El desalojo de Badalona deja a cientos de migrantes sin techo ni perspectivas de tenerlo: “No sé dónde voy a dormir esta noche”
El desahucio provoca la dispersión de un colectivo que busca soluciones de urgencia, mientras el Ayuntamiento redobla la vigilancia para evitar que se instalen en otro espacio de la ciudad
Un joven espigado se desplaza, un poco alterado, de un lado a otro de la línea policial que protege el desalojo del instituto B9 de Badalona. Levanta los brazos y habla con cierto aire retador, pero a una distancia prudente, a los antidisturbios que acaban de expulsarle, a él y a sus compañeros, d...
Un joven espigado se desplaza, un poco alterado, de un lado a otro de la línea policial que protege el desalojo del instituto B9 de Badalona. Levanta los brazos y habla con cierto aire retador, pero a una distancia prudente, a los antidisturbios que acaban de expulsarle, a él y a sus compañeros, del lugar que les ha servido bien o mal de refugio durante dos años. “Iremos a un local todavía más grande que este. ¡Esta misma noche! Vosotros tenéis riquezas, pero nosotros somos africanos. ¡Viva África!“, exclama.
Es una bravuconada y, sobre todo, un pequeño autoengaño. Porque lo cierto es que, para los más de 400 migrantes expulsados del B9 —solo la mitad permanecía allí ayer por la mañana, cuando se ejecutó uno de los mayores desalojos colectivos en España— no hay alternativas a la vista. Se han quedado sin techo y, ante la pasividad de la Administración, incapaz de ofrecerles una alternativa, van a tener que buscarse, una vez más, la vida. Ocupar una nave o local en Badalona no va a ser fácil, pues el Ayuntamiento ha redoblado la vigilancia para evitar que eso ocurra. Para muchos no es la primera vez y la escena tiene un extraño aire de dejà vu.
“Ya he vivido esto antes. No comparto mis datos. En la antigua ocupación que se incendió hicimos todos los trámites y después los datos sirvieron para perseguir a la gente”, explica una mujer que, antes de estar en el B9, había vivido en una nave industrial en el barrio del Gorg que fue pasto de las llamas en diciembre de 2020, con el trágico resultado de cinco víctimas mortales. La mujer expresaba sus dudas no a la Administración, sino a un colectivo de apoyo a los migrantes que improvisó unas mesas y unas sillas en plena calle para registrar a los ocupantes (tiempo viviendo en el B9, situación administrativa, teléfono de contacto) y hacerles seguimiento.
La sensación entre los residentes es de desamparo absoluto. Idriss tiene 40 años y es de Guinea. Llevaba ocho meses en el B9. Aunque tiene permiso de trabajo y es operario de logística de Danone, no encuentra un piso o una habitación para alquilar. “Está todo caro, sí, pero el problema no es que no pueda pagarlo, es que cuando ven que soy africano tampoco me alquilan nada”, dice. Confiesa que no sabe qué va a hacer ahora. “No sé dónde voy a dormir esta noche”. Y que cuando los demás le preguntan, no sabe qué responder. Cree que no habrá solución colectiva, y que cada uno se buscará el techo por su cuenta, o a lo sumo en pequeños grupos. “La gran mayoría de gente que estamos aquí somos trabajadores y lo único que queremos es vivir con un poco de dignidad”, cuenta de pie, en la misma plaza donde aguardan una solución de la Administración que, ya lo intuyen, no va a llegar.
El alcalde de Badalona, Xavier Garcia Albiol (PP), dijo que el Ayuntamiento solo ha proporcionado un alojamiento “temporal” a “16 o 17 personas”, mientras que los servicios sociales han registrado a otras 50. Para el resto no hay ninguna solución, subrayó el alcalde, que insiste en vincular a los migrantes del B9 con la delincuencia y el incivismo.
Aunque hay dardos contra Albiol, la angustia es el sentimiento predominante en el colectivo. Adam Zar, de 25 años, llegó desde Senegal hace un año y desde hace cinco meses vivía en la nave desalojada. Este viernes tiene una cita con Extranjería para avanzar en la regularización de sus papeles, un trámite que ahora es aún más urgente. “Necesito mis papeles para encontrar empleo, alquilar una habitación y buscarme la vida.” A la salida del antiguo instituto, con una mochila y una bolsa de ropa, explica que no tiene adónde ir y que, hasta el momento, también no ha recibido apoyo de los servicios sociales.
Ebrima Naso comparte la preocupación de no saber dónde pasará la próxima noche, pero le preocupa algo más urgente: dónde guardar sus medicinas. Diabético, depende de un tratamiento que exige guardarlas constantemente en una nevera. En el instituto tenía una habitación propia, “pequeña, pero suficiente para vivir”. Tras el desalojo, dejó su pequeña bolsa con medicamentos en un bar cercano, que accedió a guardarlas a cambio de diez euros. No es la primera vez que se ve en la calle. Estuvo durmiendo en el parque de la Ciutadella y, antes de llegar al B9, en casa de un pakistaní. “Me tuve que ir. Desde entonces busco habitación, pero siempre pasa lo mismo: buscan chicas o estudiantes que puedan pagar más”.
Lo que durante dos años fue una especie de pueblo vibrante, con jóvenes trajinando constantemente carros de la compra cargados de chatarra, se convirtió a partir de mediodía del miércoles en un solar vacío: puertas y cristales rotos, ropa y objetos personales abandonados, habitaciones revueltas... “Al principio, cuando entraron, algunos intentaron prender fuego en el patio para enfrentarse a los Mossos”, relata Naso. Algunas salas del instituto funcionaban como viviendas independientes, con nevera y fogón propios, otras dependían de espacios comunes, como comedores compartidos e incluso un pequeño bar. “Había de todo, pero conmigo siempre hubo respeto. Nunca entraron en mi habitación sin permiso. La gente no lo entiende, pero había una orden”, añade Nosa.
Con la posesión del inmueble recuperada, el Ayuntamiento de Badalona se ha propuesto que no vuelva a ser ocupado. Ni ese recinto ni otras naves del municipio, porque el propósito de Albiol es que los migrantes del B9 se marchen de Badalona. Es consciente de que esa solución conlleva otro problema: que se dispersen en municipios cercanos. Confía en que no sea así, pero le basta con que no sigan en su ciudad. Los moradores del que ha sido el mayor asentamiento informal de migrantes en Cataluña, sin embargo, recuerdan que están aquí, que no van a desaparecer. Y que, aunque los desplacen una y otra vez, tendrán que buscar algún lugar donde dormir a las puertas del invierno.