Opinión

Contra la Inteligencia Artificial, a favor de la conexión humana

Decimos estar preocupados por los bulos y por el nivel educativo de los más jóvenes, pero aceptamos con una pasmosa naturalidad el cercenamiento de la capacidad crítica

DADO RUVIC (REUTERS)

Para escribir este artículo he tenido que buscar cómo desactivar el asistente de Inteligencia Artificial, que ha aparecido por sorpresa en mi procesador de texto. A cada palabra me sugería múltiples posibilidades, me ofrecía su ayuda, me prometía inspiración infinita. ¿Para qué pensar, para qué escribir si una máquina ya lo hace por mí? Sin embargo, no he podido completar una sola frase mientras sentía la presencia asfixiante y prejuiciosa de esta muleta digital. He experimentado un gran alivio cuando por fin he encontrado la opción de deshabilitar el asistente de IA, como si recuperase mis dedos y mi voz.

Decimos estar preocupados por los bulos y por el nivel educativo de los más jóvenes (y yo añadiría que debería preocuparnos también la educación y cultura de los adultos y los ancianos), pero aceptamos con una pasmosa naturalidad el cercenamiento de la capacidad crítica que supone no tener que preguntarse ni buscar nada, el emponzoñamiento del suelo fértil lleno de curiosidad y conocimiento en el que hunde las raíces la educación. La niebla mental que impone una Inteligencia Artificial que inventa datos, confunde fechas y únicamente ofrece una copia distorsionada de lo que alguien, en algún lugar, imaginó mucho antes de que el algoritmo tomase forma.

Muchos señalan que Europa se está quedando atrás frente a China y Estados Unidos en este campo. La pregunta que ningún asistente digital podrá responder es ¿de qué sirve tener empresas multimillonarias si la inmensa mayoría de habitantes vive en condiciones de pobreza y vulnerabilidad? El enfoque europeo, pese a sus sesgos, vacíos y errores, es el único que se fija en lo esencial. No en el desarrollo de tecnologías que sólo sirven para que el capital acumule más capital, perpetuando la desigualdad y las discriminaciones, sino en la necesidad de acotar aquello que tiene la terrible capacidad de erosionar la convivencia y nuestra orientación en una realidad cada vez más compleja. Nuestra inteligencia artificial es la sanidad pública, la educación pública y toda la arquitectura legal, social e institucional que mantienen en pie al cada vez más precario estado del bienestar.

Pasó desapercibido por lo que sucedió ese mismo día, pero el 29 de octubre de 2024, durante la presentación de la Estrategia de Salud Digital de la Comunitat Valenciana, Carlos Mazón se congratuló de incorporación a la sanidad pública de la asistente virtual Lola. Según sus palabras, “el paciente hablará por teléfono con un robot. Es una modernidad social y de las nuevas herramientas a disposición de un paciente cada vez más exigente”. En un momento en el que reclamo unánime de los profesionales de la medicina es disponer de más tiempo, personal y recursos, el president Mazón lo soluciona de un plumazo con un robot, tratando implícitamente a los ciudadanos como meros consumidores de servicios sanitarios.

¿Para qué sirve Lola si no puede darte cita porque no hay personal e instalaciones para atenderte? Es más: ante la crisis de salud mental que se está gestando en la zona cero de la dana, ¿de qué vale hablar con un robot? Lo que ha mantenido en muchos casos la esperanza y hasta la cordura ha sido la conexión humana, el trabajo conjunto, el cuidado mutuo, la empatía y el altruismo. Conceptos que desconoce el molt honorable, incapaz de levantarse de una silla a mitad comida pese a que sus conciudadanos ya luchaban por sus vidas a esa hora. Me pregunto también qué información adicional hubiese aportado la inteligencia artificial, si desde días antes cualquier persona con un mínimo de preparación y sentido de responsabilidad habría activado todos los resortes de emergencias.

No es mi intención hacer una enmienda a la totalidad de una tecnología que, en muchos casos, es y será útil en campos específicos y siempre bajo supervisión humana. Pero sí quiero cuestionar su adoración como única medida del progreso de un país y, muy especialmente, su función como ortopedia intelectual en una sociedad que ya debe lidiar con un president que miente cada vez que habla, que dificulta la recuperación y el flujo de las ayudas, que inflige dolor a miles de personas con cada una de sus comparecencias. No necesitamos inteligencia artificial para cuidarnos ni para progresar, sino conexión humana, empatía y dignidad.


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