Extremadura y Portugal: una relación a prueba de elecciones
Los lazos entre la comunidad y el país vecino no son materia electoral, a los partidos mayoritarios les interesa el desarrollo transfronterizo
Un sinfín de castillos y fortificaciones que hoy hacen las delicias del turismo cuentan siglos de escaramuzas entre Portugal y Extremadura, divididos o unidos, según quien lo mire, por una frontera de más de 400 kilómetros que en ocasiones separaba una misma casa de su corral de gallinas. No es de extrañar que en su título preliminar el Estatuto de Auton...
Un sinfín de castillos y fortificaciones que hoy hacen las delicias del turismo cuentan siglos de escaramuzas entre Portugal y Extremadura, divididos o unidos, según quien lo mire, por una frontera de más de 400 kilómetros que en ocasiones separaba una misma casa de su corral de gallinas. No es de extrañar que en su título preliminar el Estatuto de Autonomía de la comunidad mencione dos veces la palabra Portugal: primero, para dar cuenta de ese elemento diferencial de la región y segundo, para remarcar la importancia de impulsar las relaciones y su proyección hacia el país vecino. Los tiempos han ido tejiendo lazos económicos, sociales y culturales entre los dos pueblos que antaño, como quedó escrito, conformaban una Raya de pobreza y subdesarrollo de la que hoy no queda rastro. Esa amistad parece ya intocable. Gobiernos progresistas y conservadores se suceden en Extremadura sin afectar los vínculos transfronterizos que cosen el Tajo y el Guadiana. Ese matrimonio, unas veces mejor avenido y otras mirándose de reojo, no es materia electoral. Portugal no se toca.
En Extremadura (1.054.000 habitantes) residen más de 2.000 portugueses y alrededor de 900 extremeños tienen su casa al otro lado, una minucia para el trasiego de personas que solo por Badajoz capital entran y salen en 8.600 vehículos diarios. En la antigua aduana de Caya (Caia), una tabernita de mesas de formica y deliciosa ausencia de artificio, se encuentran los Guardias Civiles y la Guardia Nacional Republicana. Picoletos y guardinhas ven pasar el tráfico y toman el café portugués que llega de Campo Maior, a unos pocos kilómetros, donde tiene sus instalaciones Delta, la famosa compañía cafetera del triángulo rojo que fundó el fallecido Rui Nabeiro, primero contrabandista, como lo fueron miles de personas en la Raya. Es uno de los negocios más prósperos de una zona que hoy tiene las esperanzas puestas en mayores empresas. A un tiro de piedra, de nuevo en Badajoz, se extienden las más de 500 hectáreas que quieren convertirse en un nódulo de mercancías que conecte el Atlántico con el Mediterráneo y más allá: le llaman la Plataforma Logística del Suroeste Europeo, pero todavía es un paisaje fantasmagórico. Amazon ya tiene allí una nave enorme, lista para estrenar, pero cerrada. Otra compañía ha levantado también su almacén gigantesco y algunos camiones, pocos, van y vienen. Falta para que ese proyecto sea una realidad. Y para que cobre vida el barrio que se construyó a la par. La Junta de Extremadura ha declinado pronunciarse sobre todo esto, agradecen el interés, pero prefieren que pase el periodo electoral, contestan por correo electrónico. La alta velocidad también es por ahora un deseo. Las estructuras del AVE avanzan por Extremadura, pero no por Portugal y el sueño de unir Madrid con Lisboa se hace de rogar.
César Rina, profesor de Historia de la UNED y gran conocedor y amante de esa Raya donde en los años setenta había tramos en los que el pasaporte se sellaba en el bar, sostiene que a Portugal no es Extremadura la región que más le interesa para su relación con España o con Europa, sino Galicia o Andalucía. Lo económico fluye mejor por la primera y el turismo, por la segunda, explica. “Solo hay que ver el trazado de sus principales autopistas, que corren verticales de norte a sur”. Mientras, los extremeños imprimen su chanza en camisetas que reclaman una Extremadura independiente y con salida al mar. Por ahora, se conforman con agarrar el coche y disfrutar de las playas atlánticas. Los extremeños pasan la frontera para comprar cerámica, antigüedades, vino… Muy lejos ya aquellas décadas de las toallas baratas: la calle de Elvas, donde tantas se vendieron, sube empinada con negocios a la venta o cerrados. Más éxito tienen el turismo y la restauración. Tampoco cruzan ya los cacereños a comprar alambiques de contrabando para destilar el aguardiente. En el otro sentido, los portugueses entran a Extremadura a los grandes supermercados, como El Faro, en Badajoz, otra mole del consumismo que se desborda en ambos idiomas. Y de paso repostan gasolina, más barata en España.
