‘La Perla Negra’ catalana fue asaltada por piratas tras su naufragio
Como en una historia de Julio Verne, saqueadores en lancha desvalijaron el velero barcelonés embarrancado en el arrecife de Salmedina, frente al faro de Chipiona
La noticia de que el velero Capitán III —apodado La Perla Negra cuando navegaba en formato canalla— naufragó en la noche del pasado 7 de abril frente a Chipiona, ha producido la natural consternación en Barcelona, en cuyo Club Náutico el barco y su capitán, Javier Herrero, a la sazón mi cuñado, son bien conocidos y apreciados. Sobre el dramático suceso, del que no obstante hay que dar gracias por dos circunstancias: una, que pese a lo aparatoso del naufragio nadie sufriera daño y, do...
La noticia de que el velero Capitán III —apodado La Perla Negra cuando navegaba en formato canalla— naufragó en la noche del pasado 7 de abril frente a Chipiona, ha producido la natural consternación en Barcelona, en cuyo Club Náutico el barco y su capitán, Javier Herrero, a la sazón mi cuñado, son bien conocidos y apreciados. Sobre el dramático suceso, del que no obstante hay que dar gracias por dos circunstancias: una, que pese a lo aparatoso del naufragio nadie sufriera daño y, dos, que yo no estuviera a bordo, como estaba previsto, se han ido revelando detalles, algunos sorprendentes hasta el punto de ser dignos de una novela de Julio Verne.
La embarcación, un hermoso transoceánico de 16 metros diseñado por el prestigioso Dominique Presles, chocó contra la peligrosa Piedra o laja de Salmedina, un arrecife frente a Chipiona, Cádiz, cerca de la desembocadura del Guadalquivir, que constituye un famoso obstáculo a la navegación, sobre todo si te subes encima. El arrecife, que queda aviesamente oculto por la pleamar, ha sido históricamente una trampa mortal para los navíos (en la actualidad naufragan dos al año), incluidos galeones, lo que daría especial pedigrí al accidente de nuestro velero y concordaría bien con su apodo pirata. Algunas partes del barco estarán ahora sumergidas junto a cañones y otros restos históricos.
Al parecer, la Piedra de Salmedina se encontraba unida a tierra firme en la Antigüedad (ahora está a más de 2 kilómetros de la costa) y había población romana instalada allí, que habrían levantado un primer faro, probablemente el que dio nombre a Chipiona, Caeponis Turri (hoy el célebre faro del lugar está en la Punta del Perro), mucho antes de que se construyera el mausoleo de Rocío Jurado. La laja está señalizada con una baliza, (D-2350.4) con bandas negras y amarillas y luz blanca, pero hay críticas a su efectividad y de hecho se ha creado una plataforma para pedir que se balice mejor Salmedina.
El Capitán III/ La Perla Negra se montó sobre el arrecife de noche con mar agitada y una tripulación de siete personas. El choque fue tremendo, cayó el palo (que inutilizó el bote salvavidas) y el barco quedó escorado sobre las piedras con el casco al aire. La descripción que hace Javier es digna, a su manera, del poema de Gerard Manley Hopkins sobre el naufragio en 1875 en un banco de arena de la desembocadura del Támesis del vapor Deutschland en el que murieron, entre otros muchos pasajeros, cinco monjas franciscanas exiliadas: ”Y pegó con la proa sobre el banco, y de filo con todo su peso, la quilla; las rompientes rodaban el casco con estrépito tosco;/ las lonas y brújula, el timón y la hélice/ inmóviles, inútiles. Todo esto sufrió” (…) “Largas horas lo vieron mecerse de aquí para allá/ a través de la espuma volátil, ¿qué podía/ contra el golpe del viento y del mar?”. Un primer intento de rescate por mar resultó infructuoso y finalmente se evacuó a los pasajeros, en una “impecable” —resalta el capitán— operación, mediante un helicóptero de Salvamento Marítimo.
