El jefe de la UCI del Marañón: “Pido que todos nos demos cuenta de que esto no está controlado”

José Eugenio Guerrero recogió en octubre el Princesa de Asturias de la Concordia a los sanitarios. Aquí, hace un balance del pasado, el presente y el futuro

José Eugenio Guerrero, jefe de UCI del hospital Gregorio Marañón.Santi Burgos

“¿Empezamos por marzo?”, pregunta José Eugenio Guerrero. Y se contesta a sí mismo de forma inmediata: “Vamos a empezar por marzo”. Sin volver allí, a ese ciclón de enfermos, carreras, angustia, unión, carencias, decisiones y muerte, “mucha muerte, muchísima muerte”, no puede explicar el hoy. Un hoy de diciembre, a punto de llegar la Navidad, con 28 pacientes críticos [el día que se realizó esta entrevista, 21, este mart...

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“¿Empezamos por marzo?”, pregunta José Eugenio Guerrero. Y se contesta a sí mismo de forma inmediata: “Vamos a empezar por marzo”. Sin volver allí, a ese ciclón de enfermos, carreras, angustia, unión, carencias, decisiones y muerte, “mucha muerte, muchísima muerte”, no puede explicar el hoy. Un hoy de diciembre, a punto de llegar la Navidad, con 28 pacientes críticos [el día que se realizó esta entrevista, 21, este martes] de coronavirus en su unidad, la de cuidados intensivos del hospital Gregorio Marañón, donde pasaron de tener 18 camas a 134 entre marzo y abril. Invadieron quirófanos, salas de recuperación tras la anestesia, las postquirúrgicas, la biblioteca. Ese complejo enfiló el periodo más difícil de su historia deshaciéndose de su estructura en una maniobra tan imprevista como vertiginosa, conservando algunos reductos para no abandonar lo urgente y engranando a una plantilla que ha crecido hasta en más de 1.300 profesionales desde marzo con un único objetivo: ganarle el mayor número de enfermos a la covid. Y en el centro de aquella pelea constante contra un virus desconocido y una falta de recursos que asoló a ese y a todos los hospitales de Madrid, la especialidad de este médico de Intensiva, sobre la que recaen los pacientes más graves, los que dejan de poder respirar por sí mismos.

Guerrero parece haber crecido un palmo desde abril y sigue negándose a que lo llamen “de usted”. Entonces, como si alguien lo hubiese dejado caer en la misma silla en la que se sienta hoy, se restregó los ojos y dijo: “En 40 años no he visto nada tan dramático como esto, ni el 11-M ni la gripe aviar ni la colza”. Ocho meses después ya puede colar alguna broma aunque al “chascarrillo” le cuelgue la tristeza por todas partes. Hay tiempo para ver a los enfermos sin correr, incluso parar a un café. Lo tuvo también en octubre para quitarse el EPI (equipo de protección), enfundarse un traje y recoger el premio Princesa de Asturias a la Concordia en nombre de todos los sanitarios de España. El mayor orgullo de su carrera, dice; aunque lo cambiaría, “sin pensarlo, vamos”, porque este virus no se lo hubiese llevado todo por delante.

Pregunta. Arrancamos desde marzo, entonces.

Respuesta. Fue terrible. Esta enfermedad ha sido la peor que ha vivido la humanidad en el siglo XX-XXI y ha generado dolor, sufrimiento, deshumanización y muerte en escalas no vistas en la sanidad madrileña, ni española, en ningún momento. Un nivel de dolor y mortalidad tremendo. Y pasados esos tres meses, cuando parecía que todo iba a permitir recuperarse física y psicológicamente, tanto a la sociedad como al personal sanitario, hay un nuevo rebrote, no esperado, porque todos, incluido yo, lo esperábamos para octubre o noviembre. Llegó en agosto y empezó progresivamente a ir hacia arriba.

