Confinados en el paraíso: cabañas con ‘jacuzzi’

Sesenta familias solicitantes de asilo se encontraban sin alojamiento cuando llegó la oferta del propietario de un hotel de la localidad madrileña de Arganda del Rey

Joselyn Morales y sus cuatro hijas. Llegaron a España hace un mes desde El Salvador.David Expósito

Llegaron con lo puesto a un país ajeno en el que construir una nueva vida. No tuvieron suerte. Nada más aterrizar se encontraron con una sociedad en shock y encerrada en casa para evitar la propagación de la pandemia. Desembarcaron en una nación fantasma. Sus solicitudes de asilo quedaron en un limbo burocrático, y ellos, a la espera de que todo pase, viviendo en unos contenedores improvisados como hogares. Sin embargo, el dueño de un complejo de cabañas con jacuzzi en medio de la naturaleza, con lago y campo de golf, les ha abierto sus puertas durante el confinamiento. Sus vidas...

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Llegaron con lo puesto a un país ajeno en el que construir una nueva vida. No tuvieron suerte. Nada más aterrizar se encontraron con una sociedad en shock y encerrada en casa para evitar la propagación de la pandemia. Desembarcaron en una nación fantasma. Sus solicitudes de asilo quedaron en un limbo burocrático, y ellos, a la espera de que todo pase, viviendo en unos contenedores improvisados como hogares. Sin embargo, el dueño de un complejo de cabañas con jacuzzi en medio de la naturaleza, con lago y campo de golf, les ha abierto sus puertas durante el confinamiento. Sus vidas azarosas tienen un breve respiro en este pequeño paraíso.

La Cigüeña, el hotel de la localidad madrileña de Arganda del Rey que los aloja, ha pasado de organizar recepciones y bodas a ocuparse de unos clientes que no han llegado a través de Booking, sino del Ayuntamiento de la capital. “Mandé una carta a los servicios sociales ofreciendo mis cabañas y al día siguiente tenía dos autobuses llenos de familias con niños en mi puerta”, cuenta el dueño, Miguel Ángel Carnero, de 58 años. Las autoridades derivaron hasta este lugar a 20 minutos del centro a 60 familias con hijos para evitar el contagio.

El complejo tiene una gran extensión de jardín por el que corretean conejos y pavos reales. Los trabajadores del hotel, pese a estar dentro de un ERTE, vienen a trabajar como voluntarios para asistir a los solicitantes de asilo. Les ofrecen, en un salón y por turnos, desayuno, comida y cena. Durante los primeros días comieron chuletones de buey y ensaladas de mariscos, a cuerpo de rey. Era el menú de las bodas que por el estado de alarma no llegaron a celebrarse. Ahora, la carta es más discreta. La elabora el chef del hotel con productos que donan o que el propietario compra.


Los niños de las familias que han solicitado asilo juegan y dan de comer a las gallinas que hay en el Hotel Complejo La Cigüeña, en Arganda del Rey.DAVID EXPÓSITO

A la una en punto empieza el almuerzo en un salón acristalado frente al lago. Las barcas que no se usan descansan en la orilla. Carolina Viera, venezolana, pasó unos días con un familiar hasta que le dijeron que ella, su marido y sus dos hijos no podían quedarse más en ese lugar. Literalmente estaban en la calle. Pidieron ayuda a las autoridades municipales.

Se quedaron unos días en La caracola, como se conoce a uno de los albergues de Madrid que acoge a solicitantes de asilo. Al ser una familia los mandaron a estas hermosas cabañas decoradas con motivos japoneses. “Es una bendición pasar la cuarentena aquí. Tenemos todas las comodidades”, afirma Viera.

Para dos amigas también parecen unas vacaciones atípicas. Katherine Duarte y Aldrin Chaparro estudiaron juntas la carrera de Administración de Empresas en Caracas, se embarazaron en la misma época y juntas emprendieron un viaje a Perú. Allí trabajaron más de un año hasta que no aguantaron más el acoso continuo al que les sometían los hombres. Juntas también viajaron a España a pedir asilo. Solas, sin los padres de sus dos hijos. Pasean por el camino de piedra, los niños revolotean en el césped. Ellas hablan en el porche, sentadas en sillas de mimbre, contemplando las tardes de esta ciudad que todavía les resulta ajena. El encierro no parece una tortura en estas circunstancias.

En otra de las cabañas vive Joselyn Morales con sus cuatro hijas. Acaban de llegar de El Salvador con la ilusión de una nueva vida, pero la vida está en suspenso. “Cuando se hizo patente la crisis sanitaria, incrementamos la capacidad de la red, lo que hemos hecho en casi 1.000 plazas, un aumento sin precedentes. Además, reorganizamos los recursos para poder aislar adecuadamente a quienes presenten síntomas. Para ello, hemos contado con aportaciones desinteresadas como esta”, comenta el delegado del Área de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid, José Aniorte.

El dueño del lugar entra y sale con bolsas y cajas de comida. Le apena ver los salones vacíos, el parque de bolas para los niños precintado, el aparcamiento sin coches. Los hoteles abiertos son pura vida; cerrados, una expresión de decrepitud. Pero él sigue activo, empeñado en tratar de la mejor manera a sus huéspedes. Si no, está devolviendo el dinero de todas las cancelaciones que le entran a diario. “Doy por perdida toda la temporada. Hemos perdido mucho dinero. Pero ahora me centro en ayudar a la gente que de verdad lo necesita”, cuenta mientras pasea por la instalación.

Katerin Duarte y su hija, Arantza, en el comedor del hotel.DAVID EXPÓSITO

Juan Manuel López, de 40 años, es el camarero encargado de servirle la comida a las familias. “No tendría que venir, pero prefiero echar una mano. Me siento útil y no estoy todo el día en casa”. El menú de hoy consta de garbanzos, pollo rebozado con patatas y ensalada.

Acabado el almuerzo, Wilfredo Maestre, colombiano de 38 años, toma el aire junto a un árbol. Es de la Guajira, Colombia. “Donde los gringos se llevan el carbón en trenes y los indígenas vuelan por los aires con dinamita las vías y entonces el carbón se riega por todas partes”, cuenta. Su plan, cuando acabe el confinamiento, es salir a buscar trabajo. Uno bueno, donde le paguen bien. Si eso ocurre, o le toca la lotería, un aspecto azaroso que también le vale, volverá a este sitio y le hará un regalo al dueño y a todos los trabajadores: “En esta vida hay que ser agradecidos”.

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