España intenta sortear tres crisis diplomáticas simultáneas a mes y medio de la cumbre iberoamericana
Los contenciosos con Venezuela, México y Argentina se convierten en arma arrojadiza de la batalla política interna
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha calificado de “lógica” la negativa del Gobierno a acudir a la toma de posesión de la nueva presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, después de que se vetara al Rey en la ceremonia. Es la primera vez que Feijóo respalda a Pedro Sánchez en muchos meses, aunque lo haya hecho ...
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha calificado de “lógica” la negativa del Gobierno a acudir a la toma de posesión de la nueva presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, después de que se vetara al Rey en la ceremonia. Es la primera vez que Feijóo respalda a Pedro Sánchez en muchos meses, aunque lo haya hecho tras reprocharle una supuesta doble vara de medir: “Es inaceptable que para el Gobierno haya más motivos para retirar a un embajador por un comentario sobre la mujer del presidente que por la falta de respeto al jefe del Estado”, dijo. Se refería a la retirada de la embajadora española en Buenos Aires después de que el presidente argentino, Javier Milei, llamase “corrupta” a Begoña Gómez en un mitin de Vox en Madrid en mayo pasado. Esa fue la primera de las tres crisis diplomáticas sucesivas —con los Gobiernos de Argentina, Venezuela y México— que le han estallado al Ejecutivo en los últimos meses, y que se producen cuando quedan pocas semanas para que todos los gobiernos implicados deban verse en la cumbre iberoamericana de Cuenca (Ecuador).
Las relaciones diplomáticas cuentan con un catálogo de medidas para expresar el malestar de un Estado con otro: la “nota verbal” de protesta (un texto escrito, pero sin firma); la convocatoria al embajador del otro país por parte del Gobierno anfitrión; la “llamada a consultas” del embajador propio en la capital ajena; y, finalmente, la retirada de este. El siguiente paso sería la ruptura de relaciones y, al final, la declaración de guerra. Al menos, cuando las guerras se declaraban.
Este arsenal de reacciones se aplica de forma gradual y proporcional. La escalada diplomática consiste en ir subiendo esos peldaños con medidas cada vez más duras, en función de la reacción del otro. España pasó de llamar a consultas a su embajadora en Argentina —lo que implica su retirada temporal— a retirarla definitivamente —ya no podrá volver y habrá que nombrar en su día a quien le sustituya— después de que Milei dedicara una nueva andanada de insultos (”cobarde”, “totalitario”, “arrogante”) a Sánchez.
Sin embargo, fuentes diplomáticas subrayan que esta panoplia de medidas no es un código penal en el que a cada infracción corresponde una sanción, pues su fin no es principalmente punitivo. Se trata más bien de disuadir o frenar a quien es objeto de las mismas. En el caso de Argentina, no es solo que los insultos de Milei a la esposa de Sánchez fueran, según Exteriores, un ataque a las instituciones españolas —la Presidencia del Gobierno— por parte de un mandatario extranjero en suelo español. El objetivo era que Milei, que ha hecho bandera de la “batalla cultural contra los zurdos [como llama a los de izquierdas]”, cesase en sus ataques contra Sánchez. Las fuentes consultadas admiten que, aunque Milei es imprevisible, la presión diplomática parece haber surtido efecto: el mandatario argentino no ha vuelto a insultar a Sánchez, ni siquiera cuando compartió de nuevo mitin con el líder de Vox, Santiago Abascal, en Buenos Aires a principios de mes.
Lo que hay que evitar es “dispararse en el pie”, advierte un veterano embajador. A veces, una sanción puede dañar más a quien la adopta que al que la recibe. Por eso, añade, “hay que medir cuidadosamente las consecuencias y actuar con cabeza fría”. Un ejemplo: el país con el que España mantiene peores relaciones es Rusia: no solo aplica las sanciones acordadas por la UE, sino que entrena y facilita armamento al Ejército con el que Rusia combate, el ucraniano. Sin embargo, Exteriores no ha retirado a su embajador en Moscú. Considera más útil mantenerlo allí, aunque su margen de maniobra sea casi nulo. Tampoco aplicó la reciprocidad cuando Marruecos, Argelia o Israel llamaron a consultas a sus embajadores en Madrid.
De los tres países latinoamericanos con los que tiene crisis abiertas —Argentina, México y Venezuela―, España solo ha retirado a su embajadora del primero; en apariencia el caso menos grave, pues podría normalizar relaciones en cualquier momento, con solo pedir el plácet para su nuevo representante en Buenos Aires.
