El calvario de la agresión sexual: “El juicio fue lo peor. Sin las policías, hubiese renunciado”

Dos víctimas de un agresor serial y dos ‘mossas d’esquadra’ explican el camino que recorrieron juntas hasta lograr la condena

De izquierda a derecha, Pamela, Kira, Juncal y Silvia.Albert García

Las vidas de Pamela y Juncal están irremediablemente unidas para siempre. Ambas son víctimas de Johan Felipe Herrera, un agresor sexual serial que en 55 días atacó al menos a cuatro mujeres en portales de Barcelona. De abalanzarse sobre Pamela —“se me fue encima, me tocó y empecé a gritar”—, quitarle la ropa a Juncal —“me bajó el pantalón y me tocó el culo”—, a penetrar con los dedos y grabar a su última víctima. En marzo de 2023, ...

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Las vidas de Pamela y Juncal están irremediablemente unidas para siempre. Ambas son víctimas de Johan Felipe Herrera, un agresor sexual serial que en 55 días atacó al menos a cuatro mujeres en portales de Barcelona. De abalanzarse sobre Pamela —“se me fue encima, me tocó y empecé a gritar”—, quitarle la ropa a Juncal —“me bajó el pantalón y me tocó el culo”—, a penetrar con los dedos y grabar a su última víctima. En marzo de 2023, fue condenado a 11 años de cárcel por tres agresiones sexuales y una violación. Un año después, sentadas una al lado de la otra, y acompañadas por las policías que las acompañaron, relatan cómo sin su apoyo no hubiesen llegado a juicio. “Me sentí importante en este mundo donde somos tantas víctimas”, resume Pamela, sobre un proceso duro, en el que muchas mujeres son revictimizadas.

Pamela tenía entonces 30 años. “Venía de correr y bajé a sacar la basura. Habíamos pedido comida, y un rider se me acercó de una forma extraña en la bicicleta”, explica en una sala de reuniones de una comisaría en Barcelona. Además de Juncal, la escuchan Kira Estrada, la inspectora jefa del Área Central de Violencias Sexuales de los Mossos d’Esquadra, y Silvia, la agente que llevó la investigación contra su agresor. “Pensé que era nuestro repartidor e, ingenuamente, bajé y le abrí la puerta”. Ella le preguntó si llevaba una entrega al entresuelo… “Me dijo que no, solté la puerta y él metió el pie para que no se cerrase”. Enseguida pasó a “sentirlo muy cerca”, intentando entrar con ella en el ascensor. En segundos, se le echó encima. “Grité y él escapó corriendo”, explica Pamela, sobre aquel 29 de noviembre de 2020.

51 días después, Juncal, con 18 años recién cumplidos, regresaba a su piso en Barcelona. “Entré en mi casa, la puerta se estaba a punto de cerrar, escuché un golpe muy fuerte y vi media rueda delantera de una bici”. Era un repartidor, al que quiso echarle una mano: “Le abrí y entró”. “Se quedó unos pasos detrás de mí, mirando el teléfono, de espaldas”. Pero cuando llegó al ascensor, la abordó, le bajó el pantalón y le tocó el culo. “Fueron 15 segundos que parecieron una hora. Le grité, con mucha rabia. Y él me dijo puta y se fue corriendo”. Juncal, “en shock”, salió detrás de él. “Casi lo cojo. Pero empujó a dos abuelas, y se cayeron delante de mí. No iba a pasar por encima de ellas”. Mientras ella gritaba furiosa, alguien dijo que le habían robado el móvil. “Sentía mucha rabia”, recuerda, sobre la tarde de aquel 18 de enero de 2021.

Pamela, Silvia (espaldas), Kira y Juncal, reunidas un año después de que condenasen al agresor sexual de las dos mujeres, un falso repartidor.Albert Garcia

Pamela pasó del “coraje, la sorpresa, el miedo e incluso la risa” a la “ira”. No la ayudó que su primera denuncia “fuese un desastre”: “Me atendió un chico, me preguntó todo. Me dijo que no creían que lo encontrasen, porque pasaba mucho. Y que ya me llamarían si había alguna novedad”. A partir de ese momento, “bloqueó” lo ocurrido, y siguió adelante. Por fuera, todo seguía normal, pero por dentro, algo bullía: “Odiaba a los hombres. Salía a correr con rabia”.

Juncal fue a denunciar “a rastras”, obligada por su padre. De aquel primer momento, recuerda la “frialdad del cristal” del mostrador de la comisaría, y la nula intimidad con la que tuvo que contar lo que le había pasado. “Como si me hubiesen robado un móvil”. Pero ella enseguida fue derivada al Área Central de Violencias Sexuales de los Mossos d’Esquadra (ACVS). Todavía no lo sabía, pero era la tercera posible víctima de un mismo hombre. “Vinieron un chico y una chica, nos acompañaron a una sala. Y ya el trato fue mucho más cariñoso”.

Pamela, la primera agredida, tuvo que esperar más de un mes. “Entre ella y Juncal hay otro caso [el 10 de enero, que no se pudo demostrar judicialmente]. Vemos que es un radio de acción próximo, una forma de operar parecida, una descripción muy similar…”, explica la inspectora Estrada, responsable de la ACVS, que investiga violaciones poco habituales, a manos de desconocidos, algunos de ellos seriales. Y deciden asumirlo ellas, con una triple mirada: la operativa, la de análisis y la de atención a las víctimas, a las que ya no las soltarán de la mano hasta el juicio.

