La primera jornada del Sónar apuesta por los ritmos inasibles
Oneohtrix Point Never, Kode 9 o Marina Herlop han destacado en la oferta inaugural
Si hace calor, el primer calor serio del verano, y se está rodeado de singularidades individuales entre las que resulta imposible llamar la atención a menos que se delinca abiertamente, es que estamos en el Sónar. El festival de las electrónicas, de las Inteligencias Artificiales y de los ritmos, asibles e inasibles, comenzó su andadura entre un público que parece siempre mantenerse fiel tanto a su estética como al propio festival. Sí, ...
Si hace calor, el primer calor serio del verano, y se está rodeado de singularidades individuales entre las que resulta imposible llamar la atención a menos que se delinca abiertamente, es que estamos en el Sónar. El festival de las electrónicas, de las Inteligencias Artificiales y de los ritmos, asibles e inasibles, comenzó su andadura entre un público que parece siempre mantenerse fiel tanto a su estética como al propio festival. Sí, las modas han cambiado en los 30 años de certamen, pero hay algo que permanece invariable, un intangible que quizás represente la imagen de este año, en la que personajes conocidos de grafismos anteriores del festival mutan como derritiéndose en deformidades que más que rechazo generan sonrisa y en ocasiones asombro. En este zoco en el que los únicos perplejos, con ojos como platos, son los trabajadores de seguridad, algunos y algunas no hechos a este paisanaje tan pintoresco, la música de Oneohtrix Point Never, Marina Herlop o Kode 9 marcaron los primeros hitos de la jornada inaugural.
Daniel Lopatin, vamos Oneohtrix Point Never, realizó un set implacable en el escenario Hall, atiborrado. Su primer corte fue una pieza marcada por sintetizadores en bucle, planeadores, con un cierto aire ambiental que incluso podría remitir a Blade Runner. Por debajo un ruido sordo y grave hacia imaginar que la placidez no iba a ser eterna. Tras quince minutos de vuelo entró el ritmo, un ritmo no bailable que martilleaba por debajo de más capas de sintetizadores y sonidos agudos. En el fondo parecían canciones convencionales deconstruidas, hermosas melodías acuchilladas por sonido chirriantes. No se podía bailar, pero un joven pegado al rojo cortinaje que caracteriza este escenario bailaba alocadamente como si estuviese en una rave. Siempre hay usuarios, más que usuarias, ciertamente, que se llevan la fiesta encima y bailarían un réquiem. Lopatin fue aumentando las capas de instrumentación, los ritmos y los ruidos flagelantes hasta acabar en un éxtasis. Su escenario, asaeteado por luces blancas, contrastaba con el colorido de las proyecciones realizadas en vivo, según indicaba el programa, y sólo la figura de Lopatin, perfectamente visible, reinó en el entarimado.
Por contra, completamente oscuro estaba en el suyo Steve Goodman, alias Kode 9. Su sonido, agresivo, sí parecía invitar al baile, pero sus bajos, asimétricos y corpóreos, disparados en ráfagas que duraban dos suspiros y medio, cruzadas por ruidos incidentales, óxido sonoro y distorsiones digitales a velocidad de vértigo, disuadían de cualquier intento de mover el cuerpo. Menos uno, siempre hay uno, que en una esquina silbaba entusiasmado mientras se movía. De manera simultánea el público, que estaba sentado, anonadado ante aquella invasión de sonidos aparentemente inarticulados, ni osaba moverse. Por momentos surgía una suerte de dub digital, pero no en su faceta perezosa, sino inquietante. Y todo ello al servicio de un concepto, la continuación del fracaso que cosechó Escocia en el siglo XVII al intentar establecer una colonia en el actual Panamá, el Proyecto Darién. Para Kode 9, la ficción llevará a los escoceses a separarse de Inglaterra y establecerse en el espacio con esta banda sonora como correlato musical. No lo dice, pero seguro que los ingleses, amantes del pop, no soportarán esta afrenta sonoramente desquiciada en el mejor de los sentidos.
En el escenario contiguo donde actuó Oneohtrix, y justo tras su pase, le tocó el turno a la pareja Nosaj Thing (música) y Dayto Manabe (proyecciones). Dado que el público había decidido que el suelo en este reducido hangar no es para estar en pie sino para sentarse, la entrada al mismo supuso un pequeño estrangulamiento corporal para los que quisieron franquearla. Una vez dentro, tres pantallas con al menos dos señales comenzaron proyectando imágenes urbanas, paisajes casi seráficos, primeros planos de rostros asiáticos y toda una panoplia de motivos para ambientar los beats que lanzaba Thing. Piezas como Woodland, Process o My Soul Something, en las cuales había tranquilizadoras y hermosas voces, marcaron el inicio de su actuación. Realmente el suelo pedía acoger las posaderas, aunque hacerlo implicó una drástica reducción del aforo. Hay veces en las que el público dicta sus normas.
La tarde la había abierto Marina Herlop, confirmación de este talento local que casi está despegando y siendo reconocido más en el extranjero que en su propia casa. Ya lo dice el refrán eso de la dificultad de ser profeta en casa propia. La compositora, cantante y pianista de Piera presentó un espectáculo estéticamente impecable al frente de un grupo de configuración variable que incluía desde flautas a batería y castañuelas. Acompañada por las voces de Tarta Relena, el ofrecimiento, sutil, se fundamentó en la combinación de polifonías vocales y percusión, construyendo un todo donde el perfil melódico, esquivo, aunque presente, facilitaba el acceso del público sin acabar de perder ciertas aristas experimentales que según como evocaban a Björk, una de las estrellas que se ha interesado por su trabajo. El concierto, en el Hall, un escenario cómodo donde el calor no se nota, comenzó con una aproximación al Damunt de tu només les flors, de Mompou, una composición que ya da pie a conceptuar la importancia en el discurso de la artista de la resiliencia de la naturaleza ante cualquier agravio, de origen fundamentalmente humano. De hecho, el vestido de Marina, una especie de pieza de contornos irregulares, abierta en roturas que le conferían un aspecto primitivo, tenía una apariencia vegetal reforzada por su color verde. A lo largo de 45 minutos en el que el público fue aumentando sin producirse deserciones a lo largo del concierto, Marina avanzó canciones de su próximo disco, que en conjunto tiene un aire más accesible que en trabajos anteriores. Cantando en catalán y en un idioma inventado, el onirismo y la ensoñación dominaron una actuación impecable, un perfecto comienzo de festival con acento, además, local.
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