Francesc Homs: “Me costó cero desengancharme de la política”
El exconsejero abrió un despacho de abogados en Barcelona meses después de ser inhabilitado
Francesc Homs, de 53 años, exconsejero de la Presidencia en el Govern de Artur Mas, se quedó el 22 de marzo de 2017 fuera de la política al ser condenado por el Tribunal Supremo a un año y un mes de inhabilitación por un delito de desobediencia por organizar la consulta del 9-N. La sentencia le despojó de su escaño en el Congreso y de golpe se encontró en casa sin nada que hacer. “No tenía nada montado. No había plan b. No me habían fichado de ningún lado. Te quedas fuera de un día para otro”...
Francesc Homs, de 53 años, exconsejero de la Presidencia en el Govern de Artur Mas, se quedó el 22 de marzo de 2017 fuera de la política al ser condenado por el Tribunal Supremo a un año y un mes de inhabilitación por un delito de desobediencia por organizar la consulta del 9-N. La sentencia le despojó de su escaño en el Congreso y de golpe se encontró en casa sin nada que hacer. “No tenía nada montado. No había plan b. No me habían fichado de ningún lado. Te quedas fuera de un día para otro”, relata ahora Homs que con casi 50 años se reinventó y rescató su profesión de abogado, que había aparcado casi: “Me refugié en mi oficio”.
No tuvo muchas dudas y en ese momento apostó por lo que sabe hacer: se había licenciado en Derecho y trabajado en un despacho antes de dedicarse a la política —”No era la vida que había imaginado pero me fui liando”— y se puso a estudiar para reciclarse. Se inscribió en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) —”Algunos profesores se quedaron estupefactos”—- y cursó mini másteres de Derecho Penal en el mundo de la empresa. Cuatro meses después, abría el despacho Tarba, siglas que responden a Taradell, la localidad originaria de su familia, y a Barcelona, en la calle de Villarroel, que asiste a pequeñas y medianas empresas. “¿Si fue rápido? Me tenía que montar la vida. Mi mujer es arquitecta técnica y es un proyecto con dos facetas: de asesoramiento jurídico y técnico”.
“No tenía nada montado. No había plan b. No me habían fichado de ningún lado. Te quedas fuera de un día para otro”, recuera
La condena anticipó su salida de la política porque ya hacía años que meditaba que debía volver a su profesión. “El Derecho es una disciplina muy versátil, pero requiere vocación. Y la tenía y la tengo. Ya estaba muy al límite de poder reengancharme”, cuenta. “Quería hacer una vida más independiente. Quería no depender. Estoy obsesionado con no depender de nadie. Soy independentista hasta ese punto”, bromea. “¿Si me costó desengancharme? Me costó cero. De verdad. Mi salida fue muy accidentada. Si no suena a marciano”.
Militante de base de Junts y buen amigo de Carles Puigdemont, al que visita en Bruselas, Homs está alejado de la política por mucho que interviniera de forma excepcional en un mitin de Junts en El Born durante la última campaña electoral. Hermético sobre la situación política -“Hace muchos años que no digo nada”-, Quico Homs, como así le conoce todo el mundo, no se atreve a pronosticar qué pasará con la investidura -habían pasado solo 48 horas de las elecciones cuando se realizó esta entrevista, justo antes de irse de vacaciones- aunque recuerda que en España parece que se elija presidente a la segunda vuelta: ya pasó en 2015 y 2016 y en 2019.
No está en política, pero todo aboca a ella. Habla desde una sala de su despacho decorada con un mapamundi de Peters, en el que África y Sudamérica se ven grandes y Europa, muy pequeña. “Siempre me ha gustado. La hegemonía se expresa a través de los mapas. Lo usaba en la época del Estatut. La Constitución puede tener lecturas diversas. Y todas son legítimas porque son correctas”. Y remacha: “A veces lo del mapa lo uso con mis clientes. Tú puedes cambiar la perspectiva, pero no podemos hacer trampas y cambiar los hechos, que son incontrovertibles”.
Dedicado por completo a la abogacía y al derecho de empresa, no tiene la menor intención de regresar a la política
Dedicado por completo a la abogacía y al derecho de empresa, dice que su despacho, que define de modesto, le funciona muy bien. Su vida ha cambiado relativamente poco, asegura, porque en su día ya no dejó que cambiaran muchas cosas. Conserva los mismos amigos desde que coincidieron en párvulos en el Sant Gregori y los de Taradell. Ninguno es político. Tiene las mismas rutinas matinales: si antes leía los dossiers de prensa, ahora recibe los de Aranzadi o Family lex sobre las novedades jurídicas. Tras haber sido portavoz y la cara visible del Govern -“Lo digo con humildad: se caía un lápiz en Cataluña y yo me enteraba”- ahora sigue la a información política a distancia—”Como la de un ciudadano medio”—. Y sigue yendo mucho en bicicleta—cuando era consejero, los fines de semana, regresaba a casa de muchos actos sobre la bici para contrariedad, admite, de los mossos—.
Fue durante tres años y medio cada semana a la cárcel a ver a los líderes del procés y estuvo en la bancada de los letrados en el juicio en el Supremo. Y ha visto, dice, dos mundos “absolutamente” diferentes. “El derecho que yo ejerzo es predecible. Hay un abanico, puedes orientar al cliente y normalmente aciertas. El otro no tiene nada que ver con el derecho. Visto en perspectiva, el juicio fue una puesta en escena y una tomadura de pelo”, afirma.
Dice que estos años ha aprendido a ser “más resiliente”, a administrar el tiempo mejor y a descubrir un estado que “nos habían explicado pero no vivido”. Y pone ejemplos: que el fiscal Zaragoza dijera que daba igual para la causa que el referéndum ilegal estuviera despenalizado; la certeza de que se quiso dar un escarmiento con el juicio al pasar de la desobediencia del 9-N a la sedición de 1-O y que juristas e intelectuales de izquierdas defendieran que en Cataluña hubo un golpe de Estado y la condena por rebelión de los Jordis . “Me quedé atónito”, admite.
El Tribunal de Cuentas le embargó la casa, como a otros dirigentes independentistas —asiste a Mas en este procedimiento, aunque ahora ha aceptado el aval de la Generalitat—. El asunto no está cerrado. Homs cuenta que propuso esa medida con escaso éxito antes de que el Govern la impulsara —lo hizo el exconseller Giró—. “Hay un principio legal, el de indemnidad, que figura en el estatuto del trabajador público”, en alusión a que la Administración cubre al empleado hasta que el fallo no sea firme. “Y nadie recurrió al Constitucional. Es que si se lo cargan, se lo cargan para todos”.
Y ahora vive feliz, disfruta con su oficio, asesorando procesos de absorción, derechos sucesorios o venta de participaciones y con algún procedimiento contra la Administración. Fuera del foco mediático y sin ganas de volver. Eso si: tantos años en primera línea, pasan factura. “¿Si paso desapercibido? Aun cuesta”, admite, “pero la diferencia es que no tengo ninguna responsabilidad. Me pasa a veces un poco eso de ‘tu cara me suena’. Hace poco, en un parking, un señor me dijo: ‘Usted es actor y además famoso. Veo a muchos’. Le quise convencer de que no y repitió: ‘Sé que quiere pasar desapercibido pero usted es actor’. Ya no insistí más”.
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