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¿El regreso de Puigdemont bastará?

Tras repasar la encuesta del CEO, que empequeñece a veinte escaños el espacio de Junts, incluso el líder puede dudar de que un hombre lo pueda todo

Ejecutada la ruptura por etapas con el PSOE y encajado el ...

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Ejecutada la ruptura por etapas con el PSOE y encajado el tortazo demoscópico del último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió -CEO, el CIS catalán-, en Junts se persigue imperiosamente una buena noticia. El partido está aturdido y necesita que el 2026 no sea un año tan aciago como el que cerramos. No hay acuerdos por cobrar en Madrid, porque los siete diputados capitaneados por Míriam Nogueras se han inhibido y el Gobierno de Pedro Sánchez tiene un lodazal en el Congreso. Y, en Cataluña, el debate político se focaliza en la amenaza creciente de la extrema derecha, que aspira a copar una cuarta parte del Parlament, con Aliança Catalana vampirizando votantes independentistas. Solo el regreso de Carles Puigdemont puede agitar la coctelera, entienden en la dirección. Y en Junts ya se verbaliza la carta del retorno, elevado a la categoría de punto de inflexión. Ahora sí que sí.

Ciertamente, existen elementos para el optimismo de un viaje de vuelta, sin repetir operaciones clandestinas como la de agosto de 2024, que tanto minó la credibilidad de los Mossos d’Esquadra y erosionó la institucionalidad del propio expresidente. Las percepciones de que el regreso es ahora posible están ancladas en la amnistía y no en otro eslogan electoral. En el partido subrayan el aval mayoritario del abogado general del Tribunal de Justicia de la Unión Europea a la ley del olvido y ya barruntan si el primer trimestre del próximo año será la hora de la verdad. El tribunal europeo puede ratificar la decisión del abogado general y dar cobertura al Constitucional para avalar la amnistía de Puigdemont. En la cúpula de Junts imaginan al Supremo en fuera de juego -y su obstinación por frenar la ley convertida en estrategia agrietada-, y el líder, de vuelta a casa para ejercer de revulsivo.

Cuesta determinar si son cálculos meditados desde el realismo o la necesidad. Porque no hace falta recurrir a las voces más críticas con el partido, las que describen una dirección sin permeabilidad al debate ni plan alternativo a los designios de Waterloo, para detectar el hervidero de nervios que es hoy Junts. Se intranquilizan alcaldes ante el avance xenófobo, y cuchichean dirigentes que no entienden la ausencia de autocrítica de los mandos de la formación, sin que el “malestar” tome categoría de rebelión. En la sala de máquinas, donde resuena la inquietud, instan a la parroquia a resistir hasta que el temporal amaine y el retorno de Puigdemont sirva para remontar. No se sabe todavía si con un discurso suficientemente sólido para evitar la contaminación de la agenda ultra.

El líder, que sigue sirviendo de argamasa de la derecha soberanista, no percibe un pulso en su contra. Junts sigue entendiéndose a partir de su figura. Y es probable que Puigdemont haya imaginado que, de vuelta en Cataluña, un tour por el país le reconecte con el elector independentista, incluso el que dejó de creer en los partidos alfa del procés y flirtea con el voto de la frustración. Pero es también imaginable que, íntimamente y tras repasar la encuesta del CEO que empequeñece a veinte escaños el antiguo espacio convergente, incluso él pueda dudar de que un hombre lo pueda todo.

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