El adiós del último farero de Almería
Mario Sanz y su pareja emprendieron en los años 90 un viaje desde Vallecas hasta Cabo de Gata para mantener y vigilar el faro de Mesa de Roldán, donde se acaba de jubilar tras 33 años de servicio
Se llamaba Autógrafo. Era un bar de copas en Nueva Numancia, Vallecas. Celebraba numerosas actividades culturales, tenía una tienda de ropa en el sótano y un gran ambiente cada noche. “En la Movida la gente salía todos los días”, recuerda Mario Sanz (Madrid, 1960), propietario de aquel local junto a su pareja, Amalia López. ...
Se llamaba Autógrafo. Era un bar de copas en Nueva Numancia, Vallecas. Celebraba numerosas actividades culturales, tenía una tienda de ropa en el sótano y un gran ambiente cada noche. “En la Movida la gente salía todos los días”, recuerda Mario Sanz (Madrid, 1960), propietario de aquel local junto a su pareja, Amalia López. El negocio iba bien, pero ella suspiraba por vivir en la costa. Y un día, Sanz vio en EL PAÍS el anuncio de una academia que preparaba oposiciones para farero. “Le dije: Me voy a presentar. Y como tenga suerte te vas a hartar de mar”, relata. Dicho y hecho. Estudió, aprobó y, buscando el sur, en 1992 obtuvo plaza en el faro de Mesa de Roldán, en pleno territorio volcánico de Cabo de Gata (Almería). Hasta hace unas semanas era el último farero en activo de esta provincia andaluza, pero su reciente jubilación ha dejado al sector huérfano. “Me dio mucha pena, pero ahora tampoco vivo mal”, cuenta desde su vivienda en Carboneras, cuya terraza ofrece vistas al Mediterráneo y al que ha sido su trabajo durante 33 años. En los 190 faros de todo el país apenas residen ya una quincena de personas en activo.
El faro de Mesa de Roldán, inaugurado el 31 de diciembre de 1863, destaca sobre una meseta que hace millones de años era un arrecife de coral y hoy emerge cercana a la Playa de los Muertos, entre Agua Amarga y Carboneras. Su base se encuentra a 210 metros sobre el nivel del mar, aunque el edificio se levanta otros 12 más. Allá en lo alto, al final de una escalera de caracol, una bombilla de 360 vatios es capaz, gracias a la lente de Fresnel —formada por anillos que concentran la luz— de iluminar a más de 40 kilómetros de distancia. Desde el Mediterráneo se le reconoce por sus característicos destellos: cuatro cada 20 segundos. “Ayuda a los capitanes a confirmar su ubicación en noche cerrada o cuando tienen algún problema eléctrico”, indica Sanz, quien destaca que cuando él llegó ya funcionaba de manera automática. Por eso su día a día desde 1992 ha sido vigilar su correcto funcionamiento y realizar las tareas de mantenimiento de las instalaciones: desde pintar paredes con humedad hasta limpiar los cristales de la linterna.
“Llegamos en julio y no había nadie. Todos estaban en la Expo o los Juegos Olímpicos”, destaca. “Era un paraíso para nosotros solos, increíble”, añade quien residió durante todo estos años en una de las dos viviendas que hay en la base del faro. La segunda la ocupaba otro profesional —entonces había dos para cada instalación— pero la abandonó en 1993. “Lo que más me sorprendió fue que, en enero del año siguiente, el cuerpo de fareros fue declarado a extinguir [por una ley del gobierno de Felipe González]. Me di cuenta de que había llegado a un sitio que ya entonces se acababa”, afirma quien, poco a poco, fue adquiriendo atribuciones: primero el mantenimiento del faro de La Polacra (construido sobre una antigua torre vigía cerca de Rodalquilar) y más tarde el de Garrucha e incluso el de la isla de Alborán. “Un sitio inclemente porque no tiene agua, sombra, comida. Todo se tiene que llevar desde fuera”, explica.
