Opinión

Policía patriótica y cómplices mediáticos

En una sociedad sana, los que a día de hoy todavía no hubieran renunciado deberían haber sido cesados después de darse a conocer sus complicidades con Villarejo

Villarejo sale de declarar en la Audiencia Nacional el pasado 14 de junio.Carlos Luján (Europa Press)

Hubo un momento, hace unos 10 años, en el que mucha gente mostraba extrañeza por la ausencia de respuesta del entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ante el crecimiento de la oleada soberanista en Cataluña. Ahora sabemos que no hubo tal inacción. Ahora sabemos, porque lo que hemos oído en las grabaciones realizadas por el excomisario de policía José Manuel Villarejo, que la respuesta del Gobie...

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Hubo un momento, hace unos 10 años, en el que mucha gente mostraba extrañeza por la ausencia de respuesta del entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ante el crecimiento de la oleada soberanista en Cataluña. Ahora sabemos que no hubo tal inacción. Ahora sabemos, porque lo que hemos oído en las grabaciones realizadas por el excomisario de policía José Manuel Villarejo, que la respuesta del Gobierno del PP fue activar una maquinaria de espionaje ilegal, chantajes, extorsiones, fabricación de mentiras, bulos y falsificaciones para desprestigiar a los líderes independentistas, al mismo tiempo que les cerraba toda vía de negociación política. Desató lo que propiamente se conoce como una guerra sucia y la encomendó a lo que sin ironía alguna fue bautizado como policía patriótica. La campaña duró unos cuantos años y no solo se dirigió contra los independentistas. Cuando a partir de 2014 las expectativas de éxito electoral convirtieron a Podemos en un actor de primer rango, con serías posibilidades de acceder al Gobierno de España, el PP lanzó también su maquinaria de destrucción de imagen contra el partido de Pablo Iglesias.

En aquel momento de hace unos 10 años cuajó entre la derecha española la idea de que su hegemonía social y política corría un serio peligro si continuaba el auge del independentismo en Cataluña y la protesta política encarnada en Podemos y las confluencias en Galicia, Euskadi, Valencia y Cataluña. ¡El sistema está en peligro!, clamaban sus portavoces. El independentismo catalán pasó entonces a ser considerado como el enemigo público número uno de España y Pablo Iglesias y los suyos fueron señalados como sus cómplices.

El PP y su Gobierno estaban ya acorralados por un sinfín de casos de corrupción y en aquel océano de ilegalidades la policía patriótica solo era una más. Había llegado a uno de esos momentos en los que todo vale con tal de que sirva para derrotar al enemigo. Se reavivó así una vieja idea de la derecha, la caracterización de una parte de la ciudadanía, probablemente mayoritaria, como el enemigo interno, la antiEspaña. Cuajó, hizo sinergia con el discurso de Vox y de Ciudadanos.

Todo eso no puede hacerse sin la colaboración activa de potentes medios de comunicación. Los audios de los conciliábulos del excomisario Villarejo con el entonces ministro del Interior Jorge Fernández Díaz y la secretaria general del PP, Dolores de Cospedal, publicados estas semanas, explican con claridad meridiana cuales son los medios de comunicación que participan en las conspiraciones. Los nombres de los principales divulgadores, los diarios digitales y de papel, las emisoras de radio, las cadenas de televisión y sus programas de intoxicación política.

Entre los cómplices de la policía patriótica hay no pocos periodistas, algunos con funciones directoras. En una sociedad sana, los que a día de hoy todavía no hubieran renunciado deberían haber sido cesados después de darse a conocer sus complicidades con Villarejo y sus hombres. Fue una enorme campaña de intoxicación masiva, que dio algunos frutos aunque no todos los deseados. Arruinó la imagen del catalanismo en toda España y contribuyó a justificar que Rajoy convirtiera la crisis constitucional catalana en un asunto penal. Aunque no evitó que Podemos y los independentistas contribuyeran a formar la actual mayoría parlamentaria y de gobierno. Ni que, al final, se descubriera el pastel, la infamia que deja perfectamente retratados a sus actores como delincuentes cínicos y amorales escudados tras la bandera de España.

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