La ciudad de los obstáculos
No es imposible organizar una población de modo que los automóviles (privados) se las tengan para acceder a ella o, simplemente, se les prohíba hacerlo. Algo cruje en el modelo
La calle de Consell de Cent de Barcelona es el epítome de esta ciudad de los obstáculos: la circulación rodada se reduce a un único carril, pues la acera norte ganó a la calzada otro carril, pintado y repintando de amarillo, teóricamente para los peatones, aunque en realidad y de madrugada, sirve para botellones y luego, a media mañana, es ocupado mayormente por camionetas de reparto. ...
La calle de Consell de Cent de Barcelona es el epítome de esta ciudad de los obstáculos: la circulación rodada se reduce a un único carril, pues la acera norte ganó a la calzada otro carril, pintado y repintando de amarillo, teóricamente para los peatones, aunque en realidad y de madrugada, sirve para botellones y luego, a media mañana, es ocupado mayormente por camionetas de reparto. Sobre el carril de amarillo el Ayuntamiento instaló pesados e intimidatorios bancos de piedra sin respaldo. Al otro lado, la acera sur cuenta con un carril más estrecho para uso para ciclistas con y sin motor auxiliar. Finalmente, barreras de hormigón tipo New Jersey se alternan con los contenedores. Así es el urbanismo táctico o cómo conseguir en muy poco tiempo un resultado que, si se hubiera pensado un poco más y bastante mejor, podría haber quedado bien o medio bien: lo suyo habría sido ampliar las aceras y colocar sobre ellas bancos de madera, ergonómicos y acogedores. Pero no, había que hacer las cosas a toda prisa y mal, o medio mal, aprovechando las restricciones de la pandemia. Algo parecido le ha ocurrido a la calle de Girona. Y a otras, pero no les voy a aburrir. La primera víctima es la vista misma: los cambios son horrorosos, escribía Javier Marías hace menos de dos semanas en el artículo Barcelona desfigurada, en EL PAÍS Semanal.
No es imposible organizar una ciudad de modo que los automóviles (privados) se las tengan para acceder a ella o, simplemente, se les prohíba hacerlo. Por los canales de Venecia no circulaban carros ni carruajes. Pero algo cruje en el modelo: Venecia fue la ciudad más rica de Europa hasta que Londres la sobrepasó a inicios del siglo XVII. Hoy, el movimiento en favor de ciudades libres de coches es muy influyente en Escandinavia, nuevas Venecias. Londres, ciudad que acabo de citar, aplica, desde 2003, un peaje, hoy, de 15 libras diarias entre las siete de la mañana y diez de la noche congestión charge
Uno es más moderado en esto de sacar a tales o cuales vehículos del centro de una ciudad. Un poco de calma ayuda, que las prisas son malas consejeras: como acabo de escribir, a las once de la mañana, el nuevo carril peatonal de Consell de Cent es el paraíso de los repartidores, no el de los peatones. Los juristas sabemos algo de las consecuencias impensadas de tantas regulaciones bien intencionadas y mal estudiadas.
El fundamento ideológico de estas medidas es la doctrina de decrecimiento económico: no hay que seguir creciendo, es mejor compartir, repartir, caminar, pedalear o —y ahí surge insidiosa la sospecha de pastoreo municipal— usar las líneas del transporte público que el poder municipal traza en vez de las calles y vías que cada cual prefiera usar. En Barcelona, el texto de referencia sobre la materia es el Manifiesto por la reorganización de la ciudad tras el covid, de Massimo Paolini, hay que reducir drásticamente (y no de otro modo) el uso del automóvil (privado) y de las motocicletas en la ciudad, se debe centrar la movilidad urbana en la bicicleta, y hay que impulsar el transporte público, invertir el concepto de acera para dedicar la calzada a las personas, favorecer el juego de los niños en la calle, plantar árboles, quitar asfalto, desmercantilizar la vivienda. Y hay que impulsar el decrecimiento económico, reducir el consumo, eliminar los cruceros, perder turismo, rechazar la construcción de nuevos museos, eliminar inversiones en la marca Barcelona y así sucesivamente.
No vamos bien. Los teóricos del decrecimiento alimentan ideológicamente a quienes no saben hacer las cosas de mejor manera, a quienes no aciertan a inventar cosas distintas de aquellas que hemos visto toda la vida, o a seguir haciendo las mismas que han funcionado siempre bien: el que ahora nos digan que no hay que construir nuevos museos es, por lo menos, inquietante: la experiencia, más que secular, muestra que los museos no han hecho daño a las ciudades en las que se encuentran, en ocasiones, desde hace cientos de años (The world´s oldest museums) todo lo contrario, no tengo por cierto que La Serrería Belga, el novísimo museo de arte contemporáneo de Madrid vaya a arruinar la villa. Ni que Madrid, que acogió a Uber, vaya peor que Barcelona, que la rechazó.
Despintemos calzadas, ensanchemos aceras, sustituyamos New Jerseys por maceteros, volvamos a los bancos de madera. Con respaldo, por favor.
Pablo Salvador Coderch es catedrático emérito de Derecho Civil de la Universitat Pompeu Fabra.