Rey del mar por un día
Participar en los preparativos para transportar a Sus Majestades de Oriente a bordo del pailebote ‘Santa Eulàlia’ permite vivir una singular aventura marinera
Rajá laut, rey del mar, así llamaban los malayos, “honrados o no, tranquilos pescadores o desesperados asesinos”, al capitán Tom Lingard, según cuenta Conrad en La locura de Almayer. Esta mañana el término, que reconocía las brillantes transacciones comerciales del marino, sus amores y sus combates a muerte con los piratas sulu, ha adquirido sentido muy distinto a bordo del ...
Rajá laut, rey del mar, así llamaban los malayos, “honrados o no, tranquilos pescadores o desesperados asesinos”, al capitán Tom Lingard, según cuenta Conrad en La locura de Almayer. Esta mañana el término, que reconocía las brillantes transacciones comerciales del marino, sus amores y sus combates a muerte con los piratas sulu, ha adquirido sentido muy distinto a bordo del pailebote Santa Eulàlia, encargado de transportar mañana a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente hasta Barcelona donde serán recibidos por la alcaldesa a las cuatro de la tarde (e iniciarán la cabalgata dos horas más tarde desde la calle Marquès de l’Argentera) y este miércoles zarpaba en un ensayo a fin de efectuar los preparativos imprescindibles para tan importante singladura. Y es que Lingard ya podía amontonar en su bergantín Flash gutapercha y cañas de bambú, conchas perleras y nidos de pájaros, cera y goma-damar, gongs de bronce, rifles y pólvora, pero para carga de responsabilidad, lo de llevar a Melchor, Gaspar y Baltasar que han de acometer el capitán Francisco Pacheco y su tripulación del Santa Eulàlia.
Así que tocaba sacar el navío y reproducir el trayecto y sobre todo el atraque en el lugar señalado del muelle donde han de desembarcar SS MM, una maniobra en la que no puede fallar nada. “Es el viaje de mayor responsabilidad”, confesaba Pacheco aferrado a las cabillas de la rueda del timón, “casi prefiero afrontar un temporal; es fácil pero no te puedes permitir ni un error”. Efectivamente, que te caiga un rey al agua o embestir el muelle como si fueras la goleta Deméter de Drácula ante los ojos de miles de niños en su gran hora ha de ser la peor pesadilla para un marino.
Por eso el ensayo, que ha tenido dos testigos de excepción invitados a bordo, quien firma y el naturalista, paleontólogo y explorador Jordi Serrallonga, reconvertidos en pareja del estilo Darwin y Fitzroy, Banks y Cook, Stephen Maturin y Jack Aubrey, aunque visto el porte de uno y otro alguien habría podido confundirnos con el Fogg y el Picaporte de La vuelta al mundo en 80 días, en la versión de David Niven y Cantinflas. En fin, servidor podría no ir muy marinero pero era el único a bordo con una estupenda réplica del silbato del Titanic (adquirido en una exposición sobre trasatlánticos en Londres), muy adecuado para cuando hay niebla y ni digamos icebergs (esperemos que los Reyes lleven uno).
Tras estar a punto de embarcar en el navío equivocado al tomar por el Santa Eulàlia la fragata sueca Götheberg, el barco de madera más grande del mundo (47 metros de largo), amarrado en el mismo Moll de la Fusta del Port Vell (el error es comprensible para el profano pues los dos son barcos de tres palos, los dos flotan, y en Suecia tienen reyes, como en la cabalgata), he tomado el pailebote con una mochila del Sónar a modo de petate que le hubiera chirriado a Ismael y tan abrigado que parecía que abordaba el Endurance y no el Santa Eulàlia.
Pacheco ha recibido con cordialidad invitando a café en la cabina y enseguida han empezado los preparativos para zarpar y llevar el barco al punto de desembarco de los Reyes. Era bonito pensar que los dos invitados hacíamos las veces de SS MM en el ensayo, pero la imagen haría llorar a los niños.
