Cinco derivadas del ‘Illa, president’

Cambian las mayorías en Cataluña, se deshace el mito Puigdemont, se hacen imprescindibles las explicaciones sobre el acuerdo ERC-PSC, habrá que ver las consecuencias sobre el modelo territorial y queda por ver qué Illa veremos en el Palau de la Generalitat

Salvador Illa (en el pasillo) estrecha la mano de Pere Aragonès al finalizar el pleno de investidura en el Parlament, este jueves.Massimiliano Minocri

La performance de Puigdemont en Barcelona fue impactante, pero sus consecuencias políticas tienden a cero. El PSC vuelve al Pati dels Tarongers 14 años después; Puigdemont no consiguió cambiar el voto de Esquerra y los socialistas catalanes tienen hoy más poder que con Maragall, aunque con mayorías filiformes y precarias. La vertiente institucional del procés está finiquitada. Una vez alcanzado ...

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1. Cambio de mayorías.

La performance de Puigdemont en Barcelona fue impactante, pero sus consecuencias políticas tienden a cero. El PSC vuelve al Pati dels Tarongers 14 años después; Puigdemont no consiguió cambiar el voto de Esquerra y los socialistas catalanes tienen hoy más poder que con Maragall, aunque con mayorías filiformes y precarias. La vertiente institucional del procés está finiquitada. Una vez alcanzado el poder, a Illa le queda lo más difícil: gobernar con un equilibrio inestable (con ERC y los comunes) sin romper otro equilibrio inestable en Madrid. Pero el cambio de mayorías se consuma; viene una legislatura de catalanismo de izquierdas, y queda atrás la unilateralidad independentista de los últimos tiempos. El eje ideológico sustituye al eje nacionalista.

2. “Hacer historia”

Puigdemont, según los suyos, vuelve a hacer historia; el populismo consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender hacer historia. El expresidente huido, otra vez fugado, de nuevo prófugo, deja en evidencia a los Mossos. Fractura aún más al independentismo. Abre una etapa vacía de poder y repleta de incógnitas en Junts, con un alma que quiere reverdecer el pujolismo —esperemos que sin la corrupción rampante de aquella época— aunque lo viejo no termine de morir, ni lo nuevo de nacer. ¿Agranda su leyenda? Solo para sus fans: causa una fatiga bien visible en el resto. El aura mesiánica de Puigdemont queda muy tocada con esa incursión esperpéntica, con ese discurso a la carrera y el estilo estridente propio de una forma de hacer política que quedó atrás con los resultados de las pasadas elecciones catalanas. “Reconozcamos que Cataluña tiene una virtud imponderable: la de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos, ya que no puede hacer de ellos perfectos estadistas”, escribió Chaves Nogales en los años treinta. Y no, Cataluña no ha sido capaz de hacer de Puigdemont un estadista, pero tampoco un símbolo, si descontamos a sus fervientes admiradores, que por lo visto en los alrededores de la Ciutadella son cada vez menos numerosos. “Si no bailo, me muero”, decía la gran Carmen Amaya. Es curioso porque a Puigdemont parece pasarle poco más o menos lo mismo.

3. Explicaciones

A Illa le toca apaciguar Cataluña y ponerse a gobernar tras unos años de empacho ideológico independentista. A Pedro Sánchez, dar explicaciones y evitar que Cataluña deshaga la inestable mayoría en el Congreso: por lo pronto, para aprobar los Presupuestos necesita a Junts. A los indultos les siguió la amnistía, y a la amnistía la financiación singular: esos tres hitos se han activado sin explicaciones por parte de los socialistas, tras cambios de posición también inexplicados que han dejado heridas entre las baronías. El PSOE las retrasó hasta el pacto con ERC, y después hasta la investidura de Illa: es hora de darlas. Lo esencial de las políticas es que sean efectivas, pero si de veras ha llegado para quedarse la normalización en Cataluña, toca también evitar que la política española se embarre aún más. En los discursos de Sánchez e Illa se han cruzado últimamente dos términos espesos: “plurinacionalidad” y “federalismo”; la derecha, e incluso parte de la izquierda, traduce ese pacto ERC-PSC por “confederalismo”. Pero son palabras de charol, cascarones vacíos sin las debidas explicaciones por parte del PSOE.

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4. Modelo territorial

El modelo territorial es el gran acertijo de la política española: la Transición consiguió resolverlo durante unas décadas, pero llega el momento de buscar una nueva fórmula de conllevancia, esa forma tan española de la patada hacia adelante, que parece lo máximo a lo que se puede aspirar en un asunto tan espinoso. En virtud del pacto con ERC para investir a Illa tenemos una “financiación singular” para Cataluña que tan solo ha sido esbozada. Con solo asomar la cabeza, ese asunto ha provocado una indignación generalizada con los privilegios fiscales que podría tener Cataluña (a pesar del ruido, una de las comunidades que más aporta a la solidaridad interterritorial a día de hoy al ser una de las más ricas). ¿Ha timado el PSC a ERC y no habrá salida del régimen común porque no hay mayoría para una reforma del modelo de financiación? ¿Puede provocar ese pacto un terremoto a la izquierda del PSOE, y con ello provocar una fuerte erosión del Gobierno de coalición? ¿Hay en marcha una nueva movilización de la derecha en torno a un nuevo agravio nacional que impediría pactos transversales en la financiación, que es casi como decir en el modelo territorial? De momento no hay respuesta clara a esas preguntas, por muchas esdrújulas finiseculares que aparezcan en algunos titulares prematuros.

5. Coda: qué Illa veremos.

“Illa se define como un catalanista no independentista, y ha sido mucho más claro que otros socialistas catalanes durante todo el procés; la cuestión es si será capaz de convertir esas señas de identidad en un discurso político compacto dentro de un partido con tantas dobleces”, decía Javier Cercas en enero de 2021, cuando Illa dejó el Ministerio de Sanidad para liderar el PSC. ¿Qué Illa vamos a ver en Palau? ¿Y qué Sánchez en La Moncloa? De las respuestas a esas preguntas depende, en parte, la forma de moldear el federalismo y la plurinacionalidad del párrafo anterior. Bastaría —es un decir— con delimitar claramente las competencias de los distintos niveles de Estado. Y con armarse con un puñado de reglas bien definidas, y con un sistema engrasado de resolución de conflictos. Habría que reformar el Senado. Y ya, de paso, intentar pasar de país radial a país en red. Sería esencial conseguir eso tan europeo de la “lealtad institucional”, que se declina tan mal en España. Como guinda, no estaría mal dejar de poner a Cataluña en la diana, aunque a menudo sea la propia Cataluña quien se coloca la manzana en la cabeza. “El separatismo”, concluía Chaves Nogales hace 80 años, “es una rara sustancia que se utiliza en los laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo, y en los de Cataluña como aglutinante de las clases conservadoras”. Eso es disparar dos flechas a esa manzana en una sola frase y dar las dos veces en el mismísimo blanco.

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