La vida después de la vacuna

La residencia Pare Vilaseca, de Igualada, pide a Salud un protocolo para que una vez vacunados los residentes puedan recuperar una rutina más normal

Un anciano de la residencia Pere Vilaseca, de Igualda, poco después de ser vacunado / ALBERT GARCIA

Un equipo de un CAP de Igualada está este martes en la residencia Pare Vilaseca preparando el material para poner la primera dosis de Pfizer a dos ancianos que esperan que la vacuna les devuelva la esperanza tras estos meses llenos de sombras. Maria, de 95 años, sonríe y aguarda su turno acomodada en una butaca en una sala junto a un comedor ahora vacío. Un 91% de los residentes ha aceptado vacunarse y el centro no descarta que el 9% restante ca...

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Un equipo de un CAP de Igualada está este martes en la residencia Pare Vilaseca preparando el material para poner la primera dosis de Pfizer a dos ancianos que esperan que la vacuna les devuelva la esperanza tras estos meses llenos de sombras. Maria, de 95 años, sonríe y aguarda su turno acomodada en una butaca en una sala junto a un comedor ahora vacío. Un 91% de los residentes ha aceptado vacunarse y el centro no descarta que el 9% restante cambie de opinión cuando vea la buena evolución de sus compañeros.

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Maria Àngels Riba, directora técnica del Consorcio sociosanitario de Igualada, empieza ahora a ver la luz al final del túnel tras la pesadilla vivida. Y piensa en el futuro: en el protocolo que quiere que la administración elabore para hacerle la vida más fácil a los abuelos y puedan recuperar la vida anterior a la pandemia. La residencia, de 7.000 metros cuadrados sin contar la zona ajardinada, cuenta con 158 plazas y ahora están ocupadas 113. El Centro de Día dispone de 40, pero solo funciona al 50%. “Con lo que hemos pasado, cuando se ponen las vacunas es como si se volviera a abrir todo otra vez”, dice esta enfermera que trabajó 20 años en hospitales y que lleva otros tantos dirigiendo la residencia.

El Govern confinó los municipios de la Conca d’Òdena el 12 de marzo y el día 19, cuando aún no había ni PCR ni antígenos ni ningún control, el centro sufrió el primer caso. Vivieron después 40 días terribles que costaron muchas vidas. Desde abril, solo han tenido dos casos de covid más, en diciembre y enero, y han evolucionado bien. Pero en la pasada primavera, el coronavirus mostró sus mil y una caras y afloró en la residencia de forma distinta y separada en el tiempo. En una primera fase, afectó a los residentes con problemas respiratorios; tres semanas después a otro grupo provocándoles desgana, apatía, febrícula y perdida del gusto y en la última oleada aparecieron dificultades circulatorias. “Fuimos olvidados y nos dejaron tirados”, afirma Riba en la línea de Cinta Pascual, de la patronal del sector. “A nadie se le ocurre enviar a una persona al hospital cuando no es viable. Dijeron en el Parlament que no pasó pero fue así”.

Pasó en Cataluña, en el resto de España y en muchos países europeos y Riba así se lo trasladó a la consejera de Salud Alba Vergés, que es de Igualada y trabajadora en excedencia del Consorcio. Las cosas empezaron a funcionar mejor cuando las residencias dejaron de depender de Servicios Sociales y pasaron a depender de Salud: a partir de ese momento ya no les faltaron las batas que los proveedores, por orden del Departamento, reservaron a los hospitales.

Todo eso duele —”Se nos escucha poco a los profesionales; se baja poco a la arena”— pero la residencia mira con esperanza al futuro. Riba pide un protocolo que permita devolver a los ancianos la dignidad perdida con la covid: las visitas son de media hora semanales con tres familiares que pueden repetir a la semana siguiente. A la tercera, ya pueden ser otros. Un vigilante está presente para que no se toquen. “No se pueden dar ni un beso”, dice. “Tendrían que flexibilizarse las visitas y que tengan intimidad”. No pueden compartir la mesa cuatro comensales y la tele, por ejemplo, tienen que verla a dos metros de distancia. Las terapias con los perros también se han cancelado.

Mientras aguarda el protocolo y que Salud finalice la instalación de oxígeno en las camas, Riba confía en que todos los residentes se vacunen y los trabajadores, también. Hasta el martes lo habían hecho un 67%. Quien no lo dudó fue Nicolasa, feliz y aliviada, que se palpó —”¿Ya está?”—la parte superior del brazo tras ser vacunada entre las caricias de las enfermeras.

Permisos tramitados en apenas dos días

“Los residentes están cansados y asustados. Cuando vuelven de la calle, de sus visitas médicas, tienen que ducharse y cambiarse de ropa”, cuenta Riba. A partir del 2 de febrero, cuando ya hayan pasado 21 días respecto a la primera inyección, recibirán la segunda dosis de vacuna Pfizer. El papeleo previo fue, admite, estresante: a partir del 22 de diciembre, todas las residencias recibieron la orden del Govern de lograr las autorizaciones en 48 horas para recibir las vacuna. Y a contrarreloj y tras muchas llamadas de familiares con dudas lograron las del centenar de abuelos y las de unos empleados. A mediados de febrero, tendrán ya un 95% de inmunidad.


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