“Me dijeron que eran de la unidad de víctimas de los Mossos d’Esquadra y que este chico lo había hecho más veces”, recuerda Pamela sobre la llamada que “lo cambió todo” y que recibió estando en el trabajo. “Me preguntaron cómo estaba, si necesitaba apoyo psicológico. Con mucho tacto, se interesaron por mi vida. Me dieron esperanza”, agradece. También le contaron que tenían un sospechoso, y que podía ir a reconocerlo. Y se inició un ciclo de mensajes de WhatsApp y llamadas de teléfono periódicas que duró más de dos años. “Personas que estaban pendientes de mí, y me hacían sentir que importaba”.

Después de Pamela y Juncal, Johan Felipe Herrera, entonces de 32 años, atacó a dos mujeres más el 22 de enero de 2021. La primera, una menor de 16 años, la abordó en una finca, le tocó el culo y el pubis, usando fuerza física, y luego huyó. Una hora más tarde, a las diez y media de la noche, asaltó a otra mujer en un portal, la metió en el ascensor, le bajó los pantalones, la ropa interior, y le introdujo los dedos en el ano y la vagina. Además, lo grabó. Al día siguiente, los Mossos d’Esquadra le detuvieron con el convencimiento de haber atrapado a un violador en serie en plena escalada.

Juncal recuerda la parálisis que sufrió en las piernas en esa época. “Si me preguntaban, me bloqueaba”. Y el pavor del momento en el que la llamaron para “el reconocimiento de unas fotos”. “Me asusté. ¿Y si señalas al que está mal? Sentía una gran presión. ¿Y si le caen un montón de años y le estoy arruinando la vida a alguien?”. Todos sus temores los compartió con las mossas que desde el primer día la acompañaban. “Me vinieron a buscar a casa y fueron conmigo”, cuenta sobre el momento de ver las fotografías. “Me tranquilizaron. Sentí que realmente les importaba, que se interesaban por mí. Por lo que me pasaba en ese momento, pero también cómo me iba, mis exámenes, mis estudios…”

“No son casos. Es Juncal. Es Pamela”, asiente la inspectora Estrada, mientras las escucha. “Se trata de transmitirles cierta tranquilidad y esperanza. Que les ha pasado a más víctimas, pero que no están solas”, se suma Silvia, la agente que investigó las agresiones. Un acompañamiento emocional a las mujeres, con el que orientarlas, resolver dudas, escucharlas. “No es solo perseguir al autor como el objetivo máximo. Es tenerlas a ellas como protagonistas”, incide la investigadora.

Dos años después, en octubre de 2022, llegó el juicio. “Para mí, fue lo peor. Nunca pensé que me removiera tantas emociones”, rememora Pamela, sobre una jornada “intimidante” en la que tuvo que verlo de nuevo. Pero al menos no estaban solas: las policías arropaban a las víctimas y les explicaban cada paso. “Sin ellas, hubiera renunciado. Sentí que ya estaba perdiendo mucho de mí. Te remueve tantas emociones que ya no quieres trabajar ese día, no quieres tocar nada”, asegura Pamela. Juncal tiene grabado a fuego el pasillo en el que les tocó esperar: “Te daba el sol. Nos estábamos muriendo. Y al cabo de cuatro horas, salen y nos dicen que se suspende. Si no llega a ser por las policías, les digo ‘ahí te quedas”.

“Es un proceso burocrático, y hay que contarlo muy bien, y acercarlo también de otra manera”, opina la inspectora Estrada, que asegura que desde entonces han mejorado algunas cosas, como que las víctimas de una agresión sexual no esperen en un pasillo durante el juicio. “Aprendemos también a minimizar el impacto, y a amoldarnos a sus necesidades”. Los Mossos buscan un “cambio de paradigma” que poco a poco intentan implementar en todo el cuerpo. “Expandir este modelo en toda Cataluña”, con más formación y pedagogía.

Johan Felipe Herrera fue condenado a 11 años y 3 meses de cárcel en marzo de 2023. Antes, sus cuatro víctimas pasaron por un proceso judicial duro, en el que se sintieron “destruidas”. Pamela supo del fallo en Valencia, en fallas: “Vi la sentencia, vi que había apelado y me dio mucho coraje”. Juncal iba en bus, camino de la psicóloga: “Nos dijeron que en Navidad tendríamos la sentencia. Y al final se retrasó tres meses. Cuando me llamaron y me lo dijeron, me pareció poco. Al ser víctima, te parece poco”. Las dos recuerdan con gran pesar el papel del abogado de la defensa: “Fue el peor trato”.

Ambas pensaron que con el juicio pasarían página. Pero las secuelas están ahí. Pamela ha ideado “un plan a, un plan b y un plan c” por si un repartidor intenta atacarla. “Sé dónde está el cuchillo más cercano, y la salida dónde me queda. Lo pienso todos los días, porque todos los días recibo paquetes. Y eso no va a cambiar”. Juncal tampoco se lo quita de la cabeza: “Ya no es el trauma de lo que te ha pasado, es que te juzguen. Que tú misma pienses que no es para tanto. Que te sientas culpable”. En el camino, aprendieron a confiar en un sistema imperfecto que intenta mejorar. De la reinserción de su agresor no esperan gran cosa. Pamela tiene claro que no va a cambiar: “Si el día que esté en libertad se queda aquí, yo no creo que me quede también”.

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