Opinión

El cabreo del Euromed

De nada sirven las bajadas del precio de los billetes del transporte público, e incluso la gratuidad, si se ofrece un servicio pésimo, irregular e ineficaz. ¿Lo pillas?

Viaje en Euromed entre Barcelona y Valencia. En la imagen, el Parque Natural y Reserva Marina de la Sierra de Irta, que separa las dos comunidades.Gianluca Battista

Escribo esto unos pocos días antes de que ustedes lo lean, desde un Euromed que lleva 58 minutos de retraso. Miro por la ventana; se supone que ahí está Torreblanca. Yo sólo veo unas luces tenues e inmóviles, como el tren. Cansado y aturdido por una luz incomprensible y cegadora, me recoloco en mi incómodo asiento. Se respira algo de resignación y un cabreo creciente. Nos toca esperar… como siempre.

Este es el día a día de quienes usan habitualmente la conexión entre València y Barcelona, la tercera y segunda ciudad del Estado respectivamente. La arteria ferroviaria que las une está fosilizada, anclada en un tiempo que no es, desde luego, el del siglo XXI. Cada vez que subo a un Euromed tropiezo con alguna conversación trufada de quejas del servicio que, inevitablemente, acaba con una coda del estilo de “A la próxima tendré que venir en avión”. Horarios que hacen imposible tener una reunión sin pagar hotel el día de antes o después, casi cuatro horas para la distancia que se cubre en menos de dos a Madrid, impuntualidad crónica y frecuencias que son un páramo.

Tras el cambio del compromiso de puntualidad de Renfe este retraso de casi una hora, que antes merecía una compensación económica, ahora apenas tiene la relevancia suficiente para constituir una vaga disculpa por megafonía. No es un retraso cualquiera: implica llegar a València cuando los convoyes de metro y autobuses ya empiezan a escasear, puesto que sus incomprensibles horarios finalizan cuando la ciudad aún trabaja. ¿Con qué metro o autobús vuelve a casa quien termina su jornada laboral a las 22:30h? Le quedan pocas opciones, y suerte que el anterior gobierno municipal amplió notablemente la red de autobuses nocturnos. Del metro sólo diré, como repite un amigo mío que lo usa diariamente, que no es un suburbano homologable al de otras ciudades europeas. Como remarca, “siendo generoso es apenas un cercanías subterráneo”. Perder un metro o un autobús en València es un drama, cuando sólo debería ser un pequeño fastidio, o ni siquiera eso: nadie corre ni se agobia para coger un transporte que pasa cada tres o cuatro minutos. Cuando te tiras veinte minutos en la parada, sí. Te cambia el día y el humor.

Hablando de cercanías, la cosa se pone aún peor. Los listados de trenes suprimidos o retrasados -muchas veces sin explicación alguna- son interminables. Subirse a un tren de cercanías se convierte muchas veces en una opción ilógica: es más lento y hasta más caro que usar el vehículo privado. Más de una vez me he visto obligado a llegar en coche a algún pueblo con estación de cercanías, porque no podía volver a casa después de una charla vespertina. Y yo allí, diciéndoles que lo de frenar el cambio climático va más de cambiar la forma en que nos movemos que de separar el plástico. De nada sirven las bajadas del precio de los billetes del transporte público -e incluso la gratuidad- si se ofrece un servicio pésimo, irregular e ineficaz. ¿Lo pillas?

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