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La hora de Europa

No nos quedemos encerrados en casa con nuestros juguetes. El parlamento catalán tiene que tomar posición en el gran envite del momento: la amenaza autoritaria. Y tener una clara y compartida posición en el debate europeo

La líder de Aliança Catalana, Silvia Orriols, bajando por las escaleras en el Parlament.Toni Albir (EFE)

Paradojas de la historia, el final de la fase intensa del ciclo del procés catalán ha coincidido con la súbita crisis política mundial que ha puesto en evidencia el paso del capitalismo industrial al capitalismo financiero y digital. Dos piezas estructurales de las sociedades modernas, el sistema económico y su expresión comunicacional, están en profunda mutación hasta entrar en un inquietante período en que hay muchas dudas sobre el futuro de...

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Paradojas de la historia, el final de la fase intensa del ciclo del procés catalán ha coincidido con la súbita crisis política mundial que ha puesto en evidencia el paso del capitalismo industrial al capitalismo financiero y digital. Dos piezas estructurales de las sociedades modernas, el sistema económico y su expresión comunicacional, están en profunda mutación hasta entrar en un inquietante período en que hay muchas dudas sobre el futuro de las instituciones básicas del capitalismo liberal. Esta coincidencia, en el caso de Cataluña, ha servido para acelerar el paso del procés al baúl de los recuerdos. Y para entrar en una fase de cierta normalización política. La gestión de las cosas va recuperando el primer plano de una escena en la que las preocupaciones ya no vienen de las cuitas patrióticas internas, sino de las incertidumbres que compartimos con Europa. Ante el cambio de marco mundial, Cataluña vive un cierto retorno a la prudencia y a la moderación, donde había programas de máximos ahora hay el temor compartido al destino común de una Europa acorralada por los que fueron tutores de sus dos partes: Estados Unidos y Rusia, asociados en una inquietante alianza depredadora, con la imposición del autoritarismo postdemocrático como objetivo compartido.

Aquí, los arrebatos identitarios de algunos protagonistas ya no pasan de testimoniales, mientras la política vive en la lógica de los pactos y negociaciones para obtener las pertinentes mayorías parlamentarias, con el independentismo aprovechando su cuota de diputados en los dos parlamentos, el catalán y el español, con un protagonismo considerable –que es a la vez un modo de normalización- en la negociación de los apoyos para que se den las mayorías necesarias para sacar proyectos adelante. Sánchez busca a Junts y Esquerra, se pactan las compensaciones que a su vez tienen traslación en las combinaciones parlamentarias del Gobierno de Illa y así es el día a día de la normalidad democrática representativa.

El contexto está tumbando muchos textos y entre ellos el relato frustrado que vivió Cataluña identificado como el procés. La historia tiene sus ironías. Los cambios políticos van muy asociados al principio de oportunidad. Las leyes de la política son inequívocas: cuando los que tienen poder leen mal la realidad de las relaciones de fuerzas y van más allá de sus posibilidades entran, lento pero seguro, en la frustración y en la desmovilización, mientras un tupido velo cubre el decorado de la promesa inalcanzable. Y la perpetuación de la queja solo conduce a la melancolía.

Por eso es importante que la política catalana no se pierda en el ensimismamiento y mire a Europa. El escenario actual lo define el desconcierto por las amenazas exteriores y la presión de las extremas derechas sobre unas derechas cada vez más claudicantes. Se había querido creer que estábamos al margen de este problema. Pero la derecha nacionalista ya está vacilando desde que Sílvia Orriols –la alcaldesa de Ripoll salvada por Junts- va adquiriendo presencia. No nos quedemos encerrados en casa con nuestros juguetes. El parlamento catalán tiene que tomar posición en el gran envite del momento: la amenaza autoritaria. Y tener una clara y compartida posición en el debate europeo conforme al marco que impulsan líderes europeos como Frederic Merz y Keir Starmer, transmitiendo a la sociedad catalana la prioridad del momento: defender a Europa del asalto de las potencias que medran en el diseño del nuevo autoritarismo. Pronunciarse sobre Europa, implicarse en su suerte, es necesario porque si hay una urgencia ahora mismo aquí, como fuera de aquí, es evitar que las derechas caigan en la tentación trumpista y no se dejen arrastrar por la extrema derecha y las potencias que las alientan. Y no está garantizado, tampoco en Cataluña. Hay vacilaciones indiciarias en Junts. Triste signo de los tiempos.


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