Cataluña ya deriva refugiados ucranios a otras comunidades: “Quería quedarme en Barcelona. Ya veremos”

El Ministerio de Inclusión niega un colapso y el Govern celebra el reparto territorial

Nicole, abraza a Ivanna ante la mirada de su madre Tatiana en la habitación de un hotel en Calella donde se alojan refugiados, este miércoles. Foto: CRISTÓBAL CASTRO | Vídeo: EPV

El dispositivo de acogida de refugiados ucranios del ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones ubicado en la Fira de Barcelona ha comenzado a derivar ciudadanos que huyen de la guerra fuera de Cataluña, a otras comunidades. Ayer, explicaban los propios ...

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El dispositivo de acogida de refugiados ucranios del ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones ubicado en la Fira de Barcelona ha comenzado a derivar ciudadanos que huyen de la guerra fuera de Cataluña, a otras comunidades. Ayer, explicaban los propios recién llegados, la Cruz Roja les estaba ofreciendo acogida en Sabiñánigo (Huesca) y Miranda de Ebro (Burgos). Salían por la tarde noche. El martes, se derivó a personas hacia Calpe (Alicante) o Alfajarín (Zaragoza), añadían técnicos de Cruz Roja.

Fuentes de la delegación del Gobierno en Cataluña confirman que se está derivando refugiados a otros puntos de España desde la semana pasada. Niegan que en Cataluña el sistema de acogida esté colapsado, sino que “se deriva para que no se colapse”. Desde el ministerio añaden que el sistema de protección temporal prevé “plazas en todo el territorio, que se reparten con criterios del perfil de los refugiados: si tienen redes de conocidos, niños por escolarizar, formación u otras necesidades”. “No hay colapso, las plazas se amplían todos los días”, insisten. En Cruz Roja, que se encarga de la primera atención a los que llegan, explican que se deriva a las personas que no tienen referentes en Cataluña.

En la Generalitat, la secretaria de Igualdad, Mireia Mata, que el martes apuntó a una situación “tensionada”, defendía ayer que, más allá de la primera emergencia, la acogida se haga con “distribución territorial en todo el Estado, igual que la defendemos en territorio de Cataluña y el Gobierno la defiende en Europa”. “Es la única forma, de poder ofrecer una integración con equidad y digna”, celebraba sobre la distribución.

Oficialmente, ni el ministerio ni la Generalitat confirman con cifras que Cataluña sea la comunidad donde más refugiados han llegado. Sí lo afirma la Cruz Roja, a quien el Gobierno ha encargado la acogida de emergencia. La organización no gubernamental cuantifica en casi 19.000 las personas llegadas entre la estación de Sants, el aeropuerto de El Prat, el dispositivo de Fira, sedes propias, La Jonquera, Girona y Figueres. En el Govern, cifran en 17.000 las personas alojadas de emergencia entre los dispositivos de Cruz Roja y entidades y los Ayuntamientos. Y recuerdan que, por razones de ubicación geográfica, Cataluña es puerta de entrada a España, además de ser, antes de la guerra, la comunidad donde más ucranios había empadronados: 23.600, el 22% del total de España.

Anna Iersatov, de Lugansk, llegó a primera hora de la mañana de ayer al aeropuerto de El Prat procedente de Helsinki. Relataba un largo periplo durante el que se marchó de su ciudad con su marido y sus dos hijos de 13 y cinco años: en la huida entraron a Rusia, subieron hasta San Petersburgo, y de ahí pasaron a Finlandia. “Nos da miedo estar tan cerca, por eso volamos de Helsinki a Barcelona”. No tienen arraigo en la ciudad y les acababan de ofrecer salir por la tarde en bus hacia Burgos.

También tenía previsto viajar a Burgos Svetlana, de 37 años y procedente de Kramatorsk, donde trabajaba de economista para un centro de investigación del gobierno ucranio. Huyó primero en tren hasta Polonia y después voló desde Varsovia. Ella, con unas ojeras impresionantes, sí tiene conocidos en Barcelona, “pero le han dicho que no hay más plazas”, traducía Serhii Roberts, ucranio que lleva siete años viviendo en Cervelló (Baix Llobregat). Él no puede acogerla en su casa porque acoge a sus padres y está pendiente de la llegada de sus suegros. “Yo quería quedarme en Barcelona, we’ll see [ya veremos]”, suspiraba al final Svetlana en inglés.

