El jardín de las delicias de Antoni Llena
La Fundación Vila Casas presenta ‘En voz baja’, una retrospectiva del creador de obras realizadas con materiales frágiles y de desecho
Antoni Llena (Barcelona, 79 años) no ha pasado el coronavirus, pero un derrame cerebral lo llevó al hospital durante uno de los picos de la pandemia, cuando la covid, sus causas de propagación y sus posibles tratamientos eran un auténtico quebradero de cabeza. Por suerte, ni el derrame ni la covid han podido con Llena y ha salido adelante ultimando la gran exposición, En voz baja, que le dedica la Fundación Vila Casas en sus Espais Volart ...
Antoni Llena (Barcelona, 79 años) no ha pasado el coronavirus, pero un derrame cerebral lo llevó al hospital durante uno de los picos de la pandemia, cuando la covid, sus causas de propagación y sus posibles tratamientos eran un auténtico quebradero de cabeza. Por suerte, ni el derrame ni la covid han podido con Llena y ha salido adelante ultimando la gran exposición, En voz baja, que le dedica la Fundación Vila Casas en sus Espais Volart (hasta el 30 de septiembre), una muestra en la que puede verse lo poco de su obra que se ha conservado. “Se ha destruido el 80%”, asegura el propio artista.
Es normal. Sus obras son frágiles, ya que este artista de talante educado y formas exquisitas crea a partir de elementos desechados, que parece que vayan a desvanecerse y destruirse y por eso está considerado como uno de los primeros representantes en Cataluña del arte pobre y efímero. “En mi vida no he hecho nada que no sea frágil y no he querido preocuparme nunca por hacer una carrera artística”, confiesa el artista. Esta fragilidad de materiales no impide que sus obras sean contundentes y radicales.
La pieza más antigua de la muestra es una creada en 1964 a base de pigmentos, polvo de talco y lápiz sobre tela. “La hice para que la gente la tocara y se la llevara entre sus dedos”, explica, haciendo el ademán delante de la tela de más de un metro de alto por casi otro de ancho. La pintura estaba en la pared de la celda del convento de los Capuchinos de Sarrià de Barcelona en la que Antoni Llena había ingresado como fraile capuchino cuando tenía 17 años. Cuando la vio Antoni Tàpies, con motivo de la Caputxinada, en 1966: “¿Pintas?”, le preguntó. “Esto se ha de exponer”. “Al final se expuso en el Salón de Mayo, pese a que a mí me parecía horrorosa”, recuerda Llena. “Por eso, cuando acabó, no fui a por ella. La recogió, tiempo después, Bernard [el fotógrafo Antoni Bernard] haciéndose pasar por mí y la entregó al Macba”. Menos mal.
La pobreza de materiales y la falta de divismo artístico han propiciado que la mayoría de las obras se hayan perdido. Por suerte, podemos contemplar parte de ese 20% que ha sobrevivido de la mano del comisario de la muestra, Àlex Susanna, director de arte de la Fundación Vila Casas. “Hay que poner la oreja para sentir que sus obras gritan, en voz baja, pero gritan”, dice Susanna. Gritan y resisten el tiempo y permiten comulgar (como si el artista siguiese siendo un fraile) con la cuidadosa manera de crear de Llena, que se mantiene pese a enfermedades y pandemias. Como los 500 dibujos creados con pastel durante el confinamiento, casi de forma convulsiva, una especie de “jardín de las delicias”, como los califica Susanna, por estar llenos de personajes desnudos con alusiones sexuales, como en el famoso cuadro del Bosco y por “condensar su visión de la vida y del arte, trágica, cómica y erótica, y hacer referencia a muchos de los artistas que le han influido, como Brueghel, Tàpies, Miró, Goya, entre otros muchos”, sigue Susanna. Todos los dibujos forman la serie: SOS: senyals de fum des d’un subsol.
Entre la obra de 1964 de talco y estos dibujos, pueden verse obras impactantes como Et in Arcadia Ego I, de 1995, realizada con la manta de algodón en la que murió su madre. Poco después, Llena la dobló de forma meticulosa y la colocó bajo un trozo de caucho con forma de útero femenino. “La di al Macba porque no quería que acabara en manos privadas”, asegura el artista.
También pueden verse, todas juntas, las maquetas para monumentos públicos, pequeños artilugios de alambre y papel que parecen formar una pequeña ciudad. Muchos han quedado en eso, bocetos de esculturas sin realizar. Como uno que le encargó un ayuntamiento catalán dedicado al 11 de septiembre (una alambrada de gallinero abierto con las gallinas escapadas). Al final su alcalde optó por otro en el que se representaban las tradicionales cuatro barras. O El fantasma, que realizó en 1997 tras el encargo del Ayuntamiento de Barcelona para colocarlo en la Plaça dels Àngels, delante del Macba. Según Llena no se llegó a realizar porque el director del museo, Miquel Molist, se negó a que prosperara. “Quizá porque la obra recordaba una tienda de campaña, porque el lugar del artista no es el museo, sino la intemperie”, explica con sorna el artista.
Otros proyectos sí que han acabado materializándose: como Homenatge als castellers, de 2012, que sorprende por su tamaño a la entrada a la plaza de Sant Miquel de Barcelona, o el titánico David i Goliat, de 1992, que pese a tener sus patas de acero, como si los trabajos de Llena llevaran en su ADN la fragilidad, acabó roto por la mitad durante el temporal Gloria, en enero de 2020. A finales de junio volvió a erguirse orgulloso en el Parc de les Cascades, tras una meticulosa restauración.
La exposición termina con una de las obras más sorprendentes de Llena (conservada milagrosamente): Viatge d’hivern, de 2003, una especie de diorama, formada por 38 cajas de madera que contienen pequeñas obras. Son de una coleccionista norteamericana que la depositó en el Macba en 2007 y solo se habían expuesto todas juntas una sola vez. Hasta ahora.