Opinión

Ahora, confluencia nacionalista

La apuesta con más posibilidades de romper la base electoral del independentismo es la confluencia de la derecha nacionalista que rechaza seguir a Torra y Puigdemont

Miquel Roca i Junyent con Josep Antoni Duran i Lleida, en Tribuna Barcelona.Claudia Trujillo

Nada apunta a que una mínima normalización de la política catalana pueda provenir del campo independentista, que sigue dando tumbos enredado en una inextricable madeja de ensueños, contradicciones y el drama de las cárceles y el exilio. Al mismo tiempo, sin embargo, no hay indicios de que frente a él vaya a articularse una alternativa clara y potente capaz de alcanzar la mayoría de gobierno en unas elecciones al Parlament. Ni por la derecha, ni por la izquierda.

Todo puede cambiar, sin embargo, si se reconstruye por lo menos una parte electoralmente útil del espacio político antaño ocup...

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Nada apunta a que una mínima normalización de la política catalana pueda provenir del campo independentista, que sigue dando tumbos enredado en una inextricable madeja de ensueños, contradicciones y el drama de las cárceles y el exilio. Al mismo tiempo, sin embargo, no hay indicios de que frente a él vaya a articularse una alternativa clara y potente capaz de alcanzar la mayoría de gobierno en unas elecciones al Parlament. Ni por la derecha, ni por la izquierda.

Todo puede cambiar, sin embargo, si se reconstruye por lo menos una parte electoralmente útil del espacio político antaño ocupado por Convergència Democràtica. Una operación de este tipo es a estas alturas la posibilidad más verosímil de que el independentismo pierda la mayoría en el Parlament y, en consecuencia, suelte el timón de la política catalana. Este cálculo es el que anima a varios grupos y partidos formados en torno a exdirigentes de la propia Convergència y sus afines, que rechazan la política de Quim Torra y Carles Puigdemont. En 1976, tras la dictadura, se trataba de converger para ganar a la izquierda. Ahora se trata de confluir para rectificar el rumbo del soberanismo.

Considerados estos grupos de uno en uno, todos son pequeños y ninguno tiene una muy clara preeminencia sobre los otros. Pero si se suman, cuentan con una baza que puede resultar atractiva para la parte del electorado que durante décadas apoyó al partido de Jordi Pujol creyendo, con razón hasta 2012, que este era el que representaba a la derecha democrática y catalanista pero no independentista. Esta baza consiste en presentar como garantía el hecho de haber abandonado la aventura independentista cuando sus excompañeros de partido se dejaron arrastrar a ella.

Al mismo tiempo que una baza, este perfil puede ser también un lastre, y no precisamente ligero, porque los dos partidos de la antigua Convergència i Unió (CiU) no han desaparecido por la expansión del independentismo sino por la explosión de la corrupción. Lo que los ha borrado del mapa son las sentencias judiciales por escándalos en la financiación de los dos partidos, mezclados a menudo con beneficios individuales. Este hándicap es, probablemente, lo que dificulta una recomposición a partir de estos integrantes. A pesar de ello, sin embargo, lo cierto es que el espacio sociopolítico catalanista moderadamente conservador, anticomunista o antisocialista que Pujol supo atraer y unificar en 1980 sigue existiendo y está esperando a que alguien con credibilidad se ofrezca a representarlo.

Hay ahí una oportunidad e incluso una necesidad. Porque no todo el electorado de CiU ha hecho el tránsito hacia las sucesivas coaliciones independentistas pilotadas, siempre en posiciones de control, por la cúpula de Convergència en alianza con Esquerra Republicana. Les ha seguido el grueso de su electorado, pero no la totalidad. Y ahora está ya muy claro para todo el mundo que aquella apuesta fue un error y ha cosechado un fracaso sin paliativos. Y un desastre para Cataluña. De manera que los huérfanos del centroderecha catalanista siguen ahí. Ni Ciudadanos ni el PP pretenden ser opciones para los electores catalanistas.

Otra cosa es si las plataformas con las que en estos últimos años han intentado llenar ese hueco tienen credibilidad suficiente o no. El más consistente de estos proyectos es, sobre el papel, el diseñado por el Partit Nacionalista de Catalunya, que cuenta con la que fue la coordinadora general del PDeCAT, Marta Pascal, y otros exdirigentes de Convergència, como Carles Campuzano y Xavier Xuclà, y aparecen como nuevo posible banderín de enganche para nacionalistas pragmáticos al estilo de lo que en su momento representaron Miquel Roca en Convergència o Duran Lleida en Unió. Esta es una clara diferencia con otros políticos que han creado sus plataformas después de protagonizar largas carreras saltando de un partido a otro y de una ideología a otra, cada vez más a la derecha, como Antoni Fernández Teixidó y Manuel Valls. Fernández Teixidó pasó del trotskismo al Centro Democrático y Social (CDS) de Adolfo Suárez, luego a la Convergència de Jordi Pujol y ahora al liberalismo con Lliures. Valls pasó del socialismo francés, con el que llegó incluso a jefe de gobierno, al

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liberalismo anticatalanista de Ciudadanos, con el que en 2019 obtuvo una plaza de concejal en el Ayuntamiento de Barcelona. Otro grupo interesado en la recuperación de la derecha catalanista es Units per Avançar, una alianza de exdemocristianos y exsocialistas encabezada por Ramon Espadaler, último secretario general de la extinta Unió Democràtica. Después de concurrir a las elecciones autonómicas de 2017 y municipales de 2019 integrados en candidaturas del PSC, ahora se ofrecen para confluir con exconvergentes y liberales. Confluir, esta es la idea, para rebanar la base electoral independentista.

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