Aldabonazo mayúsculo de la derecha

El acrecido poder del partido de Alberto Núñez Feijóo cabalgará a este viento de cola para intentar convertirlo en una prefiguración de las elecciones generales de fin de año

Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida celebran los resultados de las elecciones.claudio Álvarez

Incontestable. El Partido Popular, y más si se amalgama con Vox, ha ganado con rotundidad el 28-M. En voto global, no solo ha enjugado la ventaja que le tomó el PSOE en 2019: 1,6 millones de votos. Le ha añadido bastantes cientos de miles de papeletas.

Es decir, que no solo ha absorbido las que obtuvo entonces Ciudadanos (1,87 millones) —certificando de paso su defunción—, sino que ha ampliado su propia alforja, pescando en caladeros progres...

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Incontestable. El Partido Popular, y más si se amalgama con Vox, ha ganado con rotundidad el 28-M. En voto global, no solo ha enjugado la ventaja que le tomó el PSOE en 2019: 1,6 millones de votos. Le ha añadido bastantes cientos de miles de papeletas.

Es decir, que no solo ha absorbido las que obtuvo entonces Ciudadanos (1,87 millones) —certificando de paso su defunción—, sino que ha ampliado su propia alforja, pescando en caladeros progresistas.

Y aunque no puede deshacerse de la incómoda compañía de Vox, a quien necesitará en distintos enclaves, pues también la ultraderecha ha agrandado su presencia: el crespón más negro de la jornada.

El aldabonazo no se limita a una gota fría, a una dana efímera tan propia de estos días: tendrá una plasmación en términos de poder.

Poder municipal, de entrada. Efectivo y simbólico. Las ocho capitales andaluzas consolidan el poder omnímodo conservador en la región que fue puntal socialista.

Y la pérdida de Sevilla, capital también del PSOE renacido al final de la dictadura, inflige un daño cruel a la sentimentalidad del mundo progre.

Algo que ni siquiera lo compensa Barcelona, aunque el candidato del PSC pueda intentar revertir su segundo puesto (tras Xavier Trias, de Junts) en las negociaciones de billar interinstitucional. La derrota de Ada Colau y la de Joan Ribó en Valencia asestan un golpe colateral al proyecto de Sumar, del que eran pilares.

Otro tanto, o más, podrá concluirse de los resultados definitivos en las 12 comunidades autónomas que se sometían a las urnas. El avance del PP, con frecuencia agregado al de Vox, resultaba abrumador, incluso a falta de los últimos tramos del recuento. Muy resonante en las del arco mediterráneo, valenciano e isleño. Amén de las fortalezas castellana y extremeña, lo que no intuyeron las encuestas.

Por supuesto que el acrecido poder del partido de Alberto Núñez Feijóo cabalgará a este viento de cola para intentar convertirlo en una prefiguración de las elecciones generales de fin de año. Ya lo viene augurando desde hace meses. La vitola de victoria y la realidad del poder adicional conseguido le servirán de palanca.

Pero, atención, no se descuente que las elecciones municipales y autonómicas actúen inevitablemente como anticipo de las siguientes legislativas. Pasa mucho. Pero, como se demostró en 2007/8, no siempre. Por eso el 28-M es un aldabonazo mayúsculo. Pero no necesariamente un tsunami.

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