no tiene el tirón que debería acorde a su tamaño y potencia. Y ningún alcalde ha logrado crear ese símbolo o icono que el mundo reconozca al segundo en una foto. ¿Qué quiere ser Madrid? ¿Cómo se presenta fuera? No encuentra sus buenas respuestas. Por el momento se queda en un intento de venderse como una isla ultraliberal.

Lo que es cada semana más una atracción turística mediática y poco edificante es la sesión de control en la Asamblea de Madrid, con su brusquedad y traspasando los límites del buen parlamentarismo. Las actas aguantarán muy mal el paso del tiempo. Y es que es un no parar. Estos días han llegado nuevas frases, que tienen poco que ver precisamente con el espíritu de esa Constitución del 78 que muchos dicen tanto defender. No, no habíamos escuchado mal. La presidenta autonómica, Isabel Díaz Ayuso, ha soltado que “pedirle a un comunista que entienda de datos económicos es como pedirle a un neandertal que entienda de internet”. ¿Eh? Pues hay más: “Usted que va a intentar hasta que la gente no pueda comprar Phoskitos, a cambio de que se puedan fumar porros”.

Se ha llegado a un punto en el que las intervenciones sólo buscan la ridiculización, lograr los titulares más virales y adaptar un ‘make Madrid great again’. Con debates con rodillo parlamentario que tumban las enmiendas de la oposición sin leerlas y escuchar. Una Asamblea que pierde cada día su esencia de Asamblea. Reivindicar la Constitución detrás de enormes tapices debería traducirse realmente en cumplirla y eliminar ese instinto depredador que domina la Cámara de Vallecas semana tras semana.

Cae la noche en la T-4. Alguien empieza una nueva vida entre códigos QR, cuestionarios internacionales sanitarios y pasaportes covid. Todos en el bar piden su paella. De postre, ideología Phoskitos.

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