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Charlotte Rampling: “Me gusta el riesgo”

La actriz, de 79 años, ha presentado en el festival L’Alternativa de Barcelona el filme ‘L’ancre’ en el que una terapeuta repasa casos de pacientes con psicosis durante un viaje al Ártico

No hay manera de sustraerse a la emoción de que clave en ti su famosa mirada azul verdosa Charlotte Rampling (Sturmer, Essex, Reino Unido, 79 años). Es la mirada de la bella Consuella que se imponía a la coleta y el taparrabos de Sean Connery en la extravagante Zardoz (1974) de John Boorman, la de la Sharon Frederick que llega a un pueblecito irlandés para enredarse en una preciosa y finalmente triste historia junto a Philippe Noiret, Peter Ustinov y Fred Astaire en la inolvidable Un taxi malva (1976), de Yves Boisset; y sobre todo la de la traumatizada Lucia cuando la filma desnuda Max (Dirk Bogarde) en El portero de noche (1974), de Liliana Cavani, o cuando canta en el campo para los guardias nazis bajo la gorra de la calavera o le lanza aquella mirada tan felina al antiguo SS mientras lame hambrienta un pote de mermelada. Rampling sonríe con aire de intemporal Circe cuando se le recuerdan atropelladamente esas películas, y tantas más, y se le pregunta si es consciente de que es imposible no verla como un maravilloso palimpsesto de tantos personajes y emociones.

“Todos esos personajes siguen viviendo conmigo, por supuesto”, responde la actriz divertida y halagada con el azoramiento del admirador. “He hecho cosas muy diferentes”, reflexiona sin romper el divino contacto de sus glaucos ojos. “Entro de manera diferente cada vez en los papeles, en cada ocasión me da otra forma distinta de vivir”. Y continúa: “Empecé de muy joven a actuar, a veces vemos actores y actrices y los asociamos con un papel determinado y no podemos verlos de otro modo. Yo quiero que cada vez, cada papel, sea una experiencia única y por eso he hecho personajes tan diferentes. Es una cosa curiosa, porque hacemos vivir a otra persona encarnándola, pero al mismo tiempo somos nosotros. Es una manera singular y extraña de vivir nuestro cuerpo”·

La Rampling ha visitado Barcelona (por primera vez) para presentar en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) en el marco del festival L’Alternativa la película L’ancre, de la cineasta Jean Debauche, un arriesgado ejercicio cinematográfico, en blanco y negro y con una duración de apenas 60 minutos, en el que la actriz encarna a una terapeuta que repasa casos reales de pacientes psicóticos —y su propio brote— mientras las imágenes (impresionantes) muestran un viaje en velero por el Ártico en invierno. El filme combina de manera extrañamente conmovedora y pertinente los primeros planos de Rampling (único personaje que aparece en imagen), los relatos de los pacientes que ella escucha en cintas en un viejo casete y los solitarios y helados parajes árticos para componer una verdadera sinfonía de dolor y humanidad en la que se entremezclan los paisajes exteriores e interiores. La mayor parte de L’ancre es una precisa y preciosa metáfora en la que el mundo de la psique y el de la naturaleza más extrema, salvaje y fascinante se reatroalimentan en una cascada de significados.

¿Por qué aceptó Charlotte Rampling este proyecto tan extremo? “Por que me gusta el riesgo”, responde la actriz en el encuentro con ella y la realizadora Jean Debauche de un reducido grupo de periodistas. “Y me intrigaba ese viaje que proponía la directora, me interesaba mucho ese proyecto en medio de la naturaleza”.

L’ancre tiene un barniz de documental. “Faltan palabras para una película así, no entra en los cánones, en ninguna de las cajas habituales de los géneros”, señala Debauche (Bruselas, 47 años). “Es una ficción pero con testimonios reales de pacientes, tratados con mucho cuidado y precisión”. Pocas actrices darían un salto como ha hecho Rampling de un blockbuster como el Dune de Denis Villeneuve (donde encarna a la poderosa lideresa de las Bene Gesserit, la reverenda madre Mohiam) a un filme como L’ancre. “Creo que esos cambios marcan una carrera”, responde la intérprete. “Me define la curiosidad. Soy una aventurera, quizá no de la vida pero sí de la creatividad. Nunca pierdo las ganas de aprender”.

