Los costes de la política valiente de Colau

El apoyo del 76.9% de los barceloneses a la gestión de la alcaldesa contrasta con las campañas que difunden la idea de una Barcelona en declive

Carteles y coches en zona de bajas emisiones en ronda litoral.CRISTÓBAL CASTRO

El partido de la alcaldesa, Ada Colau, recibió la semana pasada como agua de mayo los resultados de la macroencuesta anual de servicios municipales en la que su gestión al frente del Ayuntamiento de Barcelona es aprobada por el 76,9% de los encuestados. Los 6.000 entrevistados para la encuesta otorgan a la alcaldesa ...

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El partido de la alcaldesa, Ada Colau, recibió la semana pasada como agua de mayo los resultados de la macroencuesta anual de servicios municipales en la que su gestión al frente del Ayuntamiento de Barcelona es aprobada por el 76,9% de los encuestados. Los 6.000 entrevistados para la encuesta otorgan a la alcaldesa una nota media de 5,9.

Eso significa que la gestión del actual gobierno de la capital de Cataluña le parece bien a tres cuartas partes de los barceloneses. Se trata de una valoración muy alta, incluso altísima entre los baremos habituales para este tipo de cargos. Tomado a la inversa, este dato muestra también el rotundo fracaso de las numerosas y sucesivas campañas de desprestigio y de la figura de la propia alcaldesa.

En sus esfuerzos para afrontar los problemas de la ciudad, Colau y su gobierno municipal han tocado con su gestión algunos intereses muy sensibles e influyentes, que cuentan con acceso fácil a potentes altavoces. La orientación de la política turística, el reequilibrio entre el automóvil particular y el transporte público, la inclusión de criterios sociales en la construcción de viviendas, los ensayos para reforzar el carácter de servicio público de los suministros de electricidad y agua, entre otros, han inquietado a sectores económicos que se consideraban intocables. Su respuesta ha sido una campaña persistente para instaurar la idea difusa de parón económico, retroceso empresarial, pérdida de imagen internacional, desastre urbanístico y caos circulatorio atribuidos todos ellos a la gestión de la alcaldesa. La macroencuesta sobre los servicios municipales muestra que esa opinión no ha cuajado en la mayoría de los barceloneses.

El período de gestión de los comunes y sus aliados de izquierdas en el Ayuntamiento de Barcelona ha coincidido además con el pico de la agitación independentista y, al final, su estertor en forma de llamas en el centro de la ciudad. En este conflicto, el partido de Colau ha jugado fuerte la carta de la desinflamación de los nacionalismos enfrentados, lo que a menudo le ha costado ataques desde ambos flancos. Los independentistas han intentado proyectar sobre Barcelona la amarga sensación de derrota nacional que albergan desde 2017. De ahí ha surgido una extraña conjunción de intereses. A la decadencia de Cataluña que los independentistas predican como inevitable si no logran construir su estado soberano, se sumaría la decadencia de Barcelona como motor industrial, comercial y cultural que algunos círculos de la élite económica auguran como resultado de las políticas municipales de Colau.

Del mismo modo que la apuesta de los comuns por desinflamar el conflicto nacionalitario se ha ido imponiendo poco a poco, lo mismo está ocurriendo con algunos asuntos cruciales de la política municipal en Barcelona. La masificación del turismo, la primacía del tráfico rodado, las grandes dificultades para el acceso a la vivienda, la creciente contaminación del aire, la desigualdad social, entre otros, eran y son aspectos sobre los que existía una demanda de actuación política correctora. Y Colau ha tenido la valentía de afrontarlos.

A la hora de la verdad, sin embargo, ha resultado que la reorientación del turismo toca intereses potentes, que han reaccionado augurando paro y desastre económico. Aunque lo cierto es que la mayoría de los barceloneses rechaza el turismo de borrachera y desea un cambio de modelo. Algunos sectores de opinión han acogido con un griterío descalificatorio los esfuerzos para pacificar el tráfico de automóviles en la ciudad, con la creación de las supermanzanas y los ensayos de nueva señalización viaria. Pero eso contrasta vivamente con la sensación de mejora del espacio urbano que se ha asentado entre sus usuarios directos.

¿Por qué tanta contestación a estas políticas locales? ¿Quién no va a estar de acuerdo con la creación de una compañía municipal de electricidad basada en energía renovable y en la reducción de emisiones de Co2 a la atmósfera? ¿Por qué iba a ser mal recibida una política municipal orientada a fomentar el transporte público y a restringir la circulación de automóviles privados cuando ya se ha acreditado que la contaminación provocada por el tráfico causa más de mil muertes prematuras al año, según la Agencia de Salud Pública?

La respuesta a estos interrogantes es simple. Quien tiene otros intereses. Pero la cuestión es: ¿Esos otros intereses son los de la mayoría? La macroencuesta de este año muestra que el acierto de Colau consiste en afrontar abiertamente problemas que causan malestar e inquietud y en asumir con hechos y políticas transformadoras las grandes causas de nuestro tiempo. La sensibilidad medioambiental y ecológica, la humanización del medio urbano, la atención de los más débiles, el respeto ante la diversidad cultural y de género. Gobernar, en suma, asumiendo los costes.

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