Los botellones se perpetúan en Barcelona tras el estado de alarma

Sociólogos y psicólogos denuncian que los jóvenes han sido olvidados en la pandemia

Ambiente nocturno en el barrio de Gràcia de Barcelona el pasado viernes.Carles Ribas (EL PAÍS)

El toque de queda finalizó la madrugada del 9 de mayo. De inmediato, comenzaron las noches de botellón en playas, plazas y calles de Barcelona. Miles de personas, sobre todo jóvenes, dejaron de respetar de repente las distancias de seguridad (que siguen vigentes), se olvidaron de las mascarillas antes de tiempo y consumieron a...

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El toque de queda finalizó la madrugada del 9 de mayo. De inmediato, comenzaron las noches de botellón en playas, plazas y calles de Barcelona. Miles de personas, sobre todo jóvenes, dejaron de respetar de repente las distancias de seguridad (que siguen vigentes), se olvidaron de las mascarillas antes de tiempo y consumieron alcohol en la vía pública, lo que está prohibido por la ordenanza municipal desde mucho antes de que llegara la covid. Además del alcohol, los botellones van acompañados de música, lo que acaba de sacar de quicio a los vecinos de las zonas más afectadas.

La Guardia Urbana y los Mossos d’Esquadra activan, cada fin de semana, dispositivos para desalojar y disuadir a los participantes en botellones. Pero el fenómeno se mantiene vivo. Ni siquiera la reapertura de las discotecas y los locales de ocio nocturno evitan que miles de personas se concentren en botellones que se repiten las noches de los jueves, viernes, sábados y domingos, siempre en las mismas zonas: las playas del barrio de la Barceloneta, el paseo del Born, Arc de Triomf, la plaza del Macba, los jardines de las Tres Chimeneas en el Paral·lel o las plazas del barrio de Gràcia.

Solo en mayo, la policía local interpuso 2.703 denuncias a personas que estaban consumiendo alcohol en la vía pública. En junio sancionaron a otras 1.550 personas por hechos similares. El teniente de alcalde de Prevención y Seguridad, Albert Batlle, admite a EL PAÍS que después del fin del estado de alarma por la pandemia el botellón y “el mal uso de la vía pública” son problemas en aumento.

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“Hay puntos concretos, pero es un fenómeno que afecta a toda la ciudad. Nos hemos reunido con vecinos y comerciantes porque tenemos la obligación de ponerle freno y no toleraremos este incivismo que causa muchas molestias”, sostiene. Batlle asegura que el botellón no es exclusivo de Barcelona y que la Guardia Urbana seguirá realizando dispositivos de “saturación”, o lo que es lo mismo, mucha presencia policial donde se dan los botellones para, o bien, que no se produzcan, o bien desalojarlos con la mayor celeridad posible. “Nos preocupa que con la concentración de personas también se produzcan robos”, advierte Batlle.

Es cierto que el fenómeno del botellón no es nuevo en la ciudad, pero nunca se había visto tal concentración de personas reunidas en las calles de forma improvisada. Ferran Giménez, sociólogo y profesor colaborador de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) cree que la proliferación de esta práctica se debe a diversas razones: “Por un lado, el final del estado de alarma, acompañado de la vacunación y la apertura de los confinamientos, ha producido un efecto llamada para recuperar el consumo colectivo y el ocio. Por otro, durante más de un año a los menores de 30 años les hemos limitado su principal modelo de socialización. No hemos construido un ocio alternativo y el modelo online no ha superado la presencia corporal”. Giménez asegura que el botellón, cuando el ocio nocturno estaba cerrado, se convirtió en la única manera con que los jóvenes buscaron el bienestar emocional.

