La gestión de una pandemia
Las consecuencias económicas son recuperables tarde o temprano en una situación global, la mortalidad no
Por mucho que nos hubieran enseñado qué es una pandemia y que lo primero que debemos hacer es evitarla actuando sobre la contención en la fase de epidemia, nadie estaba preparado para hacerlo. A lo mejor tampoco para creer que llegaríamos a la actual dimensión del problema. Lo que se debe hacer no es más de lo que se está haciendo: detectar y aislar a los afectados, tratar la enfermedad en la medida de lo posible y proteger del contagio al resto.
En el cuándo, en el cómo y en el con qué, está su adecuada gestión. Ahí nos pilla sin experiencia previa. Decisiones no fáciles para nadie y n...
Por mucho que nos hubieran enseñado qué es una pandemia y que lo primero que debemos hacer es evitarla actuando sobre la contención en la fase de epidemia, nadie estaba preparado para hacerlo. A lo mejor tampoco para creer que llegaríamos a la actual dimensión del problema. Lo que se debe hacer no es más de lo que se está haciendo: detectar y aislar a los afectados, tratar la enfermedad en la medida de lo posible y proteger del contagio al resto.
En el cuándo, en el cómo y en el con qué, está su adecuada gestión. Ahí nos pilla sin experiencia previa. Decisiones no fáciles para nadie y no exentas de riesgo. El impacto sobre la economía individual y colectiva de muchas de las medidas necesarias determina el riesgo de una decisión exagerada. Pero el otro riesgo es aún mayor. Las consecuencias económicas son recuperables tarde o temprano; la mortalidad, no.
Nuestro sistema sanitario es robusto y lo podrá aguantar. Todos coincidimos en el discurso. Aun a sabiendas de que se encuentra estructuralmente al límite para dar respuesta a la demanda actual. Debe responder al incremento de la población y su mayor longevidad alcanzada gracias a la calidad de los servicios que presta y a la cronificación de muchas enfermedades antes de fatal pronóstico. No solo los recursos presupuestarios nunca han crecido al ritmo de las necesidades, sino que sufre aún, como todo el sector público, la crisis económica reciente. Solo puede responder, en realidad, dejando de hacer aquello que se pueda posponer para dar respuesta a la emergencia que bruscamente aparece. Pero, además, esta se incrementa a cada momento. La contención de ese incremento resulta entonces indispensable. A tal fin, la decisión del cuándo tener al mayor número posible de personas infectadas identificadas se hace determinante para ganar precisión en la intensidad de su tratamiento y en su aislamiento de los demás.
El incremento del número de casos determina la mayor o menor eficacia de lo hecho y ello no significa despreciar la complejidad de muchas de las medidas ligadas a comportamientos individuales o sociales. Nunca mejor dicho que está en las manos de todos y en casa.
Ese incremento del número de casos nos obliga a precisar de más recursos humanos y materiales, lo que no es solo una cuestión de dinero, que también. Nuestra demografía profesional, especialmente en cuanto a medicina y enfermería se refiere, presentaba ya limitaciones para dar respuesta a las necesidades actuales, lo que en muchos casos debe paliarse con una mayor dedicación de los disponibles, expuestos ahora a tener que abandonar por contagio. La movilización de estudiantes y personal sanitario jubilado aparece como opción.
Los recursos materiales empiezan por tener una mayor disponibilidad de instrumentos de diagnóstico, más rápidos en ofrecer resultados y al alcance de la mayor población posible para ganar en anticipación, como la propia OMS propone. En medio, todo el material de barrera necesario para el contagio, tanto para pacientes como profesionales sanitarios y de servicios esenciales. Pero también para el ciudadano de a pie. El abastecimiento de todo ello debe ser más eficaz que nunca, no solo por lo que significa sanitariamente, sino por lo que emocionalmente representa para los profesionales y el respeto que se les debe.
Para los contagiados con desarrollo de la enfermedad, son necesarios, en muchos casos, la hospitalización y los cuidados intensivos con el apoyo de equipamiento preciso, como son los llamados respiradores. Todo el parque existente o reconvertible debe estar disponible más allá de su titularidad, pero también hay que prever su suficiencia. Para ello es substantivo insistir en la eficacia pronóstica que supone conocer la realidad del número de contagiados llegando al máximo posible de población practicando las pruebas necesarias.
La gestión es difícil, y muchos los contaminantes que se pueden dar. Se debe tratar una pandemia con los criterios generales expuestos, pero con la necesaria autonomía local en la gestión de su aplicación si se quiere hacer con eficacia. El qué no supone también el cómo, que es donde radica la eficacia. Es el caso de la gestión de los suministros, en la que no deben primar procesos administrativos centralizados, por muy racionales que estos parezcan, si disminuyen la eficacia que supone que no se den desabastecimientos.
No debe haber espacio para pensar en preservar riesgos políticos, statu quo de las Administraciones o, aún peor, en obtener réditos. Los únicos resultados que valen son la regresión de infectados y la reducción de la mortalidad. Y si lo peor está por llegar, deberíamos saber cuándo, cuánto y por qué para evitarlo en lo posible.