Hasta el martes por la noche, en Cataluña se registraron, tramitado y resuelto 6.839 solicitudes de protección temporal, informó la delegación de Gobierno. Esta protección permite a los desplazados residir, trabajar o estudiar en la Unión Europea un año prorrogable hasta tres años, sin tener que solicitar asilo. De los tramitados en Cataluña, la mayoría corresponden a Barcelona (4.063) y el resto repartidas entre Girona (969), Lleida (899) y Tarragona (908). Además de la cita previa telefónica, al centro de Fira llegaban ayer también grupos enteros a hacer los trámites acompañados por entidades.

Más de 1.200 ucranios se hospedan en hoteles de Calella: “Han bombardeado mi casa. No tengo nada”

Una niña arrastra los pies sentada en una motocicleta rosa. Otra camina hacia la calle, enredada en las piernas de su madre. La piscina está acordonada, como si fuese el escenario de un crimen, pero en las mesas de alrededor de la terraza se agolpan varios grupitos de personas. Charlan, miran papeles, el móvil. En un par de tendederos portátiles hay ropa secándose al sol. Tumbada en una hamaca, una madre hace puzles con un crío. Ya en la recepción, una adolescente, sentada en el sofá, no se separa de su teléfono. Al fondo, una habitación se ha reconvertido en sala de juegos. La gente entra y sale. Y todo, bajo la mirada atenta de Irina, ucrania residente en Calella y ahora recepcionista del hotel Esplai, donde viven más de 400 personas que han huido de la guerra.

Desde mediados de marzo, unos 1.200 ucranios se han instalado en el municipio de Calella. Se les ha dividido en tres hoteles: el Esplai, el Garbí y el Bon Repòs. “Tenemos comida, tenemos un techo, un sitio para dormir”, dice agradecida Galina, de 73 años. La mujer ha viajado como ha podido con su hija y su nieta desde Dnipró. “No tiene nombre”, se queja, emocionada, sobre el dolor que le causa la guerra. Tampoco sabe qué hará cuando acabe. “No tenemos planes de futuro, es imposible pensar en eso”.

Tampoco lo sabe Tatiana, de 39 años. Profesora de dibujo en su ciudad natal, en Lozova, ella y sus tres hijas, de 20, 16 y 9 años, viven en una de las habitaciones del hotel Esplai. Su marido se ha quedado en Ucrania. Ella piensa en volver, aunque no tiene claro adónde. “Han bombardeado mi casa. No tengo nada”, lamenta. Ya gestiona los trámites para escolarizar a su hija, pero no la llevará a un colegio hasta que no tenga un alojamiento definitivo.

Una situación similar a la de Alina, de 37 años, y su hija Mónica, de 5. Las dos han llegado a Cataluña en coche, desde Kiev, con la madre de Alina. “No está para ir al colegio, está nerviosa”, dice la mujer, de la cría, que se esconde en los brazos de su madre. Ha elegido España porque algunos conocidos ya habían estado antes en el país. Su marido también sigue en Ucrania.

Cruz Roja es la responsable del dispositivo de acogida, junto con el Ayuntamiento. Por la calle del municipio de 18.000 habitantes se ve más vida de lo normal para un mes de abril: familias, niños, carritos. “Muchos ucranios que viven aquí les han traído de todo”, cuenta Irina, la recepcionista de un hotel donde hasta las fuentes de agua tienen las indicaciones en ucranio. Los jóvenes, dice Irina, ya se han apuntado a los equipos de fútbol locales y hacen actividades. “Necesitan moverse, es la edad”, ríe.

Andrei, de 48 años, ingeniero de vuelo, es de los pocos hombres que se ve. Vive en el hotel Garbí, con su mujer y sus dos hijas. Él se hubiese refugiado en Alemania, pero España era un destino un poco más económico. ¿Hasta cuándo se quedarán? Nadie lo sabe, admite, mientras se fuma un cigarrillo al sol.

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