Treinta y tantos

Una generación que busca su sitio en los rincones de la ciudad entre subidones y depresiones

Los ocho actores de la obra 'Cluster' durante un ensayoLuz Soria

En una pequeña buhardilla se acumulan las cervezas y la gente enredada en el suelo. Al ritmo de una guitarra y todos entonando Santos que yo te pinté, de Los Planetas. Hay besos, canciones, botellines, drogas y muchos sueños. Y la noche de Madrid. De esa ciudad que acababa de pasar de siglo, de esa España que se creía eterna y con los bolsillos llenos de dinero y ladrillo, de esa fiesta sin fin.

De repente, en mitad de Usera, se acuerdan de aquel momento los protagonistas de ...

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En una pequeña buhardilla se acumulan las cervezas y la gente enredada en el suelo. Al ritmo de una guitarra y todos entonando Santos que yo te pinté, de Los Planetas. Hay besos, canciones, botellines, drogas y muchos sueños. Y la noche de Madrid. De esa ciudad que acababa de pasar de siglo, de esa España que se creía eterna y con los bolsillos llenos de dinero y ladrillo, de esa fiesta sin fin.

De repente, en mitad de Usera, se acuerdan de aquel momento los protagonistas de Cluster. Veinte años después. Ahora, sobre las tablas y contando su propia vida, reflotan este flashback entre mascarillas y pandemias. No era el futuro que se habían imaginado en aquel momento, entre risas y amores de jóvenes recién llegados a la capital. Esa generación ya ha convertido en nostalgia Creep o Where is my mind, versión Placebo. Que sí, por mucho que se resistan, el indie es carne de Cachitos. Reliquias del siglo XXI.

En esas tres horas y media sentado en Exlímite, en plena Primitiva Gañán, uno ve pasar la historia sentimental de los treintañeros de Madrid. De las noches que acaban deambulando por la plaza de Ópera, de las rupturas en las puertas del teatro de La Latina, de las tardes en la videoteca de la facultad de Ciencias de la Información, de los pisos de desconocidos en Marqués de Vadillo, de las entrevistas de trabajo en un McDonalds, de las citas en un restaurante chino bajo la Plaza de España. Y Beatriz Jaén se sube a la mesa, se imbuye de Raffaella Carrà con Far l’amore, y baila como aquel primer año en la universidad.

Subidones y bajones. Alguien pide al público desde el escenario un diazepam. Y ya nadie mira para otro lado. Poco a poco el tabú de la salud mental se va rompiendo. Porque sí, en Madrid hay pánicos, ansiedades, temblores, taquicardias, mareos, balbuceos, soledades, depresiones. Es una ciudad que se medica, con más gente que cae que que triunfa, y en la que empiezan a aparecer las secuelas de todo lo que se ha vivido. En las alargadas cenas de junio la gente se intercambia números de móviles de psicólogos.

Los treintañeros piden paso también a partir del martes en la Asamblea que se constituye. Es hora de que se escuche atentamente a Santiago Rivero, Pablo Goméz Perpinyá, Héctor Tejero, Loreto Arenillas y Juan Lobato. Una generación de políticos que ya no queda en reservados, sino organizando partidas del Catán. Se ruega discreción por parte del invitador, todos quieren estar en esa mesa en Lavapiés. Se encienden las luces. Aplausos. Cluster se hace también mayor, deja Usera para irse en unos días a las Naves del Español en el Matadero. Y el barrio suena al lado con sus canciones en chino, un grupo sigue las coreografías orientales esfumando las nostalgias junto a la biblioteca José Hierro. Ese Madrid de treinta y tantos.

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