La farmacia del barrio ahora es un almacén de conservas: Valencia se convierte en un centro logístico gigante
Estadios de fútbol, pequeños locales comerciales y hasta centros cívicos se llenan de voluntarios para gestionar las incesantes donaciones que llegan de todas partes de la ciudad
Una estrecha peluquería de barrio o el interior de un estadio de fútbol, cada metro de espacio cuenta para responder a la crisis humana provocada por la dana. Varias docenas de puntos de recogida de alimentos e insumos han surgido a lo largo y ancho de la ciudad de Valencia desde el día posterior a las inundaciones. Sin embargo, sin importar el tamaño del recinto, todas lidian con el mismo problema: organizar la llegada y salida de las incesantes donaciones que arriban de todos los puntos de la ciudad y d...
Una estrecha peluquería de barrio o el interior de un estadio de fútbol, cada metro de espacio cuenta para responder a la crisis humana provocada por la dana. Varias docenas de puntos de recogida de alimentos e insumos han surgido a lo largo y ancho de la ciudad de Valencia desde el día posterior a las inundaciones. Sin embargo, sin importar el tamaño del recinto, todas lidian con el mismo problema: organizar la llegada y salida de las incesantes donaciones que arriban de todos los puntos de la ciudad y de España. Miles de voluntarios de todas las edades se han volcado en que el engranaje de estos centros no se detenga un solo minuto. “Aquí empieza todo”, señala un joven en el estadio del Levante, al norte de la ciudad, mientras se agacha para meter un par de palas en una caja que en contadas horas terminará en alguna de las poblaciones afectadas por la catástrofe.
El club deportivo ha levantado un centro logístico improvisado donde ingresan donaciones y salen cajas selladas, listas para ser transportadas a la zona de emergencia. No obstante, en el proceso que separa estas dos fases intervienen cientos de voluntarios, en su mayoría jóvenes, que no descansan un segundo. “¡Necesitamos otra caja con productos de limpieza ya!”, grita a pleno pulmón Héctor Conesa, el director de estrategia digital del club, pero que ha tenido que adoptar a la fuerza el papel de organizador del centro de acopio. Docenas de cabezas se levantan tras el grito. Hay una línea de diez personas encargada de recibir los donativos, otra tiene la responsabilidad de clasificarlos y un tercer grupo se encarga de etiquetar y sellar el cargamento. El espacio está repleto de cajas para lácteos, enlatados, productos de limpieza, medicinas, botellas de agua, y hasta cajetillas de tabaco.
Conesa admite que no ha sido fácil coordinar a la mayoría de voluntarios, en su mayoría jóvenes sin experiencia en este tipo de trabajos, pero que al final se han ido adaptando. “La última vez que hicimos esto fue en la pandemia, pero esta vez ha sido mucho más complicado por el volumen y la variedad de las donaciones”. Pide a quienes van a donar en días futuros que traigan más equipos de limpieza para los afectados: palas, botas, guantes. “La gente tiende a pensar que lo indispensable es comida, pero en este punto lo que más se necesita es material para despejar las calles de forma segura”, expone. Sin pausa, los suministros salen del estadio en carritos de la compra o encima de palés empujados por varias personas. En el párking del complejo esperan una decena de conductores que han traído sus camiones o tráileres para llevar las cajas a los municipios afectados. Uno de ellos es Pedro Fernández, de 55 años. Este es su segundo turno, ya ha repartido en la mañana en Catarroja y Paiporta y lamenta que, como muchos otros conductores, ha tenido problemas para dejar los suministros en las localidades: “La policía nos hace perder mucho tiempo. En ese sentido, ha fallado la coordinación”.
Aunque el espacio es diez veces menor, en una farmacia de Alfahuir, un barrio de Valencia, las prisas son las mismas. Sara Bolomiñana, de 29 años, sale y entra de un pequeño trastero con productos en las manos. “¿Dónde van las conservas?”, pregunta a un compañero cercano que también ha venido a ayudar. Este comercio esquinero se convirtió en un punto de recogida desde el jueves, explica la dueña: “Muchos clientes nos preguntaban dónde podían donar, así que decidimos encargarnos de recolectar los alimentos aquí mismo”.
Llenas de pañales, comida para bebés o cartones de leche, las bolsas ocupan la mitad del negocio al que no dejan de llegar voluntarios con más víveres. “Estamos transportando todo esto al estadio del Levante o directamente a las zonas afectadas”, explica Bolomiñana, a quien le ha sorprendido gratamente que algunas personas donasen leche sin lactosa y de alimentos sin gluten. “Al parecer, hay gente que se acuerda de todo”, comparte entre risas. “Incluso nos están llegando lotes de insulina para la gente con diabetes”, agrega.
