Dejar atrás el pujolismo
El ‘procés’ fue también una batalla sin cuartel para saber quién podría conquistar el espacio que fue ocupado por el pujolismo
A falta de grandes cambios de momentos imprevistos, parece ser que este 2022 se cierra con el dato de que ERC se ha convertido en el partido hegemónico del campo nacionalista catalán, transitado ya -con más o menos retórica- hacia el independentismo.
El procés fue -si se acepta la “periodización” que con tanta solemnidad estableció hace pocos días Pedro Sá...
A falta de grandes cambios de momentos imprevistos, parece ser que este 2022 se cierra con el dato de que ERC se ha convertido en el partido hegemónico del campo nacionalista catalán, transitado ya -con más o menos retórica- hacia el independentismo.
El procés fue -si se acepta la “periodización” que con tanta solemnidad estableció hace pocos días Pedro Sánchez y que en su esencia parece bastante acertada-, muchísimas cosas. Entre ellas -y, en la opinión de quién escribe, también y, sobre todo- una batalla sin cuartel para saber quién podría conquistar el espacio que otrora fue ocupado por el pujolismo.
Nunca los fenómenos se repiten de igual manera, ni -obviamente- las circunstancias son las mismas. Como tampoco los son los actores y sus matices ideológicos. Pero no cabe duda de que uno de los mecanismos más característicos de cómo se habían conformado las relaciones entre los vasos comunicantes de los sistemas políticos catalán y del conjunto de España, había sido durante muchos años la capacidad de retener el gobierno de la Generalitat y, a la vez, ser decisivos en la gobernabilidad de España. La Convergència de Pujol consiguió hacer ambas cosas durante más de veinte años. Y ambas cosas ahora hace la ERC de Aragonès y de Junqueras.
Es cierto que una parte de la fuerza de aquella dinámica -que fortalecía el control del gobierno autonómico a la vez que incrementaba el poder de negociación en las Cortes, con un mecanismo casi de retroalimentación-, pudo desarrollarse con mucha eficiencia especialmente a partir de la conquista de la mayoría absoluta de CiU en 1984. Pero empezó con un gobierno de minoría (Pujol en 1980 disponía de 43 diputados en la Cámara catalana) y, durante mucho tiempo, aritméticamente, el partido catalán con más escaños en las Cortes fue el PSC. En otras palabras, la analogía no tiene que ver con las condiciones concretas en que esa dinámica se produce, sino con su esquema: hegemonía en la Generalitat y aspiración a ser los “representantes de Cataluña” (incluso más allá del aspecto aritmético) en las Cortes, con capacidad de influencia en la gobernabilidad de España. Esta fue la “fórmula” del pujolismo, que a todas luces los republicanos aspiran a reproducir.
En el caso del pujolismo, sin embargo, se añadía una determinación constante: priorizar siempre el control de la Generalitat sobre cualquier otra consideración. De esta concepción surgió la negativa rotunda a participar activamente de los gobiernos estatales -en el caso del último gobierno de Felipe González se generó un conflicto entre un Pujol que no quería ni oír hablar de ello y un Miquel Roca favorable, que acabó de facto con la carrera política de este último-, y los pactos con el PP, que garantizaron la viabilidad de las últimas legislaturas catalanas de los nacionalistas conservadores.
No es posible saber si en esto ERC querrá dejar atrás al pujolismo y marcar camino propio, construyendo alianzas sólidas a nivel estatal que impliquen generosidad, corresponsabilidad y aceptar algún que otro riesgo. En un año electoral como el que nos espera, con la incógnita de una posible mayoría de derechas en el Congreso, esta será la pregunta pertinente.
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