El ganador se lo lleva todo

Incluso las ciudades más exitosas a la hora de estimular la creatividad y atraer talento están ahora en crisis. La desigualdad y la segregación social son ahora las principales amenazas de futuro

Vista panorámica de Barcelona desde la basílica de la Sagrada Familia.ALBERT GARCIA

Barcelona ha querido conjurar la depresión postcovid con un ejercicio de impulso y proyección económica hacia el futuro. Organizada por el Ayuntamiento, el programa de Barcelona reACT ha querido subrayar su capacidad de resiliencia y recuperación. Las 25 sesiones de trabajo, los 111 ponen

tes y el compendio de proyectos presentados dan para mucho más de lo que cabe en este artículo. El resumen serían los 100.000 puestos de trabajo que se espera crear en 10 años gracias a la veintena de proyectos de transformación digital, ecológica, innovación tecnológica e impulso de la industria creat...

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Barcelona ha querido conjurar la depresión postcovid con un ejercicio de impulso y proyección económica hacia el futuro. Organizada por el Ayuntamiento, el programa de Barcelona reACT ha querido subrayar su capacidad de resiliencia y recuperación. Las 25 sesiones de trabajo, los 111 ponen

tes y el compendio de proyectos presentados dan para mucho más de lo que cabe en este artículo. El resumen serían los 100.000 puestos de trabajo que se espera crear en 10 años gracias a la veintena de proyectos de transformación digital, ecológica, innovación tecnológica e impulso de la industria creativa que se han presentado. La idea central es seguir apostando por el conocimiento y atraer talento internacional para reforzar la posición de Barcelona como ciudad global. Suena bien. En la sociedad del conocimiento, la competitividad, la creatividad y la capacidad de atraer talento son fundamentales. Pero no suficientes para garantizar la prosperidad. Ese era el paradigma de hace veinte años. Se presentó como la varita mágica para alcanzar una buena posición global, pero incluso las ciudades de mayor éxito están ahora en crisis.

El principal teórico de la creatividad como motor económico, el profesor Richard Florida, ahora afincado en Toronto, ha tenido que revisar sus postulados. Su libro The Rise of the Creative Class, publicado en 2002, tuvo un impacto enorme. En sus conferencias solía reproducir las palabras de la presidenta de multinacional Hewlett Packard en una reunión con gobernadores de EEUU: “Quédense con sus incentivos fiscales y sus autopistas. Nosotros iremos allá donde estén las personas con talento”.

En los tres libros que publicó sobre el tema Florida insistió en que “la creatividad humana es la fuente decisiva de la ventaja competitiva” y que la mejor fórmula para que una ciudad pueda competir a nivel global es crear un entorno de creatividad capaz de atraer talento. Se hicieron muy famosas las tres T de su fórmula para el éxito: tecnología, talento y tolerancia. De las tres ha hecho acopio Barcelona. Ahora es capaz de generar y atraer talento en sectores punteros como las nuevas tecnologías digitales o la biomedicina. También tiene unas condiciones físicas y culturales que la hacen atractiva como lugar para vivir. Y ser conocida a nivel global le ha permitido crear una poderosa industria del visitante. Es capaz de generar conocimiento y riqueza, sí, pero la crisis financiera, la emergencia climática y el durísimo test de estrés de la pandemia han revelado que esas tres condiciones no son suficientes para garantizar una prosperidad duradera.

El propio Richard Florida acaba de publicar un nuevo libro titulado precisamente The New Urban Crisis. Veinte años después de la serie sobre el auge de las clases creativas, admite que incluso las ciudades de mayor éxito viven una nueva crisis urbana marcada por el aumento de las desigualdades, una creciente segregación social y el rápido empobrecimiento de las clases medias. La concentración de talento atrae talento, pero cuanto más grande, más densa y más intensiva es la actividad tecnológica, mayor es el grado de desigualdad y polarización social. La riqueza tiende a concentrarse en capas cada vez más reducidas y privilegiadas de la población, mientras el resto pierde poder adquisitivo y capacidad de influencia.

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Todos esperan como un maná, también Barcelona, los fondos europeos de la Next Generation. Con ellos espera afianzar los interesantes proyectos de desarrollo digital y de economía verde y azul que se acaban de presentar. Pero todos saben que no se trata solo de relanzar la economía sino de transformarla. En los años noventa el proyecto olímpico catapultó a Barcelona como ciudad global. En el éxito tuvo también su penitencia: turismo masivo, especulación, gentrificación, polarización social. Ahora ese modelo está en crisis y Barcelona necesitada reinventarse, pero esta vez solo puede ser con la justicia social como motor de transformación.

Eliminar las brechas sociales es ahora el gran reto de las grandes metrópolis. Y eso exige, según Florida, aplicar políticas drásticas y valientes que rompan la actual dinámica del winner take-all, el ganador se lo lleva todo. Por mucho talento que atraiga, cómo va a prosperar Barcelona si no es capaz de garantizar a sus propios jóvenes una vivienda digna y asequible? Una ciudad no puede prosperar si no es capaz de garantizar ingresos suficientes a toda su población y para ello necesita, según Florida, instrumentos como un salario mínimo de ciudad que tienda a nivelar lo que la desregulación laboral ha desnivelado, y un ingreso mínimo vital que rescate a quienes están en riesgo de exclusión. Parafraseando a Bill Clinton, allí donde antes se decía ¡Es la creatividad, estúpido!, ahora hay que decir: ¡Es la desigualdad, estúpido!

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