Con el mismo ritmo, pero a dos kilómetros de distancia, un grupo de vecinos de Benimaclet gestiona la salida de un nuevo convoy de ocho furgonetas hacia Paiporta. “Somos uno de los cinco puntos de recogida barrial dispuestos por el ayuntamiento”, explica Paco Guardeño, portavoz de la asociación, quien también señala que han tenido problemas para que las furgonetas lleguen hasta las localidades. “Es un caos organizativo por parte de la Generalitat”, repite varias veces. “Si se supone que trabajamos con el ayuntamiento, deberían dejarnos pasar sin más”.
En la entrada de este estrecho local se acumulan cientos de bolsas con más víveres. La agrupación afronta un segundo problema: el espacio. “Abrimos el jueves a las cuatro de la tarde y a las seis ya no nos cabían más donaciones”. El tamaño de este centro no es mucho mayor a de una sala de estar promedio. Aun así, un centenar de personas se ha dispuesto a lo largo de una mesa para clasificar todo lo que entra.
“¿Quién controla la comida de los celiacos?”, grita un vecino al fondo. Enseguida le señalan la caja apropiada. Matilde Azubal (19 años), una de las jóvenes que organiza los víveres, llegó esta mañana por casualidad. Explica que estaba buscando un par de botas de caucho y unos guantes para ir a ayudar en uno de los pueblos, pero no encontró la indumentaria en ninguna tienda. “Por eso me he quedado a ayudar aquí”, expone mientras ordena una canasta con conservas. Al otro lado del local, la vecina de una peluquería se ha enterado del problema con el espacio y ha cedido su negocio para guardar los donativos. “A las seis de la tarde del jueves terminamos el último corte y decidimos ayudar”, explica la dueña del local.
Es el cuarto día de la emergencia y uno de los clamores de los pobladores de las zonas afectadas es la falta de suministro de comida y agua en la mayoría de localidades. En Alfafar los primeros camiones llegaron 48 horas después de la inundación. El panorama ha empezado a cambiar poco a poco: las ayudas no dejan de salir de los centros de acopio improvisados en la ciudad y al terreno han llegado cientos de voluntarios a apoyar con las tareas de limpieza.
Sin dudas, el punto que más donaciones ha recibido es Mestalla, estadio del Valencia fútbol club. El día en el que este equipo debía encarar al Real Madrid por el campeonato nacional (partido que finalmente se ha suspendido), al menos un millar de voluntarios se agolpan en las cuatro capas organizativas que ha dispuesto el club deportivo en alianza con el Banco de Alimentos. Al igual que en el estadio del Levante, miles de manos jóvenes ayudan a que los donativos se transformen en cajas listas para ser enviadas. Solo que en este caso, entre los cartones con de suministros se pueden encontrar cables para cargar el móvil, gotas oftalmológicas y hasta generadores eléctricos. El tamaño del recinto permite recibir más variedad y cantidad de donaciones.
En el caso del Mestalla, no hay una sola persona encargada de la organización, sino una serie de voluntarios con chalecos azules que han decidido repartir las tareas por más sencillas que estas sean. Miguel Ruiz, de 43 años, se encarga de entregar botellas de agua a los voluntarios y Nur Prats, de 50, de doblar las bolsas de plástico y guardarlas en cajas. Todo vale en este circuito del altruismo. El caos reinó durante los primeros dos días de trabajo, comparten algunos de los voluntarios, pero el sábado la cadena de entrega y empaquetado parece funcionar sin mayores problemas. Así lo resume Ángela Vera, de 45 años, quien se encarga específicamente de la clasificación de champús. “Ayer fui a ayudar a Benetúser, pero me lesioné la pierna y hoy me ha tocado quedarme aquí”, explica mientras sella una caja de productos junto a su hija de 15 años.
Arantxa Ruiz, la representante Banco de Alimentos en la zona, comenta que el viernes 20 tráileres se llevaron 370.000 kilos de alimentos. Incluso un par de estudiantes internacionales colaboran con la clasificación de los incesantes alimentos que llegan gracias a la cadena humana que se ha formado desde los camiones. ”En Honduras pasamos por algo parecido, por eso he venido a ayudar”, comparte Alejandra Ramos, de 24 años, quien custodia una caja de garrafas con aceite de oliva. Una de las cajas más vacías del recinto.
Cae la noche y en Benimaclet se ha improvisado un campamento en el estadio del equipo local de fútbol: el Sporting Benimaclet. A este centro llegan, en cambio, comida y camas para mascotas, aunque también se aceptan otro tipo de víveres. Juan Manuel Moya, uno de los responsables de convertir la pista de tierra en un centro de acopio, cuenta que tienen dos cuartos repletos de latas y pienso para perros y gatos. El sitio también ha servido para traer las mascotas que se han quedado sin hogar tras la desaparición de su antiguo refugio. Algunas personas llegan para adoptar “temporalmente” a los perros y gatos que ha rescatado el equipo de Moya. “De todas formas la lluvia ha estropeado esta pista de fútbol”, comparte con una sonrisa.