La familia ucrania que vive en una parroquia

La iglesia de Santa Anna de Barcelona acoge a una refugiada de cuatro años con parálisis cerebral

Natalia, Lesia, Emilia (en brazos de su madre) y Mijaílo en la casa parroquial de Santa Anna.Carles Ribas (EL PAÍS)

Lesia Seniuk tiene 38 años. Hasta hace solo unas semanas era abogada en la ciudad ucrania de Kalush. Tiene dos hijos gemelos —una niña y un niño— de cuatro años. El pequeño es Mijaílo y tiene diagnosticada hiperactividad. El problema de Emilia es mucho más grave: tiene parálisis cerebral. El pasado 13 de marzo Lesia huyó de su ciudad con los dos menores y la abuela de estos, Natalia Stizgak. Su municipio no había sido todavía acribillado por la ofensiva rusa, pero sí que habían disparado contra el ...

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Lesia Seniuk tiene 38 años. Hasta hace solo unas semanas era abogada en la ciudad ucrania de Kalush. Tiene dos hijos gemelos —una niña y un niño— de cuatro años. El pequeño es Mijaílo y tiene diagnosticada hiperactividad. El problema de Emilia es mucho más grave: tiene parálisis cerebral. El pasado 13 de marzo Lesia huyó de su ciudad con los dos menores y la abuela de estos, Natalia Stizgak. Su municipio no había sido todavía acribillado por la ofensiva rusa, pero sí que habían disparado contra el hospital infantil Okhmatdyt de Kiev donde se trataba Emilia. Los cortes de energía podían suponer que los aparatos que necesita la menor —a diario en su domicilio— no funcionasen y, sin ellos, es imposible su supervivencia.

La familia Seniuk lleva semanas viviendo en la iglesia de Santa Anna en el centro de Barcelona. El que fue uno de los pisos de la casa parroquial es ahora el hogar de esta familia ucrania. Un hogar que comparten con dos jóvenes que antes de entrar a vivir en la casa parroquial dormían en las calles de la ciudad: el marroquí Houssaine y el guineano Marcelo. La familia ucrania ha huido del horror y se han encontrado, dentro de la desesperación, con el refugio europeo. Para sus compañeros de piso los obstáculos para conseguir papeles se han cronificado durante años.

El ángel particular de la familia Seniuk es Peio Sánchez, el peculiar párroco de Santa Anna que hace años convirtió su iglesia en un “hospital de campaña” donde proporciona desayunos, comidas y cenas a los sin techo, celebran el Ramadán en el claustro para los musulmanes sin hogar, dan control médico y psicosocial al que no tiene nada e, incluso, cuando hay olas de frío, se adaptan los bancos del templo para que los más necesitados puedan dormir. A las mil y una misiones relacionadas con la atención a los desfavorecidos se unió a finales de febrero una nueva: acoger a los que huyen de la guerra.

“Nosotros tenemos una red entre Mensajeros de la Paz, el convento de Santa Clara y la Fundación La Caixa para atender a refugiados. Hemos acogido a más de medio millar de ucranios en diferentes pueblos de Barcelona. El caso de Emilia era especial por la elevada vulnerabilidad de la familia, yo mismo fui a buscarlas al aeropuerto el pasado 13 de marzo”, recuerda el párroco. Lesia y Natalia pasan los días cuidando de los dos pequeños. Mijaílo no para quieto ni un segundo. “Salir de su casa, dejar allí a sus familiares ha agravado más los problemas de hiperactividad de mi hijo”, lamenta Lesia. En cuanto acaben las fiestas de Semana Santa comenzará el colegio en la escuela Pere Vila, junto al Arc del Triomf. “Está deseando ir, cuando ve a algún niño pequeño, sin conocerlo, lo abraza”, sostiene su abuela.

Emilia seguirá al cuidado de su abuela y su madre las 24 horas del día. De hecho, la familia se encuentra hoy en Barcelona y no en otro punto de Europa debido a los problemas médicos de la menor. Lesia denuncia que Emilia no nació con parálisis cerebral. “Cuando tenía 11 meses estuvo tres días vomitando. Hubo un error médico y no le diagnosticaron correctamente una meningitis que le provocó secuelas irreparables”, lamenta la madre.

En julio de 2020 la familia voló hasta un hospital de Valencia para proporcionar a Emilia rehabilitación. No funcionó y la derivaron al hospital materno-infantil Sant Joan de Déu en Barcelona. Precisamente en el Sant Joan de Déu una voluntaria, Gala, conoció a la familia. En cuanto Rusia ocupó Ucrania, Gala se acordó de Emilia y su familia. La voluntaria de Sant Joan de Déu también acude a la parroquia de Santa Anna a ayudar con las comidas a los necesitados y le comentó el caso al párroco que ofreció el piso a la familia.

“Estaremos aquí hasta que acabe la guerra y podamos regresar a casa”, advierte Lesia. La madre se desvive por la menor. Emilia necesita una sonda eléctrica para alimentarse. Tienen un aspirador con el que le limpian los pulmones y sin electricidad no se podría utilizar, lo que pondría en riesgo su vida. El párroco ha conseguido una silla de ruedas especial para que la menor pueda sentarse. Necesitan proporcionarle medicación continuamente. De momento, la visita semanalmente el servicio médico que atiende a los sin techo en Santa Anna. Pronto volverán al Hospital de Sant Joan de Déu.

Natalia, la abuela, intenta desvivirse por los dos nietos. “Mijaílo irá al colegio por primera vez porque en Ucrania no pudo ir tras declararse la pandemia”, piensa en voz alta. En cuanto pasen unas semanas, esta mujer que está a punto de cumplir la edad de jubilación y que era profesora de Historia en Ucrania espera encontrar trabajo como limpiadora en Barcelona.

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