Y ahora viene lo (más) fuerte. Cuando al día siguiente, los náufragos, que salieron con lo puesto, consiguieron volver en lancha al velero embarrancado y semidestruido a fin de recuperar sus posesiones y estudiar la situación, encontraron a varias personas que estaban saqueándolo. Por lo visto, habían realizado ya al menos otro viaje desde la costa para hacerse con cualquier cosa de valor a bordo. Las visitas a la laja son habituales en bajamar, incluso se organizan conciertos sobre el arrecife con música de Pink Floyd, cuyo tema más adecuado el otro día habría sido Money. Cuando el capitán Herrero y los que lo acompañaban (mi hermana había declinado volver a hacerse a la mar, lo que parece comprensible) arribaron al barco, los piratas estaban cargando ya en su bote las maletas de los viajeros. “Les afeamos su conducta, pero eran jóvenes, se les veía fuertes y estaban en su terreno; había poco que hacer, se limitaron a devolver algunas cosas”, me explica Javier. Del navío había desaparecido ya equipo electrónico, ropa de navegar y elementos náuticos. Efectivamente, parece increíble que haya quién se dedique a aprovecharse así de la desgracia ajena. La rabia que ha de dar ver como un tío se te lleva la maleta apelando a la ley del mar. Sólo te queda liarte a hostias o pensar que por lo menos tú has leído a Conrad.
En última instancia, entre lo robado y lo estropeado, se pudo recuperar muy poco. La estupenda y nutrida biblioteca de temas navales había regresado a sus orígenes acuáticos y flotaba en la cabina, más allá de toda salvación. Afortunadamente Javi hace tiempo que sacó el retrato dedicado del emérito de la camareta y lo instaló en el baño de su casa.
Desde el punto de vista literario, estamos en los predios de El faro del fin del mundo (1905), de Verne, la inolvidable novela de aventuras sobre unos piratas capitaneados por el siniestro Kongre que capturan un faro magallánico (inspirado en el de la isla de San Juan de Salvamento, en la Tierra del Fuego), para, apagándolo, provocar naufragios y apoderarse de las cargas. La actividad de los wreckers, que vivían de lo que salvaban de los naufragios, era habitual en lugares como los cayos de Florida, Devon y Cornwall; la ocupación entraba en lo directamente criminal cuando se atraía a los barcos con artimañas para que encallaran, y sobre todo era muy de recriminar cuando mataban a los supervivientes, cosa que los saqueadores de La Perla, hay que reconocer, tuvieron el detalle de no hacer. En el cine (La luz del fin del mundo, 1971) el malo era Yul Bryner, enfrentado al abnegado superviviente de la dotación del faro, Will Denton (Kirk Douglas), en el original el chileno Vásquez. El faro cinematográfico fue construido en el Cap de Creus, pero ya no existe: fue derribado, no sin polémica, en 1998, o quizá se lo llevaron los saqueadores.
Tras diversas peripecias y negociaciones dignas de Isla Tortuga y el Nasáu de Black Sails, el velero pudo ser reflotado precariamente con daños en el casco y sin orza), cargado en un barco y transportado hasta puerto. Desde allí, en un camión, fue enviado por carretera hasta Ferrol, que ya es lejos de Chipiona, para evaluar qué hacer con él. Se da la circunstancia de que Ferrol es el lugar de origen de mi familia Antón, una larga saga de marinos militares, con miembros ilustres y retoños catalanes de prudente secano como yo. El barco accidentado está allí en el acreditado astillero Blascar esperando una decisión sobre su destino. ¿Volverá a navegar? “Soy optimista, pero hay que arreglar muchas cosas, ha sufrido cantidad, pobrecito, y todo va sumando”, dice Javier. Yo he propuesto transformarlo en corsario, embarcar artillería, reclutar una tripulación correosa (esta ocasión vengo, no se va a hundir dos veces) y un cocinero cojo, rebautizarlo Almirante Antón y regresar a Salmedina por todo lo alto, a reclamar las maletas. Costará una pasta devolverlo al mar, pero además del seguro se puede hacer un crowdfunding con toda la gente que ha navegado en él, que es media Barcelona. Después de la aventura, La Perla Negra se lo merece todo.
La historia tiene una coda. Mi primera crónica de urgencia sobre el naufragio, a la que me esforcé por insuflar ecos de Conrad, Melville y El barquito chiquitito, fue descalificada desconsideradamente por una amiga del capitán con la frase: “¿El periodista es tu cuñado?, es un poco borde, ¿no?”. Espero que esta segunda entrega no la reafirme en su opinión, pero no tengo muchas esperanzas.
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