Un palito en la nariz matutino para ver a Love of Lesbian

Los test de antígenos para la prueba piloto del concierto en el Palau Sant Jordi se realizan en las salas Razzmatazz, Luz de Gas y Apolo en un ambiente de amabilidad, eficiencia y ausencia de aglomeraciones

Una enfermera realiza una prueba de antígenos en la sala Razzmatazz a un asistente al concierto.Joan Sánchez

Razzmatazz, 9 de la mañana. Insólito momento para los prolegómenos de un concierto. Pero no es sólo un concierto. La sala, como el Apolo y el Luz de Gas, cerradas todas por la pandemia, acogen puestos de test de antígenos a los asistentes que esta tarde, en número de 5.000, asistirán en el Palau Sant Jordi de Barcelona a una prueba piloto para disolver la distancia social, que no las mascarillas, en acontecimientos masivos. No hay mucha ge...

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Razzmatazz, 9 de la mañana. Insólito momento para los prolegómenos de un concierto. Pero no es sólo un concierto. La sala, como el Apolo y el Luz de Gas, cerradas todas por la pandemia, acogen puestos de test de antígenos a los asistentes que esta tarde, en número de 5.000, asistirán en el Palau Sant Jordi de Barcelona a una prueba piloto para disolver la distancia social, que no las mascarillas, en acontecimientos masivos. No hay mucha gente, todos los testados han pedido cita previa, las colas están esponjadas y reinan la amabilidad y la pulcritud. A su manera, todos los participantes se sienten pioneros, hasta el punto de no hacer ascos a que a esa hora tan temprana de la mañana se desayunen con un palito metido en la nariz hasta la faringe donde “estará tres segundos, lo voltearé y se lo extraeré”, avisa simpática una enfermera. La pista de la sala acoge 16 cabinas por donde va pasando el público. Realizada la prueba, se solicita que se espere el resultado en las inmediaciones, no sea que haya de repetirse. Reinan la placidez y la eficiencia. La sonrisa amable parece una consigna entre el personal sanitario. “¿Le han hecho esta prueba alguna vez?”, preguntan al intuir expresión de pardillo en el paciente.

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Para entrar era obligatoria la cita previa como cuando se va al dentista. La daba una aplicación en la que había que consignar los datos personales. Uno de ellos, la edad. El calendario disponible para registrarla arranca en marzo de 2003, los 18 años marcan la edad mínima de la prueba. La máxima es de 65, pero el calendario no llega a 1956, deteniéndose en marzo de 1957, excluyendo así a quienes, nacidos en el 56, aún no han cumplido, por los pelos, la edad tope a partir de la cual ya no se sirve ni para conejillo de indias. La víspera se consultaba el problema a un agilísimo y amabilísimo servicio de incidencias que respondía “mienta, denos sus datos reales mediante un correo y, más tarde, los introduciremos nosotros mismos en el sistema”. Acompañan la explicación con una jerga de múltiples palabros que al lego le evocan una ignota religión laica. Mentir. La actualidad judicial aconseja que, de mentir, mejor hacerlo de verdad. Un sexagenario se apunta a los 18 años. Esta aplicación causaría furor en Hollywood.

Hace sol, la mañana es cálida, se está bien en una calle Almogàvers en la que el tráfico aún no ha despertado, acunado además el personal por la excepcionalidad del momento. Reinan las personas en la treintena. Tras la amabilidad y el palito (por cierto, la sensación es rara: como si entrara agua en las narices), la espera. Soportar estoicamente el frotis nasofaríngeo ha sido un éxito. Luego, la perplejidad: debemos vivir demasiado ansiosos porque apenas han pasado tres minutos y el móvil ya recibe un mensaje solicitando paciencia. Antes, pues, de que el paciente haya tenido tiempo de sentir impaciencia alguna. ¿Medicina preventiva? Las personas que ya han pasado el test esperan manoseando los móviles, algunos hacen fotos. Nuevas personas se suman a la cola de entrada, que sigue estando esponjada por las distancias.

Apenas transcurridos 10 minutos, el móvil, que constantemente avisa de que la resolución del test está en curso, dicta un veredicto. La mayoría dan resultado negativo. Son apenas las 9.15, la organización todavía no ofrece datos al respecto, pero las caras de quienes reciben el mensaje indican que han sido facultados para continuar a partir de las 19.00 en esta prueba piloto.

A las 13.45 se habían testado 3.800 personas, con cuatro resultados de SARS-CoV-2 positivos (todos ellos asintomáticos) y dos contactos de riesgo de ellos, que deben cumplir cuarentena. En total seis personas que deberán esperar al próximo evento. Gran colaboración de los asistentes en las tres salas de cribaje, sin colas, a un ritmo fluido y rápido. La aplicación AccessTicket ha funcionado a la perfección para recibir los resultados. Se demuestra así por primera vez que es posible cribar 5.000 asistentes el mismo día de un evento cultural masivo que se realizará en un recinto cerrado. Con muchas ganas de que empiece ya el concierto.

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Ante los facultados para asistir al concierto que ha comenzado más pronto en la historia del pop español se les abre una mañana en la que disfrutarán de su condición de personas no contagiadas. Love Of Lesbian, que exceptuando un par de conciertos acústicos formato bolsillo ofrecidos en Galicia y Menorca, no han actuado en serio desde el 28 de octubre de 2019, lo hará más tarde en el escenario del Sant Jordi gracias a la unión de esfuerzos de promotores de la industria de la música en directo y científicos del Hospital Germans Trias i Pujol. Se intuye, también en países como Dinamarca, que estos cribados mediante test rápidos pueden ser la solución para que nos volvamos a divertir sin respetar distancias. Durante las próximas semanas se irán comprobando los resultados a través de la sanidad pública. De que resulten satisfactorios depende la poca actividad festivalera que la pandemia aún no se ha llevado por delante. Pero eso será en unas semanas, hoy vivimos al día, y lo que toca es disfrutar de un negativo que faculta la participación en un concierto como los que no se hacían desde hace más de un año. Carpe diem.

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