Política y relato
Dejemos de votar a quien se basa solo en echar a su contrario, sin ofrecer un diagnóstico de la realidad abierto y honesto
La política es -ha sido siempre- la contraposición de relatos distintos. En primer lugar, porque necesitamos ordenar la realidad para identificar las cuestiones que, como sociedad, queremos afrontar y para determinar y valorar sus causas. Esa no es una tarea neutra ni objetiva, porque exige analizar y jerarquizar los problemas y los retos, lo que solo puede hacerse a partir de valores, convicciones y compromisos propios. Y, en segundo lugar, porque no hay reglas que ofrezcan ...
La política es -ha sido siempre- la contraposición de relatos distintos. En primer lugar, porque necesitamos ordenar la realidad para identificar las cuestiones que, como sociedad, queremos afrontar y para determinar y valorar sus causas. Esa no es una tarea neutra ni objetiva, porque exige analizar y jerarquizar los problemas y los retos, lo que solo puede hacerse a partir de valores, convicciones y compromisos propios. Y, en segundo lugar, porque no hay reglas que ofrezcan una respuesta correcta e identifiquen las otras como erróneas. Hay propuestas que valoran y ponderan de manera distinta los intereses existentes, favoreciendo más unos y perjudicando más otros y que en muchas ocasiones son una apuesta de futuro; una apuesta legítima, razonable y hasta necesaria, pero sin éxito garantizado y sometida a muchas incertidumbres que pueden hacerla fracasar.
Pero el relato político no puede ser ni invención ni mentira ni ilusión ajena a la realidad. Cada propuesta política, cada relato, debe contrastarse con la realidad que conocemos sus destinatarios, una realidad que quizás no sea unívoca, pero que impone límites a nuestros deseos, esperanzas o ambiciones.
Nuestras democracias se han construido sobre el contraste de relatos políticos distintos que, sin embargo, se sometían a la necesidad de enfrentar la realidad y respetar sus límites; y una opinión pública, tan plural como se quiera, pero compartida y con grandes espacios comunes y de acceso universal, se encargaba de garantizar efectivamente esos límites.
Hoy, esas garantías están en franco retroceso, si no en desbandada. Vemos cada día diagnósticos políticos de la realidad que todos sabemos falsos y manipuladores; por no limitarme a nuestro país, menciono la política internacional reciente, desde las agresiones y crímenes contra los derechos humanos en Ucrania y Gaza, o en el mar frente a Venezuela, a la renuncia culpable a enfrentar la crisis medioambiental y climática. Y comprobamos a cada minuto cómo las propuestas políticas cierran los ojos para desconocer lo que no les interesa, aunque sea obvio, y ocuparse solo de lo que creen útil. No alcanza el nivel de proyecto político, y ni siquiera de relato político, aquel que se limita a denunciar, verazmente o desde la falsedad, al contrario político, pero no esboza ni un intento de elaborar propuestas de actuación, de política pública, sobre las cuestiones que nos afectan.
Y nuestro mundo se caracteriza cada vez más por arrojarnos en nuestra trinchera, cerrar nuestros ojos a cualquier desafío, a cualquier cuestionamiento de nuestra propia posición, y cohesionar cada uno de los bloques o sectores mediante la cómoda pero nociva fórmula de aislarnos y desconocer al otro. Si las redes sociales y la deriva partidista de los medios de comunicación ya dieron pasos de gigante en estos aspectos, las nuevas tecnologías de comunicación, sus algoritmos y las posibilidades masivas y baratas que ofrece la inteligencia artificial convierten el acceso a la información y el desarrollo de una opinión pública abierta y fundamentada en una quimera, sustituida por un escaparate informativo personalizado; esto es, diseñado a la medida de nuestros deseos e ilusiones y no de la realidad; a la medida de nuestra estupidez.
Salgamos de nuestra comodidad suicida; enfrentemos una realidad que con frecuencia no responde a nuestros prejuicios y percepciones; y dejemos de votar sin más a quien no tenga la decencia de ofrecer un diagnóstico de la realidad mínimamente abierto y honesto y a quien sea tan abiertamente deshonesto como para no presentar más propuesta política que la de echar a su contrario, siempre y en toda circunstancia.