Del intercambio económico de altura dan respuesta las cifras de la Cámara de Comercio de Badajoz, que en 2024 mostraron un saldo positivo para la región de 907,7 millones de euros en exportaciones hacia Portugal. Las importaciones fueron de 463,6 millones de euros. El país luso es el primer socio comercial de Extremadura y representa cerca del 3,4% del PIB regional, más que la media española entre países ibéricos. Es necesario, dicen en la Cámara, crear programas que faciliten “la movilidad de jóvenes empresarios, así como marcos administrativos y fiscales adecuados para pymes transfronterizas”.
Las administraciones se esmeran en facilitar la vida compartida para los ciudadanos de la Raya, con carnés de descuentos en servicios públicos, transporte y ocio para los pacenses y los vecinos fronterizos de Elvas y Campo Maior, por ejemplo. Pero, efectivamente, la economía y el empleo encuentran todavía trabas burocráticas, de logística y fiscales. En Caya se plantó un día la profesora de español Susana Gil Llinás para ver si alguien en aquel encuentro de Inspectores de Hacienda que allí se celebraba podía aclararle cómo hacer correctamente sus declaraciones de renta, habida cuenta de que es funcionaria de la Universidad de Évora desde hace años, pero desarrolla otras actividades laborales en Badajoz. No es que saliera muy contenta con las explicaciones. Igual su marido, Antonio Sáez, catedrático de Literaturas Ibéricas Comparadas en la misma universidad y traductor, que dirige la revista Suroeste.
Para quienes trabajan con un pie en Extremadura y otro en el Alentejo no solo la factura telefónica les juega malas pasadas por los descuidos. El perito médico Ignacio Pérez cree que a ambas zonas les falta abono para germinar y ese complemento, dice, vendría con el transporte. Lleva un negocio de peritaje, Doctor Legal, y envidia a sus colegas de otras comunidades que pueden organizar congresos y traer a expertos de otros países. “Para nosotros eso es difícil: además del avión a Madrid, por ejemplo, habría que sumar otros cientos de kilómetros”. Porque el aeropuerto de Badajoz se parece más al de la Casablanca de Humphrey Bogart cuando despide a su amada Ilsa, bajo la niebla, en su huida a Lisboa. Mucha niebla. “¿Cómo vamos a traer a los popes de la ciencia si trasladarlos desde Madrid es más complicado que en su viaje a España?”. El tren trae de cabeza a Extremadura.
No todos tienen problemas con el empleo, sin embargo. Al portugués Roberto Cabral, la cercanía de ambos países le viene de perlas. Agarra su cámara y hace videos a un lado y otro de la frontera, lo mismo una boda que una cita empresarial. La ausencia de aduanas es buena para desarrollar su pequeño negocio, pero del amor entre extremeños y portugueses tiene dudas, cree que ambos países se duelen todavía de aquellos tiempos en que se dividieron el mundo, allá por 1494. “Nos llamamos hermanos, pero creo que solo somos vecinos”, afirma. Aunque reconoce que ahora hay un mayor interés de los españoles por la cultura portuguesa. Y eso es algo que en Extremadura no tiene parangón. No hay otra región rayana donde se aprenda más el portugués, “es casi imposible encontrar plaza en las academias”, dice el historiador Rina. Unas 25.000 personas estudian el idioma de Lídia Jorge y de Lobo Antunes en Extremadura, es decir, tres de cada cuatro personas que lo hacen en España, y los convenios en los centros escolares para que la cultura de ambos lados sea compartida tienen un gran éxito. Hay festivales del Contrabando, de cine Ibérico y de música, el Badasom, donde se escuchan fados de las mejores gargantas. Las Administraciones no quitan el dedo del renglón en esos aspectos. La revista de Antonio Sáez, Suroeste, es un buen ejemplo del interés continuo que muestra la política por ello. “Nunca se han olvidado de Portugal”, dice. “Yo creo que Extremadura es una buena bisagra en las relaciones entre ambos países, al fin y al cabo son dos zonas pobres, si Extremadura hubiera sido rica quizá Portugal no lo habría visto tan bien”. Resume así el recelo antiguo del país por la hegemonía y cierta soberbia que siempre ejerció España. Los portugueses aún miran al país vecino con desasosiego, no les hace gracia que les invadan con su cultura o con su economía. “Prueba de ello fue cuando abrió el Corte Inglés en Lisboa, que hubo hasta manifestaciones”, recuerda el historiador Rina. Sin embargo, el amor por Portugal es palpable entre los extremeños, que admiran el carácter sosegado y dulce de los lusos, su dedicación por los detalles, su vida calma, sus costumbres y tradiciones, su gastronomía. “Si es con respeto y sin groserías, ellos también disfrutan de la bulla de los extremeños”, asegura el médico Pérez, que tiene familia de las dos nacionalidades. “La relación entre ambas zonas es ya parte de la identidad extremeña, se ha naturalizado, es impensable que cualquier gobierno, ya sea del PP o del PSOE vulnere eso”, dice Sáez. ¿Cualquier Gobierno? Con la ultraderecha rampante a un lado y otro de la Raya, Rina no sabe qué deparará el futuro. Quizá los castillos vuelvan a tener uso.