México: un choque que se intentó evitar
Más complicado es el choque con México, que Sánchez ha intentado evitar por todos los medios. Como él mismo ha subrayado, el mexicano es un gobierno progresista como el español y la nueva presidenta, la primera mujer que ocupa la jefatura del Estado en la historia del país. España esperaba pasar página de su desencuentro con el todavía presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien en 2019 envió una carta a Felipe VI reclamándole que pidiera disculpas por los desmanes de la colonización española. El Rey dio la callada por respuesta y López Obrador lo tomó como una ofensa personal. El conflicto ha resucitado con virulencia ahora, con el veto al monarca español en la toma de posesión de su sucesora.
Sánchez no se dio por enterado de la invitación para que fuese él y no el Rey quien acudiera a la ceremonia y, durante más de un mes, intentó que México cambiase al destinatario de la invitación hasta que, el pasado martes, EL PAÍS reveló que Felipe VI había sido excluido. Exteriores comunicó a la Cancillería mexicana que España no estaría representada en la toma de posesión. No era solo una “falta de respeto” al Rey, como dijo Feijóo, sino un retorcimiento del marco constitucional español, en el que cualquier decisión de política exterior, incluida la respuesta a la carta de López Obrador, corresponde al Gobierno y no al jefe del Estado. Fuentes diplomáticas confían en que este sea el último episodio de una disputa artificial sobre lo que pasó hace ya 500 años, pero la todavía canciller mexicana, Alicia Bárcena, ha condicionado su fin a que haya una “ceremonia de desagravio” a los pueblos indígenas de la que España, por ahora, no quiere oír hablar.
Venezuela: equilibrismo diplomático
Estos debates historicistas pueden parecer fuegos de artificio comparados con el drama que vive actualmente Venezuela. La diplomacia española hace equilibrismos para no reconocer la victoria de Nicolás Maduro en las elecciones del pasado 28 de julio y tampoco la de Edmundo González Urrutia, asilado en España desde el 8 de septiembre. El pasado jueves, España dio un paso más al sumarse a una declaración promovida por Estados Unidos y Argentina que afirma que el candidato opositor “obtuvo la mayoría de los votos, según los registros electorales disponibles públicamente”. Aún no lo reconoce como presidente electo, pero casi.
Si la represión no le obliga a hacerlo antes, España deberá abandonar su ambigüedad el 10 de enero, cuando comienza el nuevo mandato presidencial. No reconocer a Maduro a partir de esa fecha supondrá, al margen de las sanciones que pueda acordar la UE, que no se pueda sustituir al embajador en Caracas, pues eso implicaría pedir su plácet al régimen chavista.
La relación bilateral se ha complicado con la detención de dos españoles a los que Maduro acusa de un complot para derrocarlo. El ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, ha exigido que se permita a la Embajada en Caracas prestarles asistencia consular y ha dado por hecho su inocencia al asegurar que están “injustamente retenidos”. Fuentes diplomáticas sospechan que el gobierno chavista los ha tomado como rehenes para presionar a España.
Las crisis de Argentina, México y Venezuela no son solo asuntos de política exterior, sino que se han convertido en armas arrojadizas de la batalla política interna. En América Latina, la antigua potencia colonizadora cumple el papel de enemigo externo con el que distraer la atención de los problemas domésticos. En España, sirve a las distintas fuerzas políticas para marcar posición frente al Gobierno. La derecha —PP y Vox— pide menos firmeza con Milei y más con Maduro; mientras las fuerzas políticas a la izquierda del PSOE justifican el desaire al Rey y estarán en la toma de posesión de la mandataria mexicana.
Pese a las querellas políticas, los lazos entre las respectivas sociedades no dan síntomas de debilitarse. España sigue siendo el segundo inversor extranjero, tras Estados Unidos, en México y Argentina; y la petrolera española Repsol, uno de los mejores clientes del crudo venezolano. En los tres países de América Latina viven casi 800.000 españoles; y en España, casi un millón de venezolanos, argentinos y mexicanos.
Felipe VI y Pedro Sánchez asistirán dentro de un mes y medio a la cumbre iberoamericana que se celebra del 12 al 15 de noviembre en Cuenca (Ecuador), a la que están invitados también Javier Milei, Claudia Sheinbaum y Nicolás Maduro. Es improbable que acudan todos los presidentes, pero todos los gobiernos estarán representados. Pese a las crisis diplomáticas abiertas, se ha decidido por unanimidad que la próxima cita, en 2026, sea precisamente en España. “Somos una familia y a los parientes no se les elige, te llevas bien o te soportas”, reflexiona un veterano embajador.