Botifarra sí; ostras también en el Cafè del Mig de Perafita
El bar del pueblo de Perafita se ha convertido en un restaurante sin perder su idiosincracia
Acostumbra a pasar que algunas de las sorpresas más apreciadas de un pueblo, aquellas que acaban por trascender, son las que han pasado desapercibidas para sus vecinos, invisibles para cuantos las tienen a la vista, hasta que fueron descubiertas por los visitantes, como la carta propia de una marisquería que ofrecen en el Cafè del Mig de Perafita. El pueblo está en el Prepirineo, a 750 metros de altitud, territorio de carne y caza además de patatas, pan y queso únicos, ...
Acostumbra a pasar que algunas de las sorpresas más apreciadas de un pueblo, aquellas que acaban por trascender, son las que han pasado desapercibidas para sus vecinos, invisibles para cuantos las tienen a la vista, hasta que fueron descubiertas por los visitantes, como la carta propia de una marisquería que ofrecen en el Cafè del Mig de Perafita. El pueblo está en el Prepirineo, a 750 metros de altitud, territorio de carne y caza además de patatas, pan y queso únicos, propios del pastoreo del Lluçanès.
Jamás pensé que me tomaría media docena de ostras en el bar al que acudo desde niño para beber, convencido de que el mejor menú era el que me preparaban en casa cuando no se imponía la visita a alguna de las fondas de la comarca. La alternativa era la familia o el restaurante hasta que te encuentras con un amigo, hablas con una conocida o te cruzas con los compañeros de tu hijo y te dejan con la palabra en la boca: “¡Qué bien hemos comido en el Cafè del Mig!”. No queda más remedio que visitar el comedor de Marc Riera y Mònica Puig.
92 años de historia
Fundación; 1929. Jaume Puig Casals
Servicio: tapas, pulpo a la gallega, callos, pizzas y platos de carne y pescado.
Momento ideal: La cena, sobre todo los fines de semana.
No han cambiado la entrada ni la salida, la puerta que da a la carretera y la que conecta con la calle; ni se ha movido desde hace tiempo la barra, aunque han desaparecido los taburetes y las sillas son nuevas; también sigue en el sitio de siempre el lavabo; y las mesas continúan siendo de mármol, a excepción de la que está fuera, grande y de madera, reservada a los parroquianos, la mayoría jóvenes que van y vienen y comentan la jugada con una cerveza en la mano.
Algunos pasantes acuden para sellar la quiniela, piden una primitiva o recogen un décimo en el que es también el despacho de Loterías y Apuestas del Estado. Hoy es el único juego regular del Cafè del Mig. Hubo un tiempo en que había varias partidas en una tarde: la del truc , la de la botifarra y la del canari , la única en la que el dinero era visible y te permitía saber quién ganaba sin entender las cartas. Los jugadores tomaban café, copa y puro alrededor de un tapete verde que nunca se manchó hasta desaparecer porque ya no hay partidas en el bar.
Ahora incluso cierra un rato por la tarde y por la noche ya nadie se escapa para jugar sino para beber y comer sin que el vermut haya perdido en el Cafè del Mig. El local nunca dejó de funcionar como bar, café, casa de apuestas y centro popular. La vida, sin embargo, ya no se ordena a partir de una barra, ni tampoco de una estufa, ni siquiera de una televisión, como pasaba en los tiempos de Reina por un día o últimamente con las carreras de motos o los partidos del Barça.
Ahora la pantalla está casi siempre apagada y los platos van y vienen, arriba y abajo, desde una cocina resguardada en la planta superior y presidida por un horno Josper. El comedor tiene un aire de reservado que le diferencia del bullicio del bar pese a que la oferta es la misma: el pescado fresco llega de Mercabarna y los mejillones aparecen tan apetecibles con la gamba roja o las cigalas por no hablar del atún rojo; al igual que ocurre con la mayoría de los pedidos a domicilio, la paella tiene sabor casero; y las pizzas son tan requeridas como el pollo a l’ast y los productos de brasa comunes en el Lluçanès.
Los callos también tienen salida y las cenas gin tonic de los jueves son muy comentadas para suerte de Marc y Mònica. Aunque trabajó de camarero desde los 13 años, Marc se dedicaba a la informática hasta que montó el bar-restaurante que tanto tiempo buscó y nunca encontró después de su boda con Mònica, que estudió en la Escuela de Hosteleria Joviat de Manresa y asumió la herencia del Cafè del Mig después de la renuncia de su hermana Marian. Ambas son hijas de Jaume Puig y Mila Pérez y nietas de Jaume Puig Casals y Ángeles Gotia. Las tres dinastías que han dado vida al Cafè del Mig desde hace 92 años.
Ángeles era de Bilbao y Mila llegó de Lugo. No es extraño que las tapas más variadas y el pulpo a la gallega figuren en la propuesta de Mònica y Marc, el cocinero emprendedor y autodidacta que ha fusionado y evolucionado el legado culinario de una familia muy querida: el abuelo Jaume no solo dirigió el bar con la gracia de Ángeles sino que ejerció de maestro de repaso y alfabetizó a cuantos le pidieron ayuda. Jaume padre continuó la tradición en tanto que hijo único, próximo y empático, buena gente, siempre atado a una barra que pese a los momentos de duda absorbió también a Mila y Mònica.
Al igual que muchos bares comunes de pueblo, el Cafè del Mig quiere decir tantas cosas que resistió al cambio de nombre después del intento fallido de ser denominado Café Sport. El reto de Marc y Mònica es responder con grandeza al espíritu de supervivencia de Jaume y Mila y al carácter pionero de Jaume y Ángeles. Aunque ya no hay sitio para el billar ni para la vitrina de trofeos desde que desapareció el equipo de fútbol, el Cafè del Mig se mantiene como punto de reunión y celebración y se ofrece como un singular restaurante.
Ahora se pueden pedir ostras en Perafita después de que en 1961 se buscara petróleo en el Hostal Nou. La gracia está en saber gestionar la sorpresa desde la sencillez y la discreción sin renunciar a la autoestima ni a la ambición; se trata de poder comer bien en el Cafè del Mig. Hoy es una suerte disfrutar de una carta que expresa el sabor de 92 años al servicio de Perafita.