El contador de bicicletas del centro de Barcelona: se quedó en el 41
El tótem del cruce de Passeig Sant Joan y Gran Vía cumple 14 años en su silenciosa labor de detallar el tráfico a dos ruedas y promover la movilidad sostenible
En la Barcelona smart, hiperconectada, transmedia y mobile, una momia de lo más analógico sobrevive, de pie y a la intemperie, destinada a una labor que a ojos actuales podría parecer arcaica. En el lado mar de la conjunción entre Gran Vía y el Passeig de Sant Joan, abajo de la plaza de Tetuán, se puede ver al único contador de bicicletas que el Ayuntamiento de la ciudad llegó a instalar dentro de una larga lista que recogía su plan de 2011 para mantener actualizadas las c...
En la Barcelona smart, hiperconectada, transmedia y mobile, una momia de lo más analógico sobrevive, de pie y a la intemperie, destinada a una labor que a ojos actuales podría parecer arcaica. En el lado mar de la conjunción entre Gran Vía y el Passeig de Sant Joan, abajo de la plaza de Tetuán, se puede ver al único contador de bicicletas que el Ayuntamiento de la ciudad llegó a instalar dentro de una larga lista que recogía su plan de 2011 para mantener actualizadas las cifras de uso de bicis. El tótem negro, de letras digitales rojas y medidor anual de recorridos no pasa por sus mejores épocas. Lleva ya días congelado en el número 41. Pasa una bici, se marca un 41. Pasa otra, sigue el 41. Se ha quedado a seis de poder optar al Goya.
Hubo una época en la que, sorpresa, el número de ciclistas que recorría la incipiente red de carriles exclusivos para bicis de la ciudad se contaba a mano. ¡A mano! Es decir, el Ayuntamiento, entre 2003 y 2006, llegó a tener personas ubicadas en sitios neurálgicos de Barcelona dedicadas sólo a contar una a una las bicicletas que pasaban. Tanta manualidad y mimo demostraba dos cosas: un uso poco extendido de ese medio de transporte -47.000 desplazamientos diarios registrados en 2006 - y una apuesta real de la Administración por tener datos reales que permitieran, al final, avanzar hasta la consolidación de una política municipal sobre el uso y promoción de la bici. Barcelona, a principios de los años 90, fue pionera en el Estado en este tema.
En 2006, un año antes de que el iPhone viera la luz, la tecnología entonces disponible permitió reemplazar al ojo, el lápiz y el papel por un sistema de contabilización automatizado. Una red de cables sobre el asfalto, conectados a un dispositivo, y ubicados en diferentes sitios clave de la ciudad, permitían llevar la cuenta detallada del paso de las bicis. Pero como con todo cambio, después del normal proceso de aclimatación, comenzaron a aparecer las críticas reales sobre su desempeño. El sistema era incómodo para los propios ciclistas, pero también para los servicios de limpieza, pues implicaba un resalto sobre la superficie. En 2011, con 149 kilómetros de carril bici ya en funcionamiento, el método vivió una nueva revolución y se logró integrar el sensor en el pavimiento.
Y para solemnizar el cambio, el Ayuntamiento entonces liderado por el socialista Jordi Hereu, ahora ministro, decidió que era hora de dar aún más visibilidad al uso de esos datos. Y, mirando a los países nórdicos, se copió la idea del contador de bicicletas. Lo que vendría siendo hoy un visor de datos con que las web de transparencia de un Ayuntamiento busca hacer digeribles los miles de datos abiertos, en esa época llegó en forma de un tótem de 2,3 metros de alto por 45 centímetros de ancho, con unas letras rojas que informaba la hora, la temperatura y el número de bicicletas que cruzaba el punto en tiempo real y el acumulado del año.
No hubo cintas, pero el 15 de junio, de ese año, el primero contador comenzó su labor contar y mostrar cuántas bicis pasaban el cruce de Gran Vía y el Passeig de Sant Joan. En la nota de prensa que daba cuenta de la inauguración, el Consistorio aseguraba que se instalarían artefactos similares en otros de los carriles bici más usados de la ciudad, como los de Marina, Compte d’Urgell, Consell de Cent o Provença. A día de hoy, siguen siendo una promesa más sin cumplir.
¿Por qué fue ese cruce el bendecido? Passeig de Sant Joan vivía entonces su particular renaixença. El proyecto de remodelación de la arquitecta Lola Domenech y de la ingeniera agrónoma Teresa Galí estaban recién inaugurados, con el carril bici central, bidireccional de cuatro metros de ancho, como una de sus principales novedades. El cruce con Gran Vía era el sitio ideal para que el cuenta bicis, que no estaba previsto en el diseño finalista de los premios FAD 2012, luciera a tope. Había hasta quien se hacía fotos con él. La modernidad a ras de suelo, en la principal arteria que conectaba Ciutat Vella con el distrito de Gràcia.
Han pasado muchísimas bicis frente al tótem desde entonces. De los 118.000 desplazamientos en bicicleta registrados en la ciudad el año de su puesta en marcha, los servicios de movilidad del Ayuntamiento contabilizó en 2023 hasta 228.181. Un récord que se supera año tras año -salvo el bache del de la pandemia- y que ni el intrusismo del patinete eléctrico ha podido menguar. La bicicleta se lleva el 3,8% del pastel del reparto modal de los itinerarios de Barcelona.
Las entidades que agrupan a los usuarios de ese medio de transporte y el propio Ayuntamiento creen que aún queda mucho camino por recorrer para la bici en la ciudad. Para una muestra, la ampliación pendiente del Bicing (la meta es que la flota llegue a las 8.000 unidades el próximo año, 5.000 de ellas eléctricas) o el horizonte 2030 de ampliación de la red de carriles bici hasta un total de 356 kilómetros. El tótem, vandalizado con aerosol por un lado y atascado en la bicicleta 041 desde hace días, espera un arreglo por parte del Ayuntamiento para seguir cumpliendo la labor que en su día se le encomendó. ¿Tiene sentido seguir transmitiendo a peatones y ciclistas el impacto del paso de las bicis? “¡No me había dado cuenta!”, explica Ricard, padre de familia de 45 años, cuando el pasado miércoles, mientras esperaba el cambio de semáforo, se le pregunta si había notado que el contador no funciona. “Uf, siempre pensé que era un reloj”, añade Martina, argentina, de 26 años y vecina del Camp d’en Grassot. 41, 41, 41.