P. ¿Qué cambió de la primera a la segunda?

R. Hay diferencias. La primera, que los pacientes no covid no venían al hospital en marzo, abril o mayo, en esta segunda sí vienen, lo que genera que los hospitales estén llenos y las UCI estén llenas. No hay el mismo pico que en la primera ola, pero los hospitales están igual de llenos. El que tenía un infarto o un tumor de estómago, en marzo pensaba que si venía al hospital se moría porque iba a coger la covid, y se quedaba en casa. Ahora, tras todo ese tiempo piensa que si no lo tratan también se muere.

P. ¿Hay diferencias también en la evolución de los enfermos de coronavirus?

R. Sí, han venido antes, no han esperado como ocurrió en la primera ola, lo que ha permitido empezar a tratarles más precozmente. Además, la población más mayor ha tenido mucho más miedo y ha venido menos a los hospitales, está en casa, ha intentado no contagiarse. En esta ola hemos visto personas más jóvenes de media, la década de los 70-80 ha llegado muy poco, ha llegado la de 50 a 70.

P. ¿Cómo van sus ingresos?

R. Ya no son tantos. Ahora nosotros todos los días nos movemos entre uno o dos ingresos, que es muchísimo. Si nos ingresaran todos los días uno o dos de todas las patologías no tendríamos hospital para poderles ver, pero es verdad que se ha reducido muchísimo el número respecto a marzo o abril, que no respirabas, no parabas, no te sentabas, no nada.

P. ¿Su equipo, cómo está?

R. Agotado. Todos tenemos peor carácter, contestamos de manera menos cariñosa por decirlo de forma afable. Profesionalmente también esto agota muchísimo, porque llevamos muchos meses viendo la misma patología.

P. ¿La parte emocional?

R. El estado emocional no es el mismo, es indudable, pero a los de Intensivos se nos ha educado para vivir con este tipo de pacientes [graves]. Estamos más curtidos. En una semana podemos ver las desgracias que cualquier ciudadano ve en toda su vida.

P. ¿Y usted?

R. Debe ser que yo soy bastante primitivo, duermo bien. Aunque hay días que estoy muy cansado y mi familia me dice que llego con un humor que no es el mío, que contesto de una manera no esperable, pero no me veo mal. Sí cansado, porque esto no hay forma humana de aguantarlo, es tremendo.

P. Recogió el premio Princesa de Asturias a la Concordia a los sanitarios, ¿compensó algo?

R. Califiqué el Princesa como el premio Nobel de España, es posiblemente la mayor satisfacción de mi carrera. Fue bonito, emocionante y sobre todo un orgullo, que te elijan para recoger el premio y hablar en nombre de casi 150.000 sanitarios es un honor... Enorme. No lo sabría explicar bien.

P. ¿Se ha acostumbrado de alguna manera la sociedad, los profesionales, a esta enfermedad, a lo que provoca? ¿Hay resignación o cansancio?

R. Nosotros desde luego no. Sí es verdad que en las UCI el dramatismo y el dolor de situaciones como esta las tenemos desde el primer día que pisamos un hospital. Pero quien quiera pueda darse un paseo por cualquier unidad y ver el nivel de sufrimiento del personal sanitario.

P. ¿Algún recuerdo en especial en ese sentido?

R. Lo que viví durante la primera ola es algo que no voy a olvidar. Nunca. Decisiones que hemos tomado, tremendas, en el aspecto de que muchas veces no podíamos dar el enfermo el tratamiento que nos hubiera gustado dar porque no había ni sitio ni medios ni etcétera, etcétera. Nada. Nada. Habías días que no había ni camillas. Y estamos hablando de un hospital que fue capaz de multiplicar por cinco, por seis, sus camas de UCI. Fue un ejemplo en tener cintura para poder moverlo todo, cambiar su estructura.

... [Hay un breve silencio]

Y me acuerdo mucho de un compañero nuestro, que se nos murió, el catedrático de Nefrología Alberto Tejedor, tremenda, tremendamente querido. Y de otros compañeros que bueno, por circunstancias, evolucionaron muy mal… Cosas negativas. Y positivas también.

