De las calles de Kigali a las filas del Ballet de Barcelona

El ruandés Abu Rutaysire, de 23 años, se convierte en el primer bailarín negro de la entidad catalana y en un ejemplo para los jóvenes de África

Abu Rutayisire, primer bailarín negro del Ballet de Barcelona, en el Centro de Danza Tradicional Catalana, en Rubí.Albert Garcia

Abu Rutaysire (Kigali, 23 años) tiene poco tiempo para responder a preguntas sobre su vida. Los ensayos de Abu, como le conocen todos en el Ballet de Barcelona —compañía a la que pertenece desde 2023— se extienden desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde en el centro de danza La Espona, en Rubí, Barcelona. Actualmente prepara junto con la ...

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Abu Rutaysire (Kigali, 23 años) tiene poco tiempo para responder a preguntas sobre su vida. Los ensayos de Abu, como le conocen todos en el Ballet de Barcelona —compañía a la que pertenece desde 2023— se extienden desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde en el centro de danza La Espona, en Rubí, Barcelona. Actualmente prepara junto con la compañía que dirigen Chase Johnsey y Carolina Masjuan las coreografías de Tongues de David Rodríguez y Giselle de Jules Perrot y Jean Coralli: obras que forman parte del repertorio del grupo esta temporada junto con El Cascanueces .

Rutaysire creció en las calles de Nyamirambo, un barrio de Kigali, la capital de Ruanda. Tuvo que vivir en la calle o compartiendo un colchón con su madre y sus hermanas desde los 13 hasta los 15 años. “Yo vengo de la calle, tuve que buscar comida y lugares en donde dormir”, asegura con orgullo. Cuando era pequeño, soñaba con ser médico, pero después de tomar una clase de danza contemporánea gracias al proyecto Mindleaps -una organización que trata de ayudar a ruandeses a salir de la pobreza- supo que había encontrado su vocación. Tuvo que convencer a su madre y a sus hermanas de que la danza podía convertirse en una herramienta económica para sostener a su familia. “Abu nació para bailar, tiene un talento divino”, asegura Johnsey.

Rutaysire empezó a estudiar danza contemporánea con otros jóvenes en su misma situación con Mindleaps, cuando la organización llegó a Kigali en 2015. Cuando Chase Johnsey, bailarín, coreógrafo y fundador del Ballet de Barcelona fue a Ruanda a dar clases de danza a los profesores de la organización en 2017, Rutaysire insistió para que le permitiese unirse a su clase de ballet. Johnsey percibió inmediatamente el talento de Abu, hasta el punto de que le permitió asistir a sus clases de danza clásica que eran exclusivamente para profesores.

Abu Rutayisire junto a sus compañeros durante un ensayo del Ballet de Barcelona en la Espona (Centre de la Dansa Tradicional Catalana). Albert Garcia

El talento bruto de Rutaysire tampoco pasó desapercibido para Misty Copeland, un prodigio de la danza clásica y primera mujer negra en ser ascendida a bailarina principal del American Ballet Theatre en sus 75 años de existencia. Cuando la ballerina visitó Ruanda en calidad de embajadora del proyecto Mindleaps, descubrió también en el acto el talento de Rutaysire al ver sus poses de danza en las fotografías de la organización. Copeland intercedió para que el prestigioso Pacific Northwest Ballet de Seattle, Estados Unidos, bajo la dirección de Le Yin y Jonathon Poretta, le concediera una beca completa para estudiar danza clásica.

“Misty me dijo que no quería que mi talento se perdiese”, apunta el bailarín, quien explica que se mantiene en contacto con Copeland por medio de mensajes. Tras su paso por Estados Unidos, Rutaysire aterrizó en 2023 en Barcelona, donde se reunió nuevamente con Johnsey para convertirse en el primer bailarín negro de la compañía. “Hay que destacar que Abu lleva seis o siete años bailando formalmente mientras que los otros chicos llevan el doble de tiempo”, señala Johnsey.

Pese al ambiente tenso que se respira en la sala de danza del Centro Tradicional de Danza Catalana de La Espona, en donde ensaya la compañía desde su fundación en 2019, Abu consigue sacar una sonrisa a sus compañeros con frecuencia. Mientras ejecuta pirouettes, retirés y pliés como parte de su entrada en calor antes de ensayar Tongues, confiesa que la transición de la danza contemporánea al ballet ha sido “lo que más me ha costado en toda mi carrera”. Pese a lo duro de los entrenamientos, los sacrificios de la profesión y las lesiones, Rutaysire asegura que “quisiera extender mi carrera hasta los 45 años y después convertirme en coreógrafo”. Johnsey confirma que el joven “tiene el talento y la ética de trabajo necesarios”.

Rutaysire ha seguido los pasos de bailarines de danza clásica como la propia Copeland, o el cubano Carlos Acosta, que tuvieron que luchar contra estereotipos raciales para abrirse paso en una profesión históricamente reservada a los blancos. A Rutaysire le cuesta decirlo, pero Johnsey asegura que es un ejemplo para miles de bailarines africanos que tienen el sueño de triunfar en los grandes escenarios de la danza clásica. “Cuando viajamos a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, con la compañía, para presentar la obra Tongues, los aplausos de los espectadores eran más fuertes para Abu que para el resto de los bailarines, un ejemplo claro de lo que él significa para los jóvenes de allí”, concluye Johnsey.


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