Lejos de la idea romántica de la soledad del farero, Sanz ha disfrutado del aislamiento junto a su pareja en un paraje desértico a pie de mar y de las facilidades que da vivir en Almería. Hoy subir hasta el edificio es fácil por una carretera recién asfaltada, pero entonces era apenas un camino de tierra alejado de todo. Solo acudían algunos excursionistas a disfrutar de las vistas o de la torre vigía situada a pocos metros, que fue construida en el siglo XV y que en el XVIII se sustituyó por una con forma de casco de caballo para instalar artillería.
“Pero los cañones no llegaban ni al mar y al final los quitaron, por lo que se quedó solo para vigilancia”, expone Sanz, que apunta que en 2015 el equipo de la serie Juego de Tronos eligió el paraje para rodar una de sus secuencias, protagonizada por Daenerys Targaryen y su dragón. “De estar solos pasamos a tener un equipo de 350 personas a nuestro alrededor, con todas las caravanas, sus equipos. Era como tener la vuelta ciclista en casa”, señala quien también recibió un día la visita de un autobús lleno de personas que buscaban ovnis. “Fue una cosa muy curiosa”, afirma sonriente.
El resto de días era una vida serena, a excepción de las jornadas de tormenta. “Estás en medio de la nada y te caen a ti todos los rayos. Es jodido, porque es un ruido enorme, seco, sin eco. A veces saltaban trozos de las paredes o salía humo de algún sitio. Hay que tener cuidado”, advierte alguien que también teme a los vientos fuertes. “Son peligrosos porque estás expuesto a levante y poniente y allí nadie los para” avisa quien ha ayudado más de una vez a migrantes que han llegado en patera hasta la zona. También fue una de las primeras personas en advertir del peligro cuando unas máquinas empezaban a mover la tierra en la playa de El Algarrobico para construir un hotel ilegal que aún sigue pendiente de la justicia. Por esa labor fue premiado por el Grupo Ecologista Mediterráneo en 2014.
Un museo con puertas cerradas
Su jornada laboral se concentraba en las mañanas, así que las tardes las tenía libres. Las dedicaba a cuidar los camaleones de la zona, dar de beber a las cabras montesas que merodean por allí y, sobre todo, a recopilar información sobre el faro y sus profesionales. “Como nada más llegar me enteré de que era un trabajo camino de la desaparición, decidí recopilar documentación, acopiar información y escribir” subraya Sanz, que en estas tres décadas ha seleccionado decenas de testimonios de antiguos fareros de la zona —gracias a sus diarios de servicio y las cartas a las jefaturas— y ha encontrado sus fotos. Muchas de sus anécdotas forman parte de las distintas obras que ha lanzado sobre su faro, pero también sobre otros de Almería o Granada. También ha coordinado antologías de relato y poesía, colabora en medios de comunicación y ha publicado narrativa e incluso un guion cinematográfico que, de momento, nadie se ha lanzado a rodar.
En este tiempo ha recopilado igualmente numerosos libros, objetos —desde maquetas a novelas, relojes, llaveros o cerámicas— y documentos sobre el mundo de los faros, colección que ha ido distribuyendo por las habitaciones de la vivienda que su antiguo compañero dejó vacía. Allí también ha realizado presentaciones de libros o exposiciones de artistas que han ido donando algunos de sus trabajos. Ha acumulado más de 3.000 piezas en un museo que, hasta su jubilación, se podía visitar con permiso de la Autoridad Portuaria. Acudía sobre todo alumnado de colegios e institutos, pero también aficionados a los faros o turistas, incluso algún famoso. Desde su jubilación el pasado 27 de septiembre, el día de su 65 cumpleaños, está cerrado.
Sanz está tocando las puertas de la Junta de Andalucía, el Ayuntamiento de Carboneras y la Diputación de Almería para que lleguen a un acuerdo con la Autoridad Portuaria almeriense y puedan abrir de manera permanente el museo. “Sería penoso que todo lo que hay allí no sirviera para nada y no se pudiera visitar”, lamenta Sanz, que dice que, en el peor de los casos, como la colección es suya se la llevaría a otra parte. De momento, solo pide descansar brevemente para tomar energías para volver a escribir, hacer deporte y organizar nuevas actividades culturales en el municipio. “A Madrid, eso sí, no vuelvo ni de broma”, sentencia.