P. Cuáles.

R. Vivir que después de 100 días en una de nuestras camas, en ventilación mecánica, el enfermo sale, hace vida más o menos normal, aceptable, viene a vernos. Si cojo la lista de pacientes y recuerdo sus radiografías... Todos sabíamos que la mortalidad iba a ser elevadísima. Unos, por diversas cuestiones, iban bien. Otros, bueno, otros no.

Lo que viví durante la primera ola es algo que no voy a olvidar. Nunca

P. Desde ese sitio, delante de una de esas camas, ¿cuál es la percepción de lo que ocurre?

R. Creo que no hemos sabido transmitir a la gente joven la importancia de esta enfermedad. Pasar visita en un pico de covid es terrorífico. Tenemos ahora 28 pacientes, de ellos 20 con traqueostomía, de esos, 10 llevan más de tres o cuatro semanas de ventilación mecánica. Quizás a la población no le hace falta conocer estos casos, pero sí a quien se salta las normas alegremente. A lo mejor darles un paseo por la UCI y que vean lo que les puede pasar a sus padres, a sus abuelos... No se sabe lo que se ha sufrido en la UCI, lo que se sufre todavía. Tanto el personal sanitario como los familiares y los pacientes. Es una enfermedad claramente deshumanizada.

P. ¿Por el aislamiento, es un componente que agrava lo que ya es crítico?

R. Sin duda. Venías al hospital con tu padre o tu madre o tu mujer y lo dejabas aquí y te marchabas. Y hablabas todos los días con el médico para que te fuese contando, pero a lo mejor, la siguiente noticia importante que tenías era que había muerto. Es tan doloroso que pediría que todos nos diésemos cuenta de que esto no está controlado. Que hay que cuidarse, que nos quedan, si todo va bien, pocos meses. Pero que hay un último esfuerzo que es importante.

P. ¿Cree que es un error celebrar la Navidad?

R. Ni soy epidemiólogo ni especialista de salud pública, que son quienes deben decir qué debemos hacer los madrileños, pero por ponerle un chascarrillo a este drama, yo declararía que la Nochebuena fuese el día 15 de mayo, el día de San Isidro. Yo sería drástico, pero es mi opinión personal. Estamos muy cerca de vencer la enfermedad, la vacuna la tenemos a la vuelta de la esquina, parece que en dos o tres meses podemos tener controlado el virus. Y empezar, solo empezar, a vivir de forma normal. Creo que esto nos debe condicionar para que durante estas Navidades hagamos un sacrificio importante como es no poder cenar con tus familiares, no vayamos a estropearlo todo por no hacer las cosas como debemos. Tenemos suficientes especialistas para que ellos digan qué hacer, y los políticos tienen que asegurar que lo que digan los expertos se va a cumplir. Esas dos posturas tienen que ser parejas y paralelas.

P. Algo para 2021.

R. ¿Lo que más, más deseo? Que desaparezca la covid.

El mayor orgullo, la peor tristeza, el mejor cambio

De lo que José Eugenio Guerrero está más orgulloso es de haber sido elegido para recoger el premio Príncipe de Asturias a la Concordia en nombre de toda la plantilla sanitaria de España. "Ocurrió porque hubo covid, a nivel personal es una de las pocas satisfacciones que me ha dado el virus, el honor que supone recogerlo. Pero lo hubiese cambiado, pero vamos, sin pensarlo, porque no hubiese habido coronavirus".

¿La peor tristeza? "En castellano antiguo, lo hija de perra que es esta enfermedad y los muertos que produce, algo que en 40 años de intensivista no había visto".

El mejor cambio que ha producido la pandemia es, para Guerrero, "que el virus ha ayudado a entender la solidaridad entre las distintas instituciones". "La colaboración directa que existió entre la sanidad pública y privada, donde nadie distinguía nada, había tal necesidad de camas y de tratar enfermos que a nadie se le ocurrió pensar que este era blanco o rojo. Esa sensación fue increíble", dice. "También el altruismo de la sociedad y de la cantidad de empresas que colaboraron, el apoyo constante. En general, el comportamiento de la población ha sido ejemplar".

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