No hubo suerte para Erika Mejía, 30 días después
Muere la trabajadora del hogar hondureña a la que el sistema sanitario trató de salvar a toda costa
Los trabajadores de la funeraria rodeaban el féretro. “Cuando ustedes nos digan, procedemos”, le dijo el jefe de la cuadrilla a la familia de la fallecida, que contemplaba la escena detrás de un cristal. El habitáculo en el que se encontraban, frente a un crematorio de aspecto industrial, parecido al montacargas de un hotel, se llama la “sala de despedida”. Es un lugar de no retorno. Aquí se acababa el camino.
Las hermanas de Erika Mejía activaron sus teléfonos móviles y comenzaron a transmitir la cremación por videollamada a sus parientes en Honduras, su país de origen.
— Te vam...
Los trabajadores de la funeraria rodeaban el féretro. “Cuando ustedes nos digan, procedemos”, le dijo el jefe de la cuadrilla a la familia de la fallecida, que contemplaba la escena detrás de un cristal. El habitáculo en el que se encontraban, frente a un crematorio de aspecto industrial, parecido al montacargas de un hotel, se llama la “sala de despedida”. Es un lugar de no retorno. Aquí se acababa el camino.
Las hermanas de Erika Mejía activaron sus teléfonos móviles y comenzaron a transmitir la cremación por videollamada a sus parientes en Honduras, su país de origen.
— Te vamos a echar de menos, mami.
— Nunca te vamos a olvidar.
Después de un tiempo prudencial y sin que se llegase a pronunciar un permiso explícito, los empleados fúnebres abrieron las compuertas del horno e introdujeron el ataúd. El sistema mecánico de compuertas se abrió en dos y al cerrarse de golpe se tragó la caja de madera. Se hizo el silencio unos segundos. También al otro lado del teléfono.
Erika Mejía, la trabajadora del hogar hondureña de 37 años que el sistema sanitario español trató de salvar a toda costa durante los picos más altos de la pandemia, fue incinerada el lunes en el crematorio de Guadalajara. La mujer murió el día anterior en la unidad de cuidados intensivos del hospital Puerta de Hierro. Llevaba un mes y medio ingresada, desde que sufriera insuficiencia respiratoria tras contagiarse de la covid-19.
Su estado era crítico el 17 de abril. El respirador no era suficiente para mantenerla con vida. El hospital Universitario de Guadalajara pidió ayuda al centro madrileño, que llevaba semanas colapsado por pacientes infectados de coronavirus. Justo en ese momento se abrió un hueco en la unidad ampliada del Puerta de Hierro y se decidió mover a un equipo de profesionales en helicóptero y por carretera para realizar uno de los traslados de pacientes más complejos que se han llevado a cabo durante la pandemia.
El equipo de médicos y enfermeras colocó a Erika un Ecmo, un soporte artificial que sustituye la función que el pulmón no puede hacer. En caravana la trasladaron de madrugada a Madrid. De no haberlo hecho, habría fallecido en cuestión de horas. Allí estuvo sedada casi 30 días a la espera de que el estado de sus pulmones mejorase. Los médicos eran optimistas debido a su edad. Sin embargo, el sábado pasado fueron conscientes de su gravedad y avisaron a su familia de que apenas le quedaba un día de vida. Murió el domingo a mediodía.
El adiós a Erika Mejía se celebró este lunes en el tanatorio de Guadalajara. El responso de un cura católico en la capilla estaba programado para las 17.30. Como Alma, una de las hermanas de la fallecida, es evangélica, una hora antes apareció en la sala el pastor Edward Zacarías, el representante de la iglesia cristiana Paz y Vida. El propio Zacarías estuvo infectado de coronavirus en marzo y también pasó unos días en cuidados intensivos. Durante el estado de alarma ha celebrado el culto por videoconferencia, pero esta vez se hizo presente para despedir a Mejía, que en alguna ocasión se pasó por su iglesia, aunque nunca mostró el fervor y la convicción de su hermana.
Con una camisa a rayas, pantalones beige, agarrando una biblia entre las manos, el pastor disertó frente al féretro: “Yo le doy gracias al Señor porque yo estuve en un estado grave. A mí me despidieron. Pero uno no se muere cuando el diablo quiere. Uno se muere cuando Cristo decide que llegó la hora”.
Eso es lo que pensó Alma cuando la avisaron el sábado. Una médica le contó a través del teléfono que a su hermana le quedaban horas de vida. Ella se guardó la noticia para sí. La vivió en soledad. No avisó a las tres hijas de Erika, que viven en Honduras. En realidad, no lo compartió con nadie. Al día siguiente volvió a recibir otra llamada, esta vez a las 11.59. Sabía muy bien qué le iban a decir. Descolgó y fue lo que le dijeron. Cuando colgó, asegura que dijo en voz alta:
— Si es la voluntad del Señor, que así sea.
El último trabajo de Erika Mejía fue como asistenta de hogar. La persona para la que trabajaba, Inés Samaniego, la tenía contratada a media jornada. Antes de emplearse en esa casa cuidó de la madre de esta mujer, Milagros Centenera. Erika acabó viviendo en casa de la anciana, hasta que murió. Las cenizas del cadáver de Erika, hasta que puedan ser trasladadas a Honduras, aguardarán en la tumba de Milagros. Las dos mujeres congeniaron, una en el otoño de su vida, otra, en plena juventud, aunque a las puertas de verse afectada por la expansión de un virus casi desconocido en el momento en el que le tocó en el hombro a ella.
El jefe de Servicio de Cuidados Intensivos del Puerta de Hierro, Juan José Rubio, creía que la obesidad de Erika podría ser un factor que explicara por qué la enfermedad la golpeó a ella con tanta dureza, aunque no suficiente para explicar los estragos que le causó. El caso de Erika tiene algo de enigma que por ahora no se ha resuelto. “Es muy duro, pero hay que aceptarlo. Como nosotros, habrá miles llorando a los suyos”, decía Alma durante el funeral.
Después del oficio del pastor, llegó el turno del cura católico. “La muerte es la puerta a la felicidad”, dijo desde el púlpito de la capilla. La frase no tuvo efecto entre los presentes. Un gran retrato de Erika en un marco dorado estaba posado sobre el ataúd. El equipo asistencial de guardia de la UCI mandó un mensaje a través de redes sociales para tratar de reconfortar a sus familiares, a los que estaban presentes y a los que seguían el funeral por streaming: “Erika no murió sola. Estuvimos con ella hasta el final”.
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