Manuel Porcar, científico y emprendedor: “La universidad no puede ser una máquina de producir empleados de la propia universidad”

Este investigador asegura sentirse más a gusto en el papel de creador de empresas que en “la frialdad del hombre o la mujer de negro”

Manuel Porcar, científico y emprendedor, en el parque científico de la Universitat de València.Mònica Torres

Cuando alcanzó la plaza de investigador doctor indefinido, surgió la gran pregunta en la evolución natural de un científico académico: ¿esto es el final, acumular proyectos y más proyectos hasta la jubilación? Para el biólogo y doctor en ingeniería agrónoma Manuel Porcar (Vinaròs, 1972), la respuesta era clara en una carrera familiarizada con el cosmos de las Bacillus thuringiensis y otros tantos microorganismos antioxidantes para medicamentos y cosméticos. Por lo que su laboratorio siempre ha estado cerca de la industria, “el mundo real”, como denomina.

A partir de los ahorros p...

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Cuando alcanzó la plaza de investigador doctor indefinido, surgió la gran pregunta en la evolución natural de un científico académico: ¿esto es el final, acumular proyectos y más proyectos hasta la jubilación? Para el biólogo y doctor en ingeniería agrónoma Manuel Porcar (Vinaròs, 1972), la respuesta era clara en una carrera familiarizada con el cosmos de las Bacillus thuringiensis y otros tantos microorganismos antioxidantes para medicamentos y cosméticos. Por lo que su laboratorio siempre ha estado cerca de la industria, “el mundo real”, como denomina.

A partir de los ahorros personales y una estrategia de bajo coste, en un espacio de apenas 15 metros cuadrados en el Parc Científic de la Universitat de València, “un crisol” donde el foco en la investigación de alto nivel se combina con los modelos de negocio disruptivos, Porcar apostó hace seis años por el emprendimiento científico, el salto de generar conocimiento a crear riqueza, con otra colega, Cristina Vilanova, a la que había dirigido una tesis brillante y que se convirtió en cofundadora de Darwin Bioprospecting Excellence, extensa nomenclatura para este proveedor de soluciones microbianas a la carta para grandes empresas.

Con una facturación de 1,7 millones de euros, de Darwin puede salir un yogur, una cerveza, pan, piel vegana o un kit de biorremediación, microorganismos que reducen en las aguas industriales la contaminación de plásticos y compuestos cancerígenos, aplicaciones con mucho peso ante los desafíos climáticos. El incremento sostenido de facturación en los últimos cinco años acaricia el 30%-40%, gracias a un equipo de 17 personas y la presencia en 20 países. “Esto es el valor añadido de la ciencia y la tecnología a un modelo de negocio. Esto no es posible vendiendo chupachups”, recuerda Porcar.

Identificado con una frase atribuida al actor Antonio Banderas, “la diferencia entre Estados Unidos y España es que el primero no perdona a los perdedores y el segundo no perdona a los ganadores”, Porcar se reconoce optimista en cuanto a la sensibilidad de la Administración con respecto a iniciativas como la suya, basadas en la I+D, es decir, la alta cocina de los conocimientos avanzados que muy pocos pueden transformar en productos o servicios.

“El dinero público es sagrado”

“Hasta hace muy poco estaba muy mal visto desde la universidad montar un negocio, tener trabajadores y generar dinero. Me lo llegaron a decir al principio, cuando ya tenía una plaza fija: ‘No me lo esperaba de ti’. Pero la percepción ha mejorado mucho en los últimos años”, sostiene Porcar, cuya empresa es una spin-off de la Universitat de València, “un ejemplo de libro de colaboración público-privada”, donde hay un flujo continuo de neuronas, de estudiantes universitarios que se forman y que acaban trabajando en empresas derivadas de la universidad.

No se trata de elegir entre academia o empresa, sino de que ganen todos. “La universidad jamás puede ser una máquina de producir empleados de la propia universidad. Necesita grandes docentes y producir personal altamente cualificado para la industria”, señala este biólogo y emprendedor que defiende la “separación exquisita” entre lo público y lo privado. “Soy partidario de la colaboración sin complejos, pero con compartimentos estancos. El dinero público es sagrado”, matiza.

Siempre creativo y entre las ciencias y las letras, sin vocación científica clara desde la infancia (“podría haber sido pintor, arquitecto o diseñador de barcos”) y con el defecto de la discalculia (trastorno de aprendizaje que dificulta la realización de operaciones matemáticas), este “aprendiz de empresario” sabe que emprender desde la ciencia tiene solo dos salidas: o quebrar o ser comprado por el pez grande.

”Los crecimientos pueden ser tan exponenciales de modo que la empresa ya no sea manejable por sus fundadores. En mi caso, me siento más a gusto en un papel de creación de empresa que en la frialdad del hombre o la mujer de negro. Puede que llegue un momento de dar un paso al lado o atrás. Seleccionar a los mejores y fomentar lo mejor de cada uno solo se puede hacer en un equipo de diez o treinta personas. No encajo en la gestión de mil trabajadores”, reconoce Porcar.

Tres máximas —saber delegar, no quemar a los buenos y tener tiempo para la vida privada— definen la gestión del equipo. “En la empresa hay personas con un valor infinitamente superior a lo que dice su titulación. Hay que darles a esas personas las responsabilidades que puedan alcanzar con sus capacidades personales. El título lo pueden dejar en casa”, recalca este emprendedor científico, que también deja recado a los gestores públicos. “En campos como la filología y la lingüística, lo que nos viene del nuevo gobierno valenciano es una sarta de estupideces. Veremos si son capaces de tener una actitud que fomente el espíritu crítico y la investigación de más alto nivel. València es un polo de la biotecnología en España. Podemos hacer mucho, estamos a la altura de los mejores y podemos sacar pecho por las empresas que tenemos”, concluye.

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