En estos casos y más a bordo de un velero tan impresionante, hermoso y marinero como el Santa Eulàlia, lo mejor es tratar de no molestar y no causar problemas en las maniobras, aunque he de decir que para lo breve de la singladura conseguí darme un doloroso golpe en el pie con una cornamusa, precipitarme casi por la entrada de la camareta de popa (suponiendo que se llame así), y que me cayera encima un cabo lanzado desde tierra durante el amarre. “El mar no tiene amigos”, sintetizó moviendo la cabeza el segundo patrón, Cisco Bravo.
Es recomendable también no dárselas de listillo y avezado marinero —aunque uno haya leído todo Patrick O’Brian— diciendo cosas como “llevamos algo floja la trinquetilla” o “uh, la escandalosa” (sobre todo porque no había ninguna vela desplegada de las 12 del navío). El Santa Eulàlia, parte de la flota del Museo Marítimo de Barcelona (MMB) y declarado por la Generalitat Bien Cultural de Interés Nacional (BCIN) desde 2011, fue construido en 1918 y bautizado originalmente Carmen Flores, con el sobrenombre de El Chulo por su buen comportamiento marinero. Transportaba mercancías en el Mediterráneo y en el Atlántico. Está garantizado que no se lo dedicó a la trata, así que Baltasar puede estar tranquilo. En cambio, formó parte, artillado, de la marina franquista durante la Guerra Civil.
Tras adquirirlo en subasta el MMB en 1997 y restaurarlo, volvió al agua en 2000 como Santa Eulàlia, por la copatrona de Barcelona. Desde 2002 lleva a los Reyes Magos, esa alta misión. Durante la navegación preparatoria esta mañana, ha sido un privilegio ver maniobrar el navío de 47 metros —algo nada fácil en el congestionado puerto barcelonés, donde igual te encuentras un esquife, un velero saliendo del Náutico o a Javier Herrero en un patín a vela— y escuchar a su capitán dar instrucciones (“larga popa”) y explicar alguna anécdota. Como cuando llevaron el pailebote al festival Escale à Sète y coincidieron con la Hermione, la preciosa reconstrucción de la fragata que trasladó a Lafayette a Norteamérica. O el dramático momento en que se resquebrajó la base del palo Mayor (24 metros) en plena navegación y amenazó con caer sobre cubierta. “Es un barco muy marinero, consigue 10-11 nudos, pero le falta cargar mucho más lastre para poder dar todo lo que podría, algo imposible al tener mucho espacio dedicado a su uso museístico”. Pacheco y su tripulación han lamentado no haber tenido este año cartero a bordo durante las Navidades como otros años.
El momento crucial es la arribada y el amarre al punto del muelle, junto a la caseta de las Golondrinas, donde desembarcarán Sus Majestades. Pacheco da las instrucciones concentradísimo. “¿Ves libre el pantalán?, ¡libre!”. Hay un momento en la maniobra que el capitán pierde visión de la orilla por la altura de la borda y se requiere muchísima atención. La zodiac auxiliar y la de Creu Roja ayudan en la maniobra. Técnicos municipales y de Salvamento Marítimo observan la operación. Se tienen en cuenta todas las eventualidades. “¡Final de maniobra!”, establece el capitán. Se coloca la pasarela y se marca con cinta aislante el suelo. “Ha de ser todo milimétrico”, explica Pacheco. Mañana irán a buscar a los Reyes Magos a la dársena sur en un viaje mágico que les hará ir y volver de Oriente en unas horas. El capitán vestirá como hoy de azul marino, pero cargarán una tripulación con trajes de época para dar ambiente. Volverá a haber cabalgata marítima, con los barcos del puerto escoltando a SS MM.
Todo está ya a punto y el Santa Eulàlia, convertido en el Naval Force One de los Reyes Magos espera con ansia recibirlos a bordo. Y como su capitán y sus tripulantes han hecho los deberes, se lo merecen todo de sus Majestades.
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