Con una hermana tres años mayor que ella que se suicidó cuando la actriz contaba solo 20 y episodios de depresión en su vida, ¿le influyó lo personal a la hora de aceptar el proyecto? “Sí, el de L’ancre es obviamente un tema muy especial para mí, sin duda, y que creo que hay que sacar del espacio cerrado de lo que no se dice. Todos tenemos experiencias, propias o de seres queridos, de depresiones, psicosis y otras alteraciones, cosas difíciles de soportar. Cómo afrontar eso es algo que me ha acompañado a lo largo de toda mi vida. Toda mi vida es un arriba y abajo, siempre con altibajos, con momentos más alineados y otros menos. La visión de la película, de cómo mostrar esos problemas, me parece muy inspiradora”.

Al señalárseles a la actriz y a la directora que es una de las pocas veces que se muestra la psicosis en el cine fuera del terreno del thriller o el terror, la segunda reflexiona que es verdad. “Es muy interesante poner las cosas a otro nivel, evitando la idea del psicópata asesino”. Para la Rampling, “desde luego L’ancre no es entretenimiento”.

De la elección del paisaje (en la película hay imágenes de los hielos del Ártico, de glaciares desplomándose, de grietas en la corteza de la banquisa, y también de géiseres y vulcanismo rodadas en Islandia), Rampling destaca la elección “porque el Ártico es extremo; no tendría mucho sentido rodar una historia así en una playa mediterránea para hablar de la locura”. Añade que el frío y el agua son dos de las cosas a las que ella personalmente teme. La directora apunta que la metáfora del hielo para hablar de la psique dañada es muy certera. “La mente humana en crisis ha sido descrita como un cristal que se que rompe. El propio Freud habló de mente y cristal”.

Debauche admite que tener a Charlotte Rampling ha ayudado a conseguir financiación para un filme tan difícil de vender. “Buscar dinero para un proyecto así, experimental, era muy complicado”, reconoce. “Aunque Charlotte, como actriz de ficción, parecería no cuadrar, es fundamental. Hay que romper moldes. Es un filme del que sales creciendo como persona pero no indemne”.

La directora no solo conoce la obra del psiquiatra catalán Francesc Tosquelles (1912-1994), al que precisamente el CCCB dedicó una formidable exposición, sino que dice que la ha inspirado. “Su trabajo, su idea de psicoterapia institucional y de sanar las instituciones psiquiátricas, es de una importancia enorme en nuestro proyecto”. Lo de las cintas y lo de la casete desde luego tiene todos los visos de un homenaje al innovador terapeuta.

A pedirle que reflexione sobre lo que significa envejecer para una actriz, Rampling dice que” para todos es difícil aceptar verse envejecer” pero en todo caso, “lo difícil es vivir”. No es partidaria de como hacen otras y otros operarse la cara. “Cuando la gente lo hace deja de tener expresión, yo decidí no hacerlo, me gusta que se pueda leer mi vida en mis rasgos. Ahora se puede dibujar encima de tu rostro en las películas, ¿es esto lo que quieren los espectadores? A mí no me convence, es falso. Mi idea de la vida es que es un camino difícil en el que se cruzan tristeza y felicidad, y eso deja rastro en ti”.

La actriz y la directora no quieren revelar el making off de L’ancre, el cómo se hizo la película y si verdaderamente Rampling viajó en velero en esas condiciones extremas al Ártico. “Sería romper la magia de la película”. Eso sí, la actriz dice que le guta el mar y navegar. “De no ser así no habría hecho esta película”, afirma con una sonrisa y un último destello inenarrable, hielo y fuego, en la mirada.

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