Los significados de Julia

La escultura de Plensa permanecerá un año más en Colón. Cabe preguntarse si no debería, tal vez, quedarse para siempre

Jaume Plensa camina sobre el pedestal de la Plaza de Colón en el que se ha instalado 'Julia', en septiembre de 2019.Andrea Comas

Respirar es la acción más simple y la más compleja del mundo. No hay nada más fácil que respirar –lo hacemos más de 20.000 veces al día sin darnos cuenta– ni nada tan difícil como pararse a respirar. El artista francés Marcel Duchamp (1887-1968) consideraba cada respiración como una obra inefable “que no está inscrita en ninguna parte, que no es ni visual ni cerebral, y sin embargo existe”. Respirar es uno reto fundamental en la era de la crisis del medio ambiente –la contaminación del aire, por ejemplo, causa cada año 2,2 millones de muertes por accidentes vasculares cerebrales, según la OMS–...

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Respirar es la acción más simple y la más compleja del mundo. No hay nada más fácil que respirar –lo hacemos más de 20.000 veces al día sin darnos cuenta– ni nada tan difícil como pararse a respirar. El artista francés Marcel Duchamp (1887-1968) consideraba cada respiración como una obra inefable “que no está inscrita en ninguna parte, que no es ni visual ni cerebral, y sin embargo existe”. Respirar es uno reto fundamental en la era de la crisis del medio ambiente –la contaminación del aire, por ejemplo, causa cada año 2,2 millones de muertes por accidentes vasculares cerebrales, según la OMS–; y pararse a respirar es un desafío global en la sociedad de la información, formidable pero generadora de un estado de ansiedad permanente. En la vasta plaza de Colón de Madrid, una niña que no existe comba las asas de la nariz y toma aire con los ojos cerrados. Lo toma lenta, profunda, eternamente sin terminar, porque es una estatua. La niña parece un monumento a la respiración.

La escultura Julia, de Jaume Plensa, fue instalada en 2018 sobre el pedestal que ocupaba la estatua de Cristóbal Colón –trasladado a la glorieta central de la plaza– e iba a estar allí solo un año, dado que el ayuntamiento decidió emplear esta base como un espacio artístico rotatorio; sin embargo, en 2019 se convino en dejarla otro más. El jueves pasado el alcalde José Luis Martínez-Almeida tuiteó: “Julia se queda con nosotros hasta diciembre de 2021” y la definió como “un símbolo para la ciudad”. Por teléfono, Plensa (Barcelona, 1955) está satisfecho: “Parece que ya forma parte del paisaje, y no ocurre muy a menudo que una escultura sea abrazada así por la gente”.

El alcalde no precisó en su tuit qué simboliza para él esta cabeza de 12 metros de altura, compuesta de resina de poliéster con fibra de vidrio y polvo de mármol blanco. Para Plensa tiene un significado primario: “Se dirige a lo más profundo del ser humano”, dice, y subraya que toda obra está abierta a la interpretación.

La Fundación Masaveu, propietaria de la escultura, ha dicho en un comunicado que durante la pandemia el rostro de Julia “se ha convertido en símbolo de calma, tranquilidad y reflexión”. A principios de abril, cuando morían con coronavirus casi mil personas al día en España, en el telediario de La 1 el periodista Carlos del Amor se refería a ella como “el símbolo de una ciudad herida”. “Julia, con sus ojos cerrados, prefiere quizá no ver el dolor que significa ese vacío que tiene delante”. Se podía ver reflejada en ella la tristeza, por supuesto, pero también se la podía visualizar en su soledad muda como un emblema protector. En medio de la ciudad sin gente, cuando en los hospitales desbordados se luchaba porque miles de personas pudiesen seguir respirando, la niña permanecía en su lugar tomando aire, como un tótem etéreo que en vez de invocar la lluvia o el sol, invocase el oxígeno.

Preguntada por el futuro de la obra más allá de 2021, la Fundación responde por correo: “Su vocación es itinerante. Tras su exhibición en Madrid nuestra intención es que se exhiba en otros lugares, tanto en España como en el extranjero. Pero su ubicación final será en una de las instalaciones de la Fundación”. La prórroga de Julia según la Fundación servirá durante este año para seguir dando “aliento e ilusión en tiempos difíciles”. En teoría, en diciembre de 2021 –horizonte en el que la pandemia podría estar bajo control– terminará el acuerdo y la niña se irá de Colón. Sin embargo, cada año que Julia pasa ahí con su dulce y sereno rostro de holograma, parece menos verosímil que un buen día la desmonten y se la lleven sin más. Un portavoz del ayuntamiento se limita a decir que el año que viene se volverá a hablar con la Fundación del futuro de la obra. Cuando se instaló la pieza en 2018, Plensa dijo una frase que ha ganado sustancia después de tres años: “La gente se irá acostumbrando a convivir con ella, y lo interesante va a ser cuando la retiren. Creo que la exposición o la instalación empezará cuando la pieza ya no esté, porque va a crear un vacío brutal en el lugar”.

Quizá valiese la pena dejar de proyectar la vida de la escultura a 12 meses vista y plantearse su permanencia continuada. Aún cuando superemos la pandemia, la presencia de Julia seguiría oxigenando estética y simbólicamente Colón, un espacio que el vecino Antonio Muñoz Molina calificaba de “atroz” en un artículo sobre la reciente instalación de una menina de una tonelada.

Dentro del pandemonio memorial y ornamental de la plaza –que incluye una rana gigante de ancas hipertrofiadas–, Julia opera desde su esquina junto a la Biblioteca Nacional aportando serenidad y fe en el progreso. Es un símbolo femenino que cohabita con el varón que abrió el camino a la guerrera conquista de América, subido a una columna neogótica a unos metros de ella con una bandera de Castilla en la mano. La pacífica y moderna presencia de Julia, en cierto modo, civiliza a Cristóbal –nos civiliza–. Detrás de ella ondea una bandera española de 294 metros cuadrados y son habituales en su plaza las manifestaciones de derechas y de ultraderecha –y este año, las de negacionistas del coronavirus–. “Cuántas cosas ha visto”, dice Plensa, “pero ella está ahí calladita”.

En medio de expresiones de centralismo más o menos equilibradas y de voces que en ocasiones son muy reaccionarias o un puro disparate, Julia brinda la referencia de un rostro que medita.

Una tarde reciente, en una esquina de Colón, resultaba complicado que algún peatón se detuviese a dar su opinión sobre la escultura. Una mujer que llevaba de la mano a su niño dijo: “Ni me gusta ni me disgusta. Está ahí y punto”. El hombre que atiende el puesto de flores afirmó que no le prestaba atención. Otros y otras pasaban de largo mirando el móvil o espantaban al reportero con los auriculares puestos poniendo cara de fastidio + velocidad. Sonaba el ruido del tráfico, restallaban los golpes metálicos de una torre en obras. Pasaban, pasaban, pasaban sin tiempo para respirar.

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