Jóvenes olvidados

Alba Alfageme, psicóloga y profesora de la Universitat de Girona (UdG), denuncia: “Durante la pandemia ha habido una visión egocéntrica y nos hemos olvidado de las necesidades de los jóvenes. Recibieron un impacto muy elevado en su salud mental y perdieron la socialización. Al abrir las puertas, las administraciones no previeron que se iban a realizar botellones y encuentros masivos”. Alfageme sostiene que el botellón es una “escapatoria” a la situación de aislamiento, pero también al “paro y la incomprensión” que sufren unos jóvenes a los que se les “acusa de ser los culpables de brotes y transmisiones”.

Los vecinos, mientras tanto, sufren las molestias de los botellones. La pasada verbena de Sant Joan, el Ayuntamiento aisló el barrio de la Barceloneta para que, aunque se pudiera celebrar la verbena en la playa, no se accediera a las calles del barrio pesquero. Los vecinos creen que fue insuficiente y el miércoles se manifestaron en la plaza Sant Jaume porque ya no aguantan más los botellones.

Óscar Domenech, de la plataforma Barceloneta Diu Prou, lamenta que el botellón comienza cada vez antes —los miércoles— y semana a semana todo se complica. “Ahora a las tres de la mañana, cuando la gente sale de las discotecas, la situación es todavía más preocupante porque se juntan con los del botellón y todos acaban en las calles del barrio. Las playas son irrecuperables e incluso peligrosas a ciertas horas. Estamos peor que en 2014, cuando nos manifestábamos en contra de los pisos turísticos”, lamenta Domenech.

Susana Saumell, de la Plataforma en Defensa de la Barceloneta, asegura que en los botellones participan turistas, pero también vecinos de la ciudad que orinan y vomitan en las calles del barrio e incluso se muestran agresivos cuando los vecinos les llaman la atención. “Además, desde el ambulatorio nos están avisando de que cada vez hay más contagios en el barrio y no dan a vasto haciendo PCR”, advierte.

Jordi Papell, de la asociación de vecinos del Casc Antic, lamenta que el problema de los botellones está muy ligado al turismo que, según manifiesta, “expulsa” a los vecinos del barrio. “La única solución es que se respeten los horarios de cierre de los locales y que se sancione a los que beben en las calles porque muy pocas veces vemos que se denuncie”.

El Born y Arc de Triomf, epicentros de la fiesta
Centenares de jóvenes se concentraron la noche del viernes en el paseo del Born de Barcelona. La mayoría eran estudiantes Erasmus —franceses, italianos y alemanes— que se apropiaron de los bancos y el tramo central del paseo. Otro foco de botellones era el passeig de Lluís Companys. Entre Arc de Triomf y la entrada al parque de la Ciutadella, bajo cada farola se aglutinaron decenas de jóvenes que invadían céspedes y parterres mientras bailaban y cantaban con guitarras y tambores. Pese a que hay lugares fijos donde se practica el botellón en la ciudad, otros son mucho más ocasionales. A las dos de la madrugada, en Poblenou se forma un botellón en la encrucijada de la calle Pere IV con la calle Álava. Los bares de la calle Pere IV acaban de cerrar y los clientes, muy jóvenes, siguen de fiesta. No hay distancia de seguridad, ni mascarillas, ni medidas de prevención contra el coronavirus. “He meado en la alcantarilla, es lo más decente que podía hacer”, se escucha decir a alguien, cuyo sentido del civismo sigue despierto a pesar de la borrachera, desde detrás de unos contenedores. Un grupo de cinco amigos, en la calle Princesa, recogen el colchón rojo de un sofá de un contenedor y se sientan en medio de la calle. Un joven grita y llora sin camiseta cerca de la Vila Olímpica, e increpa a un grupo de gente desconocida. En el paseo del Born, a las tres y media de la madrugada ya han actuado los servicios de limpieza. Es sábado y la multitud se ha dispersado a otros puntos donde seguir de fiesta, o se ha ido a dormir. En el Born ya solo quedan cinco amigos hace unos minutos en el paseo había centenares de personas. / TOMEU MASCARÓ

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