Bill Brandt, en el límite entre la belleza y lo siniestro
La Fundación Mapfre muestra una retrospectiva del fotógrafo británico, autor de una inquietante obra marcada por el surrealismo
Un halo de misterio y belleza envuelve la fotografía de Bill Brandt (Hamburgo, 1904-Londres, 1983) con sus sombras opacas, sus calles iluminadas solo por la luna, sus desnudos que convertían los cuerpos, distorsionados, en esculturas abstractas... A ello añadía su labor en el cuarto oscuro, sin remilgos a la hora del retoque en el negativo hasta lograr lo que quería. Ese gusto por lo nebuloso lo llevó a su propia vida. Era un alemán de familia acaudalada que, cuando llegó a Inglaterra, a principios...
Un halo de misterio y belleza envuelve la fotografía de Bill Brandt (Hamburgo, 1904-Londres, 1983) con sus sombras opacas, sus calles iluminadas solo por la luna, sus desnudos que convertían los cuerpos, distorsionados, en esculturas abstractas... A ello añadía su labor en el cuarto oscuro, sin remilgos a la hora del retoque en el negativo hasta lograr lo que quería. Ese gusto por lo nebuloso lo llevó a su propia vida. Era un alemán de familia acaudalada que, cuando llegó a Inglaterra, a principios de los años treinta, con el nazismo en su país, se proclamó tan inglés como los flemáticos habitantes de mansiones victorianas, o las carreras de Ascot, motivos ambos que fotografió. En realidad, se llamaba Hermann Wilhelm Brandt.
Su obra, desde los comienzos en el surrealismo, hasta los géneros clásicos: paisajes, desnudos, retratos… en una trayectoria de cinco décadas, puede verse en las 186 fotografías de la exposición que le dedica la Fundación Mapfre del 3 de junio al 29 de agosto. Las copias, de 18 por 24 centímetros en su mayoría, fueron positivadas por el propio Brandt. “Considero esencial que el fotógrafo haga sus copias y ampliaciones. El efecto final de la imagen depende en gran medida de esas operacione”, aseguró Brandt, un clásico del siglo XX que se formó en el estudio de Man Ray, en París, donde disfrutó de la vida bohemia a finales de los años veinte. A él llegó tras un retrato que hizo a Ezra Pound, en 1928, que recibió numerosos elogios y que le sirvió de pasaporte para aprender de Man Ray, explica Ramón Esparza, comisario de la muestra, que está encuadrada en PhotoEspaña. La influencia del genio del surrealismo le marcó para toda su carrera.
En sus primeros trabajos ya está ese gusto por las imágenes sorprendentes, como los reflejos de maniquíes en escaparates. Como detalle hay varias de su paso por España, como la de un pastor a las afueras de Madrid, de 1933. Al poco de instalarse en Inglaterra y de enterrar su origen alemán, empezó a fotografiar su entorno familiar, la parte british y rica de los Brandt, una constante en su trayectoria. Para su primer libro, The English at Home (1936), contrapuso escenas de la vida de la clase aristocrática, como las mansiones del exclusivo barrio de Mayfair, a las viviendas de los más humildes; como ese minero que se sienta a la mesa teñido de carbón. Es muy conocida la imagen Sirvienta y sirvienta segunda preparadas para servir la cena, “tomada en la mansión de su tío”, apunta Esparza.
Con la guerra mundial, el Ministerio del Interior británico le hace dos encargos, uno es sobre los londinenses refugiados en el metro de los bombardeos; en el otro recorre la ciudad, bombardeada, fantasmal, entre escombros, incluso se ríe de la muerte en una instantánea que tomó de un hombre dormido cobijado en el sarcófago vacío de una iglesia.
En la exposición llaman la atención algunas de sus fotografías callejeras preparadas por el propio Brandt, quien como dijo en una entrevista a la BBC en 1983, que puede verse al final del recorrido, no creía “en el instante decisivo de Cartier-Bresson”. En una de esas tomas, un hombre acosa a una mujer contra un muro; parece estar soltándole alguna procacidad. En realidad, eran su cuñada y su hermano. “Él veía lugares y situaciones que le atraían y volvía a ese sitio con familiares o amigos para crear una escena”, añade Esparza.
El comisario explica que tras una etapa en la que trabajó para publicaciones, sobre todo semanarios ilustrados, Brandt se pudo permitir el lujo de “ser artista, y quería ser reconocido como tal”. Tras la guerra, ese mundo de criadas con cofia, salones elegantes y veladas deliciosas que él había disfrutado, y que retrató magistralmente la célebre serie Arriba y abajo, se esfumó. En la entrevista de la BBC se ve a un hombre muy alto y delgado, de porte distinguido, hablando casi en susurros, elegante con su jersey marrón de cuello vuelto y una chaqueta negra.
Así que inició su incursión artística por los géneros clásicos, pero siempre de forma original y plena de belleza. Es el momento para los retratos —hizo unos 400—, a personajes como Graham Greene en su apartamento, Pau Casals tocando el violonchelo, Peter Sellers asomado tras un periódico que sostiene en sus manos, o el magistral a Francis Bacon, con la mirada perdida, entre diagonales, bajo un cielo gris y con una farola inclinada que parece amenazarle. Sus retratados nunca aparecen en el centro de la imagen, siempre en una esquina, de lado… la excepción la hizo con el fotógrafo que, confesó, más admiraba, Brassaï.
En ese juego del retrato dijo que había “que esperar hasta que en la expresión del retratado ocurra algo intermedio entre el sueño y la acción”. De ahí derivó a uno de sus experimentos, titulado El ojo de… Se trata de imágenes de un ojo de artistas como Braque, Tàpies, Giacometti… para poder ver cómo era la mirada de los que retrataban el mundo con su arte.
En sus paisajes, Brandt se fijó en una combinación de elementos que resultase “familiar y a la vez extraño”, señaló. Fosos, ruinas, caminos o el muro de Adriano, en una estética que recuerda al fantasmal castillo del Macbeth de Orson Welles.
Sin embargo, de lo que se sentía más orgulloso era de los desnudos, que pueden verse en un libro que publico en 1961. Cuando falleció, Le Monde recordó que Brandt festejó el final de la Segunda Guerra Mundial haciendo su primer desnudo en una habitación. Lo que se ve en la muestra de Mapfre son fragmentos de los cuerpos que, distorsionados y, en ocasiones, con una naturaleza rocosa de fondo, les confiere ese aire inquietante y, a la vez, poético. En una de las paredes hay un juego visual en el que se agrupan fotos de cuerpos y piedras, que la vista del espectador acaba por confundir. En otros casos son desnudos de interior con proporciones exageradas, gracias a una cámara de gran angular. Otro de sus aciertos, pero que él explicó con modestia: “Todo lo hacía la lente, que deformaba la imagen. Yo no hacía nada”.
El difícil retrato a Picasso
Bill Brandt cuenta en la entrevista a la BBC que se exhibe en la exposición lo complicado que fue su retrato a Pablo Picasso. Entre risas, explica que el pintor malagueño no quería que le fotografiase y que acudió en vano una decena de veces a su domicilio. Un día, Brandt aprovechó que unos médicos iban a visitar a Picasso –“siempre tenía gente en casa que quería conocerle”, dice- y se coló con ellos. “Picasso no se había levantado, así que me puse a fotografiar a su mujer. Cuando él bajó por las escaleras me preguntó que por qué no le retrataba a él”. Por fin, tomó un primer plano de un Picasso serio y mirando a un lado. “Fue difícil porque él se reía todo el rato”.
Suscríbete aquí a nuestra nueva newsletter sobre Madrid.