El turista francés busca en Madrid libertad de movimiento
Para hacer frente a la tercera ola de coronavirus, el país galo implementa desde diciembre unas férreas restricciones que sus ciudadanos pueden sortear con tan solo dos horas de avión
Solo un vuelo de dos horas separa Lyon del paraíso. El viernes por la mañana Paul y Audrey están a punto de cruzar el umbral de ese codiciado lugar donde pasear hasta el atardecer, ir al cine o comer en una terraza. Las puertas automáticas del aeropuerto de Barajas, en Madrid, se abren al paso de esta pareja francesa de 27 años que arrastra su ligero equipaje de ruedas hasta los tornos del suburbano. Pasarán la próxima semana en una de las capitales europeas con menores restricciones sanitarias, alojados en un apartamento turístico ubicado en la Plaza del Dos de Mayo. “¡Necesitamos airearnos!”...
Solo un vuelo de dos horas separa Lyon del paraíso. El viernes por la mañana Paul y Audrey están a punto de cruzar el umbral de ese codiciado lugar donde pasear hasta el atardecer, ir al cine o comer en una terraza. Las puertas automáticas del aeropuerto de Barajas, en Madrid, se abren al paso de esta pareja francesa de 27 años que arrastra su ligero equipaje de ruedas hasta los tornos del suburbano. Pasarán la próxima semana en una de las capitales europeas con menores restricciones sanitarias, alojados en un apartamento turístico ubicado en la Plaza del Dos de Mayo. “¡Necesitamos airearnos!”, exclama él, médico residente del hospital Croix-Rousse. La ciudad que reporta el 34% de los casos de coronavirus de toda España le espera con los brazos abiertos.
En toda Francia el toque de queda se ha establecido a las seis de la tarde. Los bares, museos y gimnasios llevan cerrados casi tres meses. Unas férreas restricciones que los ciudadanos galos pueden sortear cruzando su frontera sur durante las vacaciones de invierno, que se extienden de manera escalonada a lo largo de febrero y principios de marzo en función del lugar de residencia. La última encuesta de movimientos turísticos en fronteras, que elaboró el Instituto Nacional de Estadística (INE) con datos de diciembre, indica que 5.240 franceses visitaron la Comunidad de Madrid por motivos de ocio y recreo, lo que supone un 83% menos que hace un año. Con todo, se trata de los extranjeros que más viajaron a la región, título que hasta la pandemia ostentaban estadounidenses e italianos.
Los pasillos semivacíos del aeropuerto exhiben el cierre bajado de lo que fueron tiendas libres de impuestos. El personal de seguridad autoriza el acceso a la terminal cuatro solo a quien porte una tarjeta de embarque. La policía, pertrechada con escudos y bocachas, interroga de manera aleatoria a quien merodea por allí. Incluso con este ambiente inusual, Audrey celebra sus vacaciones: “Tengo unas ganas tremendas de sentarme en una terraza o visitar el Palacio Real. He preparado una larga lista de cosas para hacer, esta es mi primera vez en Madrid”. Ambos se han practicado la preceptiva prueba de coronavirus antes de subirse al avión. “Estamos sanos, solo queremos relajarnos unos días”, replica él. Según los datos del INE, el 90% de los turistas franceses pasa en la región entre cuatro y siete noches.
El observatorio de Madrid Destino indica que solo uno de cada cinco visitantes franceses pernocta fuera de la capital. La empresa municipal calcula también que en el último trimestre de 2020 los viajes se incrementaron: en diciembre, la ciudad recibió un 16% más de turistas galos que en octubre. Edén, de 19 años, lo atribuye al epílogo del invierno. Esta estudiante de Economía y Derecho en la Universidad de La Sorbona (París) guarda la cola de entrada al Museo del Prado. “No me importa esperar mientras disfruto del sol”, cuenta, ávida de sus rayos. “Es muy complicado estar tantos meses sin ninguna clase de vida social. He decidido venir porque estoy de vacaciones y simplemente prefiero hacer planes interesantes antes que encerrarme en casa”, prosigue en un inglés atropellado.
Carla, de la misma edad, viaja con ella. Alumna de Matemáticas, tiene amigos que estudian aquí y aprovechará para visitarlos. Desconoce los 1.493 casos de coronavirus reportados este viernes en Madrid: “Pensaba que aquí todo está abierto porque se había conseguido controlar la infección. En los medios de mi país siempre se dice que estamos peor que cualquier otro lugar de nuestro entorno”. Entre los jóvenes consultados predomina la sensación de que esta es una ciudad a salvo de la pandemia, que se acuesta tarde y toma las aceras desde temprano. Las imágenes de unas terrazas abarrotadas parecen el mayor de los reclamos turísticos. Sin embargo, la incidencia acumulada del virus en España supera a su equivalente francesa en 130 casos por cada 100.000 habitantes.
Al caer la noche, en la plaza de Santa Ana resuenan las conversaciones en francés. Un grupo de cuatro amigos charla en torno a una mesa en la que se van acumulando los casquillos vacíos de cerveza. Socios de un estudio de publicidad ubicado en Toulouse, han venido juntos a Madrid “para vivir, con mayúsculas, algo que en nuestro país han prohibido hacer”, cuenta Hugo, de 34 años, antes de beber un trago y espirar. En su ciudad se encuentra el cuarto aeropuerto francés que más tráfico generó en enero con dirección a Madrid. Según los datos de Aena, por delante están solo París —Orly y Charles de Gaulle— y Lyion. Adrien, de 32 años, califica como “deprimente” el paisaje de la capital occitana, donde “todo lleva cerrado tanto tiempo que solo al llegar aquí he recordado cómo era la vida antes”.
— Las autoridades recomiendan permanecer en el país y descartar los viajes innecesarios. ¿Habéis desoído las directrices sanitarias?
— Para venir he tenido que hacerme una prueba, así que no supongo un peligro para nadie. A la vuelta, permaneceré en cuarentena como manda el protocolo.
Théo, de 37 años, chapurrea el castellano. Defiende la legitimidad de su viaje en grupo, pero al tiempo ahorra detalles personales que puedan causarle “problemas a la vuelta”. La terraza comienza a desmontarse media hora antes del toque de queda. El camarero deja sobre la mesa un tique que asciende a 120 euros. Tras pagar uno por uno, se levantan para hacerse con más bebida. Tres litros de cerveza, dos de refresco, una botella de Ron y hielos que suben al apartamento donde se hospedan, ubicado en la calle del Príncipe. El piso solo tiene tres habitaciones, por lo que uno de ellos ha de dormir en el salón. “Lo echaremos a suertes”, asegura Hugo, conectando su móvil a un altavoz que comienza a reproducir música house. “Ahora llega la parte de la que mi madre no estaría orgullosa”, predice sonriendo.