Joglars se monta su ‘Polònia’ en el Apolo con la excusa de Rusiñol
La platea del teatro del Paral.lel en pie aplaude el regreso del grupo a Barcelona
Ha disfrutado y se ha reído mucho el público en el estreno barcelonés el miércoles por la noche, por fin, después de una larga gira del espectáculo, de Señor Ruiseñor, la última obra de Joglars, una desaforada sátira sobre el independentismo catalán que toma como excusa la figura de Santiago Rusiñol (1861-1931). Del tono de la pieza, baste con señ...
Ha disfrutado y se ha reído mucho el público en el estreno barcelonés el miércoles por la noche, por fin, después de una larga gira del espectáculo, de Señor Ruiseñor, la última obra de Joglars, una desaforada sátira sobre el independentismo catalán que toma como excusa la figura de Santiago Rusiñol (1861-1931). Del tono de la pieza, baste con señalar que hay una escena en la que se otorga la Medalla al catalán auténtico a un energúmeno en pelota picada (o con “una segunda equipación del barça muy fina”) que grita “apreteu!” y otra en la que un monje de Montserrat aduce para marcharse que ha de ir “a tocar el flabiol a los niños de la escolanía”. El grupo, de regreso a la ciudad después de seis largos años de ausencia en la cartelera, ha recibido calurosos aplausos de una entregada platea del teatro Apolo, con la mayoría de los espectadores puestos en pie. El estreno, sin embargo, sin autoridades ni representantes destacados del mundo político y cultural, y condicionada por las medidas anticovid, no ha sido la soirée d’exception que merecería el grupo pródigo del teatro catalán. Ha sorprendido ver a un espectador que lucía el lazo amarillo.
Joglars, bajo la batuta del Ramon Fontseré, que además encarna genialmente, como suele, al protagonista, encadenan escenas de gran despiporre siendo a la vez fieles a la depurada técnica y maestría actoral que ha sido siempre sello del grupo. Pese a la coartada cultural de llevar a escena a Rusiñol como antítesis, por su carácter cosmopolita, del nacionalismo independentista más radical y excluyente, Señor Ruiseñor, escrita por el propio Fonseré (y que se representa en el Apolo en su versión en catalán), es en esencia y salvando las distancias artísticas un Polònia desde el otro lado, desde la otra trinchera. Lleno de bromas de trazo grueso (Odium cultural, TVrés, Waterloooo pronunciado como un aullido lobuno, el efecto que provoca en los personajes independentistas la palabra España, el trozo de armadura que adquiere vida propia como “brazo opresor”) y caricaturas grotescas, y con escenas escatológicas en la tradición de Boadella, el espectáculo se muestra en realidad bastante ajeno a la sutileza y poesía del mundo de Rusiñol que quiere representar.
La trama de la obra se centra en un viejo ex empleado reumático de Parques y Jardines (Fontseré) recolocado en el Museo Rusiñol, donde encarna al artista para las visitas turísticas y cuyo abuso de la morfina (Rusiñol fue adicto) le lleva a desdoblarse en él. Frente al mundo poético, de valores humanistas, luminosa alegría bohemia y el arte como patria universal, representado por el jardinero/ Rusiñol, se alza la siniestra, mezquina, fanática y cobarde estulticia de los demás personajes, el personal del museo, su directora, un periodista oficial, una andaluza conversa de Arran, y la directora del patronato del que depende el centro, en vías de transformarse en Museo de la identidad catalana.
Ya la primera escena, una verdadera lección de mimo con los actores (Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilà, Juan Pablo Mazorra y Rubén Romer) representando aves, da la medida del dominio corporal del grupo. Entonces hace su entrada el gran Fontseré con un aire de Emmet Brown, el científico loco de Regreso al futuro, manejando en vez de un DeLorean una máquina cortacésped. Señor Ruiseñor recuerda mucho a Daaalí, la obra de 1999 de Boadella y Joglars sobre el pintor ampurdanés (también Fontseré): hay el mismo recurso a las pantallas digitales en las que el artista pinta electrónicamente sus cuadros, y el mismo enfrentamiento entre la aparente locura del genio, acusado de botifler, por supuesto, y la pequeñez miserable de todos los que lo rodean.
La representación avanza contraponiendo al jardinero/ Rusiñol con los demás y con bromas in crescendo sobre el independentismo, en las que no faltan alusiones a Sijena, los cortes de tráfico reivindicativos, el 155 y la barretina. Entre las escenas notables, la del auca del señor Rusiñol con máscaras, que ofrece reminiscencias de espectáculos seminales de Joglars como Mary d’ous y Alias Serrallonga. Y de las más animales, la de la frenología, en la que los museólogos intentan demostrar que los catalanes tienen más capacidad craneal que los españoles (en la entrada del teatro se ha dado a los espectadores una cinta métrica de papel para medir la suya).
En un momento de la representación aparece el ex presidente Jordi Pujol (Fontseré, que ya lo encarnó inolvidablemente en Ubú president) tratando de confesarse ante el monje de Montserrat, que le rehúye. “Pare, he pecat amb honestedat, per la familia”, justifica Pujol, que deplora no salir en el Museo de la identitat catalana y no tener una calle, plaza o avenida con su nombre, “como Tarradellas”, y “ni siquiera un grupo de whatsApp”, mientras siembra “semillas de tierra prometida, que dan buen rendimiento”. Pese a la genialidad actoral de Fontseré, un número no muy distinto a los que montan Toni Albà y Polònia con el Rey emérito… En el Teatro Apolo, hasta el 6 de junio.