Inconsecuentes y olvidadizos

Los desmemoriados están mayoritariamente en Junts, todavía subidos al monte gracias a sus siete diputados milagrosos con los que mantienen la ilusión de la centralidad perdida

El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, conversa con Toni Comín, durante un acto de campaña de las elecciones europeas.David Borrat (EFE)

En la primera fase fueron frívolos e irresponsables. Como niños con sus legos y no responsables políticos con el gobierno de su país en las manos. A partir del otoño fatídico de 2017, hace siete años, fueron inconsecuentes primero y olvidadizos después. Nada sacaron de sus estériles hojas de ruta, convertidas luego en advertencias, más tarde amenazas y finalmente declaraciones solemnes y cargadas de promesas históricas, como república, estado, soberanía e independencia, a excepción de la huida del máximo responsable del disparate.

Terminado el estropicio, tocaba el olvido. Como si nada ...

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En la primera fase fueron frívolos e irresponsables. Como niños con sus legos y no responsables políticos con el gobierno de su país en las manos. A partir del otoño fatídico de 2017, hace siete años, fueron inconsecuentes primero y olvidadizos después. Nada sacaron de sus estériles hojas de ruta, convertidas luego en advertencias, más tarde amenazas y finalmente declaraciones solemnes y cargadas de promesas históricas, como república, estado, soberanía e independencia, a excepción de la huida del máximo responsable del disparate.

Terminado el estropicio, tocaba el olvido. Como si nada hubiera pasado de lo que alguien pudiera pedir responsabilidades. Como si los que las han pedido, concretamente judiciales, fueran los auténticos responsables del desastre. Como si los que se las han perdonado, a costa de no poco desgaste político, fueran sus deudores, a los que nada hay que agradecer y, al contrario, hay que cargar con reproches por no haber sido tan frívolos e irresponsables como ellos. Como si quienes han reconciliado a la sociedad dividida fueran los oportunistas inventores de la división. Como si el fracaso no fuera propio sino de quienes les aconsejaban que corrigieran su inviable camino. Incapaces de aprender de la experiencia, ahora siguen acumulando vicios políticos sin superar ni uno solo.

Desenfundan el despectivo y astroso calificativo de “españolista” para un gobierno tan catalanista al menos como los de José Montilla, Pasqual Maragall y Jordi Pujol, español del año que declaró entrañable la idea de España. Son olvidadizos pero también selectivos. Solo olvidan lo que les conviene, estigma inequívoco de los rencorosos, como si ninguno de sus numerosos fracasos y sus inexistentes éxitos fuera con ellos. Libros y artículos de los más notables ideólogos de la independencia ilustran la teoría ahora inhibida: había muerto el catalanismo, ideología regionalista y burguesa incapaz de superar la estéril fase pactista y moderada, y se trataba de sustituirlo por el soberanismo rupturista, independentista y republicano. Era una pantalla pasada. Ya no valían medias tintas, como las practicadas por Pujol e incluso Artur Mas: o independencia o españolismo, un dilema que al anticatalanismo también le parecía y le sigue pareciendo tan exacto como oportuno.

Los olvidadizos están mayoritariamente en Junts, todavía subidos al monte gracias a sus siete diputados milagrosos con los que mantienen la ilusión de la centralidad perdida. Se enfrentan a un gobierno en el que hay algún consejero salido de sus filas y de Esquerra, presidido por un tarradellista, y dispuesto a bregar por un pacto fiscal singular, por la lengua catalana y por las políticas y servicios públicos que fortalezcan el autogobierno. ¡Ah! Pero es el más españolista de la historia, recriminación que proyecta, como en un espejo, sus cuatro vicios capitales: su frivolidad, su irresponsabilidad, su inconsecuencia y su desmemoria. Y también su incapacidad para regresar a donde debían y donde se les espera, que es el espacio central de la política catalana, el catalanismo.

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