Los domingos de mi infancia han entrado en la lista de Patrimonio Mundial.
Llegábamos a alguna de las bocacalles de Alfonso XII. Mi padre dejaba el coche mal aparcado, casi siempre encima de la acera, entonces el SER era un futuro lejano. En una de las puertas del Retiro comprábamos palulú, íbamos a los estanques, mi hermano y yo los llenábamos de palomitas para las carpas, los patos se invitaban solos. Luego, títeres; Pirulo, siempre. Vuelta a casa, no sin antes aprovisionarn...
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Los domingos de mi infancia han entrado en la lista de Patrimonio Mundial.
Llegábamos a alguna de las bocacalles de Alfonso XII. Mi padre dejaba el coche mal aparcado, casi siempre encima de la acera, entonces el SER era un futuro lejano. En una de las puertas del Retiro comprábamos palulú, íbamos a los estanques, mi hermano y yo los llenábamos de palomitas para las carpas, los patos se invitaban solos. Luego, títeres; Pirulo, siempre. Vuelta a casa, no sin antes aprovisionarnos de regaliz negro para toda la semana. Y así cada domingo. Aunque este recuerdo de niñez, clarísimo por un lado, debe de tener algún error, probablemente de frecuencia, porque en mi memoria también íbamos a exposiciones todos los domingos y muchos, a ver partidos de rugby. Y el don de la ubicuidad no nos fue otorgado. Sí lo posee, por ejemplo, el Museo del Prado, que está en todos los saraos y, cómo no, también en este Paisaje de la Luz. ¿Inmerecido? Nunca.
Pero no solo de Las meninas viven los museos madrileños, ni del Guernica, ni de los impresionistas de la colección del barón Thyssen, los de la baronesa están en la prórroga (una de tantas tras el acuerdo con el Ministerio de Cultura en el que no acaba de sonar el pitido final). Los dejamos para los penaltis. Esperemos que no tenga que transcurrir una olimpiada.
Pocas cosas tan típicas madrileñas como el asfaltado en agosto
Hay dos museos con menos renombre, vecinos de este barrio de los Jerónimos, cuyos fondos harían las delicias de Wes Anderson. ¿Y esta combinación del director de El gran hotel Budapest con los museos de Artes Decorativas y Antropología? Porque no tardando mucho, el cineasta rodará en Chinchón, estará cerca y se le podría proponer que jugara (“comisariara”, por si alguien se ofende con la idea de jugar porque aún no se haya enterado de que ya no son los templos de las musas) con los fondos de algunos de los museos de la ciudad y plasmara su particular universo en las salas, como ya hizo en Viena, en el Kunsthistorisches Museum, con La momia de una musaraña en un sarcófago y otros tesoros. El guante está lanzado. Pero al recogerlo, también habría que pensar en las condiciones de sus profesionales, los vigilantes de sala reclaman su reconocimiento profesional en el grupo de la Administración que les pertenece. Y en el acondicionamiento de las plantas tercera y cuarta del Museo de Artes Decorativas, cerradas en julio y agosto por el calor y la dificultad de adecuar un edificio histórico para paliarlo.
Las calles de la zona se están lavando la cara. Al pasear por ellas se pueden ver y oír las máquinas que están llevando a cabo estas labores. Pocas cosas tan típicas del verano madrileño como el asfaltado en agosto y así preparar los carriles para esas motos que el alcalde considera sostenibles en su ¿lucha? contra la contaminación. “El sueño de la razón produce monstruos”, escribió uno de los más ilustres habitantes de este Paisaje de la Luz, un mañomadrileño apellidado Goya y Lucientes… Ay, la luz.
¡Vaya, vaya! No hay playa, pero sí Retiro, Casa de Campo, Ateneo y mil museos.
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